MURCIA. En la Región de Murcia, como en todas los lugares de España en donde encontremos a la Orden de San Francisco y a la Orden de los Dominicos, hallamos a la inquisición más férrea tras ellos. En un intento de salvar cuantas almas fuera posible, hubo cientos de casos de lorquinos que fueron juzgados como herejes, infieles, brujos, etc. Para hacerlos confesar y poder así centrarse en la parte más importante del proceso, el reconocimiento de los hechos, la absolución y la expiación de los pecados cometidos, el Santo Oficio tenía una serie de métodos y técnicas para el que reo reconociese su naturaleza pecadora.
Sólo eran usados en última instancia si el reo se negaba a declarar su culpabilidad -recordemos que no sabía de qué se le acusaba- o si las declaraciones que realizaba no correspondían entre sí, contradiciéndose, lo que cual era un intento de engañar al tribunal, siempre bajo el prisa de la inquisición.
En el momento en el que el tribunal apreciase alguna de estas situaciones tenían la potestad para que comiencen las torturas, las cuales resumimos en las siguientes:
La garrucha o la cuerda. Se ataban las manos del sospechoso por detrás de la espalda y se le alzaba por las muñecas a varios metros del suelo por un sistema de poleas. Tras ello, se le dejaba caer sin que tocara el suelo, quedando descoyuntado de la sacudida. Si no confesaba, se le quebraban los brazos y las piernas hasta que moría.
El potro. Se ataba al preso de manos y pies sobre una mesa. Las cuerdas de los pies se iban enrollando a una rueda giratoria, y cada vez que daba vueltas esta rueda se iban estirando las extremidades hasta incluso llegar al desmembramiento.
La pera. Se introducía un instrumento en forma de pera en la boca, vagina o ano de la víctima, dependiendo de la acusación: oral a predicadores heréticos, vaginal a las brujas y anal a homosexuales pasivos. Esa pera en el interior se abría con un tornillo mutilando las cavidades.
La sierra. Uno de los más brutales, considerado más bien un método de ejecución, estaba reservado a las mujeres acusadas de brujería y de estar embarazadas del mismísimo Satanás. Se colgaba a la presa boca abajo con el ano abierto, y con una sierra la cortaban hasta llegar al vientre. No buscaba tanto la tortura para que confesara, sino acabar con su vida y con el feto supuestamente endemoniado.
Los carbones. Se aplicaban carbones al rojo vivo a unos 300 grados sobre las zonas más sensibles de la piel.
El aplasta pulgares. Era una herramienta metálica sencilla donde se metían los dedos de las manos y de los pies, y quedaban destrozados al voltear unos tornillos.
El agua. Consistía en introducirle al reo, al que tapaban las fosas nasales, una especie de embudo en la boca por donde le hacían ingerir grandes cantidades de agua. Esto provocaba una sensación muy fuerte de ahogamiento y solían morir por ruptura del estómago.
La cuna de Judas. Esta tortura consistía en elevar al preso con un sistema de cuerdas y poleas y dejarlo caer sobre una pirámide de madera afilada con la precisión suficiente para que cayera y el aparato le desgarrara el ano, el escroto o la vagina.
La flagelación. También se utilizaba este famoso castigo corporal, en el que se azotaba el torso desnudo con varas o flagelos hasta sangrar, incluso llegando al desmayo del reo.
La doncella de hierro. Una de las torturas más crueles aunque se piensa que no era muy común. Se trataba de un sarcófago con forma de cuerpo humano con pinchos metálicos en su interior, que se clavaban en el cuerpo para desangrarlo poco a poco.
La cabra. Una de las torturas más originales, consistía en bañar los pies atados del reo en agua salada. Tras esto, una cabra lamía con su áspera lengua esta parte del cuerpo desollando su piel, provocando heridas que en muchas ocasiones se infectaban y provocaban la muerte.