MURCIA. "Contaba mi abuelo Tomás que nadie quería construir cerca de la playa cuando Calabardina comenzó a crecer. ¿Quién iba a querer una casa húmeda y con el ruido constante del mar? … Cómo han cambiado las cosas", recuerda la fotógrafa murciana Cristina Navarro, quien ha querido rendir un homenaje a la pedanía aguileña donde pasó los veranos de su infancia, donde ha atesorado recuerdos y vivencias, y donde hoy en día sigue escribiendo páginas de su vida. Lo ha hecho sacando a la luz su vertiente más artística, intimista y personal -profesionalmente se dedica a la fotografía de producto, que "es algo que me encanta"- con un proyecto que ha titulado Sencillamente Calabardina, con el que se acerca desde el cariño a la vida y costumbres de este pequeño pueblo costero.
El Bar de Miguel, el embarcadero, la playa de la Cola, el puesto de churros, un gato sorprendido, un barco varado... son algunos de esos lugares y escenas que se pueden encontrar en Calabardina -al margen del paso del tiempo- y que la fotógrafa ha captado con su cámara, ensalzando el valor de la vida sencilla y de las pequeñas cosas.
"Calabardina es un sitio muy especial, de esos que se quedan parados en el tiempo y no evolucionan porque, sencillamente, no lo necesitan. En este lugar he vivido muchas cosas bonicas a lo largo de mi vida y he querido rendirle homenaje de la mejor manera que sé, a través de la fotografía", explica Cristina Navarro, quien comenzó este proyecto durante este verano de 2022 -durante el cual ha revivido su infancia en el pueblo a través de su hija-, pero que no considera cerrado. Su intención es ir ampliándolo a lo largo de los años, "como espero que lo hagan mis recuerdo". Asimismo, espera, en algún momento, poder exponer estas imágenes en Águilas y Murcia, o editar un libro con ellas, sumándole las historias del lugar y sus vecinos.
Las imágenes de la fotógrafa murciana evocan, además, olores, sonidos y escenas. Así, para ella, "Calabardina es olor a hibisco y baladre, patios asalvajados de buganvillas y jazmines, es el sonido de las olas rompiendo en Cope y los gritos en el bar de Miguel. Churros por la mañana, duchas en la calle, cenas en los balcones y tranquilidad, mucha tranquilidad… Aquí nadie tiene prisa, todo va despacio, los días pasan iguales, tranquilos, sencillos, perfectos", describe.
Igualmente, señala que "en verano se llena de sombrillas en la playa y toallas en los balcones, de niños vendiendo pulseras y de abuelos sonrientes paseando carritos. En invierno se queda en silencio. Pero sigue la vida en Calabardina, más auténtica que nunca, sigue el olor a flores y a sal, la pesca por las mañanas, las partidas de petanca con acento francés y los paseos por el Cabo al caer el sol. Sigue esa energía tan mágica que lo envuelve todo y te pone una sonrisa en la cara nada más pisar ese suelo".
Además, sus fotografías enlazan con la historia del pueblo, que "antes de la década de los 60, era una pequeña aldea, habitada únicamente por los pescadores que trabajaban en la Almadraba. El pueblo vivía de la abundante pesca de atunes, bonitos, emperadores… A mitad de los años sesenta la actividad pesquera empezó a decaer y se cerró la Almadraba. Se comenzaron a construir casas de recreo y la zona se convirtió en destino turístico. Fue en esa época cuando mis abuelos maternos y paternos construyeron sus casas en la misma calle", recuerda.
La fotógrafa hila las imágenes que ha realizado este verano con sus propios recuerdos. Como que "desde muy pequeña lo que más me gustaba de Calabardina era ese gran dragón dormido sobre al mar. Cabo Cope es lo primero que ves al acercarte al pueblo, esa imponente y tranquila mole, que parece un enorme dragón echándose una siesta", cuenta sobre este espacio protegido que forma parte del Parque Regional de Cabo Cope y Puntas de Calnegre y "es el hogar de un montón de animales y plantas protegidas: el buho real, el halcón peregrino, la araña lobo o la tortuga mora...".
"Las siestas con mis primas en el patio de atrás, las risas en la habitación de las literas, las cuervas en la Cola, los paseos en bici de paseo, mi tata contando chistes, las llamadas a mis padres por la cabina de teléfonos, los baños infinitos hasta hacerse de noche, las migas en Agosto, las historias de mi abuelo Tomás, su último verano… ". Son muchas las sensaciones que Calabardina evoca en la fotógrafa murciana, que se muestra muy satisfecha con la acogida del proyecto y de haber podido transmitir el cariño que siente hacia esta localidad. "Este verano ha marcado un punto de inflexión en mi relación con Calabardina. Siempre ha estado en mi vida y ahora tenemos un nuevo hogar donde seguir construyendo recuerdos. Es increíble poder compartir esto con las personas que más quiero", señala.