la nave de los locos / OPINIÓN

Raffaella, Rockefeller y los felices setenta

La muerte de Raffaella Carrà, la diva italiana, nos obliga a recordar los años setenta. Década de nuestra infancia y por tanto década feliz. Raffaella se nos fue y José Luis Moreno, icono de aquel tiempo, ha estado a punto de entrar en la cárcel. Mal acaba lo que empezó bien. ¿Quién se acuerda ya de aquellos años?

13/07/2021 - 

MURCIA. Primero fue Franco Battiato y, hace unos días, Raffaella Carrà. Los mejores se mueren y nosotros nos quedamos un poco más solos y bastante más tristes.

También se ha marchado Tico Medina, gran entrevistador, forjado en la escuela del diario Pueblo.

La Carrà y Tico Medina fueron personajes amables y queridos por el público de los setenta, los años de nuestra infancia; una infancia que se va apagando con estas muertes y a la que pertenece José Luis Moreno por méritos propios. Es conocido que el ventrílocuo arrastra unos problemillas con la Justicia española que confiamos tengan pronta solución. Porque ¿qué sería de Rockefeller con su progenitor gestante en la cárcel? ¿Quién los mimaría? ¿Mari Carmen y sus muñecos?

José Luis Moreno. Foto: JOSÉ OLIVA/EP

Con el mito de Moreno hecho añicos, con algunos haciendo leña del árbol caído, a muchos sólo nos queda Torrente como referente moral y estético de una España cañí que no levanta cabeza por culpa del virus chino. Don Ximo Puig, ese hombre de Estado, nos ha devuelto al corral [en la Comunidad Valenciana] después de unas semanas en libertad vigilada. ¡Qué bello es vivir en esta tiranía dulce y estival! Con la futura Ley de Seguridad Nacional ni siquiera tendrán que disimular. 

No obstante, todo sería más llevadero si al menos estuviera Georgie Dann, otro personaje setentero, para amenizarnos las tardes de moscas y siesta con una de sus canciones, y no los odiosos artistas latinos (Jhay Cortez, Maluma, J Balvin y Anuel AA, el peor de todos ellos) interpretando distintas versiones del mismo tema, mami, qué bien te lo haces, nadie lo hace como tú. Sólo se salva Bad Bunny, siempre Bad.

El ‘caloret’ me confunde

A lo que íbamos, que me pierdo por culpa del caloret. Fuimos felices en los años setenta. Hay que reivindicarlos. No gozan del prestigio de los ochenta, pero pusieron la semilla de la ilusión del tiempo que vino después, aquella década prodigiosa en la que el país parecía que iba a sacudirse el pelo de la dehesa, ingenuos como éramos, y que pronto fue malograda por los gerifaltes del felipismo. Aquella promesa de democracia ha acabado en más bien poca cosa, en un ir tirando a salto de mata, hasta que esta España famélica no pase la próxima ITV y haya que llevarla al desguace. Se lo tiene merecido por transigir con sus enemigos.

"RAFFAELLA CARRÀ FUE BUENA CON LOS SUYOS E HIZO FELIZ A LA GENTE CON SUS CANCIONES. POCOS ARTISTAS ESTÁN TOCADOS CON ESTE DON"

Le tengo cariño a los setenta. Por eso siento la muerte de Raffaella Carrà, la diva rubia que introdujo la alegría de vivir en nuestras televisiones telefunken, y la picardía en las alcobas con canciones como Caliente, caliente y Hay que venir al sur.

Me acuerdo de aquellos programas de variedades como Directísimo, presentado por José María Íñigo, de Nadiuska, Agatha Lys y otras reinas del destape, de Las Grecas y su infortunado final, de Curro Jiménez y las veladas de boxeo en blanco y negro (respetadme, entrevisté a Alfredo Evangelista en su casa de Madrid antes de que lo detuvieran por líos de drogas). También recuerdo merendar con los payasos de la tele que también ellos, ¡vaya por Dios!, son acusados hoy de machismo.  

El día en que Fofó murió yo tenía ocho años. Una semana después todas las revistas del corazón, desde el Pronto hasta Diez minutos, traían su muerte en la portada. Fue trágico para los niños de la EGB. Ese día supe que la muerte existía y que yo no era inmortal, como la UCD.

En los setenta éramos más libres

Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Ni de lejos somos los mismos. La España de Raffaella y don Cicuta, la de los payasos y la bebida Mirinda, el país que viajaba a Torrevieja en vacaciones, la España del exfalangista Suárez y la de una Rosa León cantando Libertad sin ira, ese país sólo existe en nuestra memoria. La muerte de la Carrà nos lo ha recordado, por si teníamos alguna duda. Y aquel país, con sus defectos, era mejor que el de ahora. Al menos éramos más libres.

De la cantante italiana cabe decir, como últimas y agradecidas palabras de homenaje, que fue buena con los suyos e hizo feliz a la gente. Pocos artistas están tocados con este don. Eso de suavizar las aristas de la vida a los demás es a lo máximo que puede aspirar un artista. Y Rafaella, con sus canciones, nos colmó de alegría. 

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