La invasión rusa y las sanciones internacionales han coincidido temporalmente con cosas muy curiosas a las que, supongo, por este solapamiento temporal, no vamos a decir casual, pero desde luego, no causal, se las está intentado relacionar muy insistentemente. Me estoy refiriendo a la subida radical de precios de los carburantes (algo que, como engranaje perfectamente aceitado ha activado una huelga cierre-patronal-un-poco-ad-hoc, lo que a su vez ha causado un presunto desabastecimiento, que ha elevado, como carambola maestra, los precios de la cesta de la compra et al). La solución ha sido la de sacar del sombrero el conejo que no toca y repartir ayudas públicas a gogó.
Yo preferiría clavarme astillas bajo las uñas antes de aplicar esta solución que no va a arreglar el problema estructural del mercado y es un traspaso de rentas hacia los grupos petroleros y vosotros, ahora cuando os cuente, os aseguro que también. Nos va a faltar bosque para la madera de todas las astillas.
"Esta combinación hace que los márgenes de beneficios se estiren como un chicle y que bajar impuestos y dar ayuda pública no vaya a servir de nada"
En realidad, los rusos están siendo un poco cabeza de turco de estas subidas *sostenidas*. Uno de los múltiples relatos que nos han encajado es que este incremento es coyuntural. Y mira, no. No lo es. El precio de la gasolina lleva muchos meses subiendo (y suéltame el brazo con lo de que la subida del precio de la energía necesaria para extraerla está incrementándose y lo uno explica lo otro, que tampoco). Esta situación en absoluto puede tratarse como un suceso esporádico y aislado, el origen del cual deba encontrarse en la guerra. En marzo, es verdad, se ha disparado de forma desaforada. Pero atribuir toda la subida, incluso de forma retroactiva, al conflicto, sin más, es un razonamiento un poco maniqueo y ciego, quizás deliberadamente, a uno de los problemas endémicos de muchos mercados: la ausencia de competencia.
Los problemas, como un río que arrastra sedimentos anticompetitivos, afectan a varios mercados, pero vamos a centrarnos en mayorista y comercialización. En el primero, de extracción y producción, los contratos que se celebran sobre el petróleo y derivados, como muchos sobre materias primas, no se negocian, se concluyen y ejecutan sin solución de continuidad. Los carburantes que se venden hoy no provienen del crudo comprado en marzo. El grueso del volumen se negocia en operaciones a futuro, contratos donde las partes se han puesto de acuerdo en una fecha determinada para adquirir a un precio pactado en esa misma fecha, pero que se ejecutará en un momento a veces muy posterior (cumplimiento aplazado asegurado con fuertes garantías, por supuesto). Esto, precisamente, se hace para generar algo de estabilidad en el precio y seguridad *para los empresarios, no para el resto*, lo que los protegería de las fuertes fluctuaciones del mercado y la inestabilidad política, e incluso, del riesgo de inversión.
¿Qué quiero deciros con todo esto? Que la gasolina que mana hoy de los surtidores se compró hace muchos meses, y el precio finalmente pagado, esto es, el coste que han soportado las empresas distribuidoras estaba pactado en un momento de estabilidad, independientemente de cuándo se pague.
Estos contratos de futuros generan obligaciones para las partes, que tienen un valor patrimonial y son susceptibles de financiarizarse, cotizando en los mercados. Y me diréis: "Pues ya está, Carmen. No seas ignorante. En realidad, el precio del activo financiero se usa como precio de referencia del petróleo aguas abajo, independientemente del precio al que se vendió". *Levantamiento de ceja*. Sí, muchacho, sí. Efectivamente, esto pasa. Y si no ves el problema de estar financiando a las empresas de crudo que especulan con el producto, práctica que pueden llevar a cabo sin demasiada acrobacia porque, oh, sorpresa otra vez, no hay competencia en el mercado, supongo que es porque eres accionista o lobbista de la industria. Y en ese caso este texto no es para ti.
Pero en especuladores sin fronteras no sólo hay eso en el menú. Es verdad que el contrato ha de ejecutarse en algún momento. Cuando eso pasa y entregan los barriles a su titular, esta persona puede vender aguas-abajo a precio de mercado o, dependiendo del músculo de almacenaje y de las ganas de coludir que tengan sus compañeros, guardarlo para revender cuando el precio suba artificialmente las circunstancias sean más proclives. Hazte así, que tienes un acuerdo de restricción de output un poco ilegal en la nariz. Cuando esos almacenes están llenos, viene el problema para los titulares porque han de venderlo. ¿Y cuando hay prisa por vender porque no se puede almacenar no debería bajar el precio tan rápido como cuando sube? Magnífica pregunta. Mis dieses. Pues sí. Debería. Habrá que preguntarse por qué los precios no son tan sensibles a bajadas, ¿no?
Pues es que los comercializadores también tienen sus cosas. En realidad, lo tienen fácil porque la demanda es prácticamente inelástica, no hay alternativas reales actuales para todo el combustible que se consume (sobre todo en transporte), las cuotas de las empresas no han cambiado mucho (¿Repsol, Cepsa, BP? ¿A alguien le suenan?), y, muchacho, no quiero empezar a hablar de las barreras legales y la integración vertical. Bueno, mira, sí quiero hablar. Esta combinación ganadora hace que los márgenes de beneficios se estiren como un chicle y que bajar impuestos y dar ayuda pública no vaya a servir de absolutamente nada, más que para desangrar el erario, porque van a comérsela.
El mercado minorista, compuesto por los propietarios de las estaciones de servicio, de las cuales muy pocas son independientes de las compañías aguas arriba está integrado verticalmente a través esencialmente de los archiconocidos contratos de abanderamiento, que trajeron cola en su momento por anticompetitivos. No se insiste suficiente en esto, para las consecuencias que tiene, que son básicamente extender y reforzar el poder de mercado de las empresas aguas arriba al mercado de comercialización, coordinando la política de precios de estaciones, algo que anecdótica y no tan anecdóticamente estamos observando con el efecto lunes y los anuncios de subidas de precios tras las medidas aprobadas por el gobierno, y eliminando a los independientes a través de prácticas de compresión de márgenes y otras exclusionarias.
Podemos pensar que, para lo que le queda a este combustible, no merece la pena restructurar los mercados, con lo complicado que es y el alcance global que tienen. Pero, por poca fe que tengamos en el futuro de las extracciones petroleras, que coincido, hay que ponderar lo siguiente: en lo que nosotros hemos tardado en llegar a esa conclusión, las empresas ya han ido y vuelto. Y sus inversiones se están ya destinando a otras fuentes de energía donde, si no se cambia nada aquí, van a extender y replicar exactamente este mismo modelo de control y márgenes de beneficios estratosféricos. Porque el petróleo será finito, pero la ambición, no.