Algo no marchaba bien cuando, en el seno del TerritorioEuropa, había que recordar y continuar reivindicando la libertad de expresión y el derecho a la libertad de prensa, dos líneas que se habían quebrado en el conflicto de Ucrania, como se quiebra un glaciar dejando en las dos orillas parte de la verdad. En la primera guerra europea del II Milenio, en el Año III d.C. -después de la covid-, la información seguía estando secuestrada y los aparatos de propaganda a ambos lados de la frontera seguían escupiendo falsedades y medias verdades. Fake news, lo llamaban. Su precedente fue la “realidad alternativa” del ex presidente Trump.
"La guerra de agresión no provocada, injustificada e ilegal de Rusia contra Ucrania y sus intentos de cambiar la arquitectura de seguridad europea por la fuerza van en contra del orden internacional basado en las normas y los fundamentos democráticos del orden político, social y económico europeo", afirmaba el Consejo de la Unión Europea.
En las conclusiones sobre las prioridades de la UE para la cooperación con el Consejo de Europa 2023-2024, “la guerra de agresión rusa contra Ucrania subraya con toda claridad el papel crucial de los medios de comunicación independientes y creíbles, en particular en tiempos de conflicto, y demuestra la vulnerabilidad de los trabajadores de los medios de comunicación que informan sobre la guerra y desde las zonas de guerra”.
Entre líneas, debería leerse la situación del periodista español Pablo González, que fue detenido en febrero de 2022 en Przemyśl, Polonia, cuando cubría la crisis de refugiados en la frontera, acusado de espiar para Rusia al comienzo de la guerra en Ucrania, según los Servicios de Seguridad Interior (ABW), el servicio polaco de contraespionaje. Dijeron que González, con doble nacionalidad rusa y española, usaba su carnet de periodista para viajar libremente por Europa y las áreas en conflicto militar, pasando información al servicio ruso de inteligencia (GRU). Sin juicio, sin pruebas, en enero de 2023 se le prorrogó la detención en prisión.
Mientras, el Consejo de la Unión, en cooperación con el Consejo de Europa, “se comprometía a seguir abordando los desafíos que afectan a la independencia y viabilidad de los medios de comunicación, amenazando la seguridad y la confianza del público en la información de los periodistas y otros profesionales de los medios de comunicación”. Los objetivos eran la libertad de expresión, la libertad de los medios de comunicación, la seguridad de los periodistas y la lucha contra la manipulación de la información, la desinformación on-line y off-line, la protección del periodismo y la seguridad de los periodistas.
-Nada más lejos de la realidad, David. Lo que se afirmaba en el DOC301-23 nunca llegó a cumplirse. En una guerra, la primera víctima es la verdad. El gobierno de la Unión había prohibido en todo su territorio la difusión de la propaganda del Kremlin, con lo que difícilmente se podía conocer la información oficial de la otra parte. Era como si a los ciudadanos europeos se les tratara como a niños y se les hurtara el derecho a elegir, según su criterio, cuál de las dos propagandas decidían creer.
-Es extraño, Laura. En la zona más democrática del mundo, donde la libertad de prensa y el derecho la información eran garantía para todos sus ciudadanos, se prohibieron medios de comunicación de otro país. Algo así como lo que pasaba en China. Pero eso se podía esperar de LaGranFábrica, incluso antes del Centenario de Mao. Aún gracias a que se podía acceder, al menos, a algunos canales de Telegram on-line…