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La muerte de Freya y la naturaleza segura

23/08/2022 - 

La curiosidad tiene a veces graves efectos secundarios. Con semejante paradoja, Freya abandona nuestro mundo terrenal, en su caso acuático, tras conocer la peor cara de devenir un objeto de deseo, como lo fue la diosa nórdica del amor, la belleza y de la muerte que le dio nombre. De nada ha servido que los estudiosos siguieran los avistamientos de sus visitas de esta viajera inquieta a las costas de Reino Unido, Países Bajos, Dinamarca, Suecia o Noruega. Tampoco han sido suficientes las advertencias de la administración sobre los peligros para la especie humana de acercarse a sus 600 kilogramos de masa corporal. Su apariencia achuchable, como diría mi compañero de tertulias ambientales Andreu Escrivà, le ha llevado a esta morsa hembra del Ártico a un final que no debería haber sido.

La decisión del gobierno noruego de dar muerte a la morsa Freya, cuyo mal no es otro que haber atraído la atención de turistas y selfies, además de haber disfrutado la siesta en botes ajenos, causa tanta división como en la vecina Finlandia lo hace la entretenida vida privada de su primera ministra, y más que el anuncio del racionamiento energético para abril de 2023 en el paraíso del coche eléctrico, donde los debates animalistas también se han dado con los osos polares, esa especie tan entrañable cuando se habla de deshielo y calentamiento global y tan peligrosa cuando impide el surco seguro de los cruceros que prometen un sueño de auroras boreales.

Foto: Jorge Gil / Europa Press

El sacrificio de Freya, como el de otros animales caídos bajo la justificación del riesgo con respecto a nuestra supervivencia, muestra de nuevo que cuanto más se aleja la vida humana de la naturaleza, más la vivimos como cualquier otra de las atracciones turísticas que nos hemos inventado. Ahí están los registros: antes de la pandemia, casi 110 millones de personas visitaban atracciones turísticas de vida silvestre cada año realizando actividades tan variadas y de dudoso gusto como hacerse selfies con tigres, paseos con avestruces, natación con delfines y entretenerse en granjas de cocodrilos, según World Animal Protection.

No puede sobresaltar a nadie que si nuestra ignorancia sobre la vida animal aumenta, la percepción sobre nuestra seguridad nos vuelve más vulnerables y a la vez más hostiles para la supervivencia de los ecosistemas: las falsas creencias de amenaza nos convierten a nosotros mismos en la amenaza. Uno de los mejores ejemplos está en los escualos, esos enemigos de la playa cuya caza cuenta con apoyo social cuando es temporada de baño, por muy especie protegida que sea. Y todo porque por nuestro gusto en eludir que los malos somos nosotros. Aunque en los titulares siempre es el tiburón el que mata, la contabilidad del Archivo Internacional de Ataques de Tiburón (ISAF), de la Universidad de Florida, recoge que en 2021 nueve personas perdieron la vida a causa de mordeduras de tiburón no provocadas frente a los cien millones de escualos que se estima que mueren cada año a causa del comercio de sus aletas.

Foto: AFP

La vida salvaje y la seguridad es un binomio propio del desconocimiento de la naturaleza, como lo es entender que la diversidad de la vida se reduce al equilibrio sin tener en cuenta lo inestable de la atmósfera. La transición de un espíritu colonial, tratar a la naturaleza como una conquista a la que hay que someter a nuestro dominio, a una perspectiva colaboradora, abogar por la era del respeto aceptando los límites de la biodiversidad a la que podemos contribuir para su conservación, necesita un tiempo, y más en la época del senderismo anticipado de las app, para aprender a digerir que los espacios seguros tienen poco que ver con ser naturales. El desafío está en considerar que podemos llegar a tener la capacidad de cambiar nuestra aproximación a la naturaleza.

La arrogancia o la sensación de superioridad humana en pocas ocasiones se ve alterada como con los fenómenos atmosféricos y sus efectos devastadores. Estos días tristes de incendios forestales del interior valenciano, como también lo serán cuando las playas de nuestro litoral desaparezcan con las DANA por llegar, algunas voces apelaban a la necesidad de “bosques seguros”, obedeciendo a la desesperación cuando el paisaje amado desaparece de forma drástica. Con menos emoción y más análisis, la reflexión del editorial de la revista Nature de hace unos días resulta de lo más acertada cuando se lee desde un ecosistema tan vulnerable alterado por los eventos extremos: la prioridad tiene que ser apoyar a los científicos que estudian las masas forestales.

Como rescataba el escritor británico Philip Hoare en su texto sobre nuestra cruel fascinación por la vida marina varada, con motivo de la muerte de la morsa Freya, cabe recordar la cita de l poeta y pintor William Blake de 1803: “Somos llevados a creer una mentira cuando vemos con, y no a través del ojo”. Dejemos que los ojos de la ciencia nos permitan aplicar las mejores decisiones para salvaguardar los paisajes y todas las formas de vida que los habitan.

 

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