La bonaerense ha ganado este año el Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve que publica Páginas de Espuma con los cuatro excelentes relatos que componen este volumen
MURCIA. Decía aquel —aquel es un amigo— que por lo general, la vida es muy larga. Afirmaba esto a contracorriente y con una seguridad tal que uno no podía hacer otra cosa que concederle el beneficio de una lucha breve contra los prejuicios de décadas de carpe diem y mensajes estresantes de la mercadotecnia del ahora —léase en diferentes niveles—. ¿Será la vida de veras tan larga? Esto conlleva una incómoda cuestión, una visión, una tarea: con qué la llenaremos para no acabar hundidos en un sillón en una habitación a media luz, tal y como imaginamos esta memoria futura. Lo sencillo es creer en la brevedad de la vida: de este modo es más fácil quemar el dinero, no preocuparse, tomar decisiones arriesgadas. En qué momento lanzar una idea así en una fiesta crepuscular en la azotea de una finca en el otoño valenciano. Frente a nosotros, entonces, un skyline interior, antenas y colada tendida y vecinas fumando un cigarro en la galería. Si la vida resulta ser tan larga, ¿cuántas parejas llegaré a tener? ¿En qué ocuparé el tiempo en los años más allá del horizonte? ¿Cuántas bifurcaciones recordaré arrepentido? La cuarta dimensión es muy tramposa: no hay manera de saber si el mañana viene hacia nosotros como un tren que ha perdido los frenos o si somos nosotros quienes corremos hacia él con las maletas repletas de incertidumbre. De hecho, cuanto más sabemos en el terreno más que fantástico de la física, más se despoja el tiempo de las capas de lo evidente. Es posible que seamos una sucesión de configuraciones de la materia y la energía, y que sea la percepción de ese cambiar aquello a lo que llamamos tiempo e imaginamos en movimiento, como el prodigioso lomo de una serpiente inconcebible que se desliza bajo nuestros pies.
El volumen de cuatro relatos con los que la bonaerense Magalí Etchebarne ha ganado este año el Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve que publica Páginas de Espuma es un retrato de la inercia humana tratado con áspera ternura y un gran talento. Cuatro historias en las que las protagonistas, en el primer caso, tratan de ofrecer resistencia al envejecimiento y a la vejez, en un mundo en el que, indefectiblemente hasta nuestra extinción, siempre habrá una generación más joven y pujante desplazándonos en la fila. Cada cual trata de capear esta realidad como buenamente puede: buscando una nueva pareja con menos décadas, o entregándose a la cosmética. Con el deterioro muerden también con más saña otros males: los hay que nos matan, y los hay que matan lo que somos. El segundo de los relatos viaja hasta las cataratas del Iguazú: allí se encuentran dos mujeres cuya amistad se ha forjado en el sector editorial, una es una efusiva autora de bestsellers eróticos, la otra es su correctora, la mano en la sombra que termina de abrillantar el producto antes de que llegue a las librerías —además de grandes superficies y plataformas deslocalizadas de venta masiva—. Es en este paraje en el que la naturaleza se muestra imponente y aterradora, uno de los lugares preferidos de los suicidas de la región, donde afloran los recuerdos que paralizan y estancan como un veneno existencial. El tercer cuento de La vida por delante, con un título excepcional —Tiempo de cenizas— por lo que descubrimos que significa, dos hermanas rinden un último homenaje a la madre de una de ellas, un gesto que despide a la matriarca de una extraña —solo a priori— tribu de mujeres que han protagonizados sucesivos remakes de una misma historia. El cuarto y último relato nos ubica tras los ojos de la integrante de una pareja en la que a él la costumbre lo ha vuelto un hombrecillo arrogante y asustado: un director de teatro aquejado de TOC egoísta y cruel. No siempre fue así.
“A veces, mientras cocina, Ana fantasea con explosiones. Una pérdida de gas que nadie detectó a tiempo, la estructura de esa casa vieja que al fin cede, tantas construcciones nuevas en el barrio abriendo huecos en la tierra y un día zas. Ramiro y ella bajo los escombros. Qué es lo que tiene que pasar para que una pareja implosione. Está la puñalada de la traición, la amante afilada que desgarra órganos y abre una herida que a la larga se infecta y envenena, pero también, piensa Ana, está la muerte lenta del amor. Este tipo de agonía geronte con discapacidades nuevas, incluso a veces sorpresiva. Un día volvés de una fiesta de disfraces y el otro no se puede sacar más el traje, se convirtió para siempre en un mono, Frankenstein, una heladera, un presidente bruto que se mueve por la casa como si fuese el rey. Después, es un arte oriental concentrarse en los detalles, fijar la atención a lo que permanece reconocible, rasgos adultos en un bebé, cuando desayuna mirarle entre las cejas y no a la boca, dormir en habitaciones separadas, evitar el sexo, viajes en auto con silencio telepático”. El retrato de Etchebarne es certerísimo. Y en la base de todo, el tiempo, la corriente sobre la que flota el sueño, los sueños, las ambiciones, las esperanzas, y en la que todo ello se ahoga sin remedio, cumplido o no. Las cuatro historias de La vida por delante están hechas de tiempo, de un tiempo concreto, muy particular, que una de las protagonistas se encarga de explicar en otro de los brillantes pasajes que dan forma a esta antología de de premio, y que apremia: “Pero a mí qué me importa el presente, es solo una fuerza imantada hacia el pasado que frena al futuro. Qué es el presente, a quién le importa si no existe, no dura, no cuenta una historia”.