Sumergida en la épica medieval, en medio de una agotadora campaña en suelo francés durante la guerra de los 100 años (1337-1453), que enfrentó a Francia e Inglaterra por la corona gala, entre el estruendo de la artillería y los cañones surgió ante mí en armadura blanca Juana de Arco, joven campesina humilde y analfabeta, que afirmaba recibir visiones de Dios, cambiando con ellas el rumbo del conflicto a favor de la victoria francesa, restaurando el trono a Carlos VII.
No obstante, fue perseguida y martirizada por la defensa de sus recados divinos y su aspecto masculino vistiendo pantalones atados con veinte cuerdas a una túnica para proteger su intimidad y su castidad de mujer, según explicó en el juicio que por herejía y brujería la condenó a la hoguera:
Fue amarrada a un poste ardiendo en la plaza del Mercado Viejo de Ruán y quemada viva hasta quedar en cenizas.
Antes y después, otras mujeres alimentaron las llamas de la dominación y la superstición.
"También existieron magos pero no fueron señalados como las brujas"
Llamadas hechiceras, adivinas, magas, iluminadas, poseídas…, todas tildadas de brujas. Nos referiremos a ellas con este calificativo por su potencialidad y referencia al personaje mágico, que desafiaba la ley de la gravedad y se empolvaba la nariz con ceniza colándose por las chimeneas.
Junto a "ellas"” también existieron "ellos": magos, adivinos, hechiceros, alquimistas, hasta apodados de astrólogos, pero que no fueron señalados ni sacrificados.
Las brujas de ficción, desde las antiguas Grecia y Roma, corrieron mejor suerte pero las de carne y hueso fueron perseguidas en el Medievo como las Brujas de Valais, en el Renacimiento con los juicios de Salem, y a través de la Inquisición Europea, que se alargó por varios siglos. Las religiones abrahámicas y otras confesiones las satanizaron por sus prácticas inofensivas, que no solían ir más allá de lo visionario y la sanación.
Se enfrentaron al poder eclesiástico y al poder político por ser peculiares, en una colectividad que no toleraba la diferencia, rompiendo con el papel que la sociedad patriarcal tenía establecido para las mujeres y que utilizaba el estigma para quitarles el poder.
Cualquiera que fuera el origen de sus inspiraciones fueron tratadas de trastornos psicológicos, alucinaciones o sueños, pero ellas se mantuvieron fieles a sus creencias y a su causa, desde su fe o su ciencia, desde su locura o su cordura, desde su sabiduría o su magia, empoderadas, reivindicadoras, feministas. Todas víctimas del prejuicio y la demonología, sometidas y condenadas al fuego o al agua, porque además de las brasas había otro método para llevarlas al sacrificio: las lanzaban al rio, si no salían a flote eran brujas. Evidentemente casi todas se ahogaban, porque no sabían nadar.
El estigma de la brujería y la persecución tuvo distintas manifestaciones a lo largo del tiempo, en pequeñas aldeas y grandes ciudades; mujeres que afirmaban tener visiones, dones espirituales, o singularidades fueron igualmente marginadas.
Ahora, en los intensos atardeceres del otoño, la magia de su luz y el invierno en el horizonte, nos volcamos hacia adentro y por las rendijas de la memoria se nos filtran relatos que nos llegan por tradición oral, como restos de un naufragio. Así es la historia de "la Quica", una joven mujer de condición rural, inocente y analfabeta, igual a la heroína francesa, que vivió sobre 1900 en la pedanía de La Algaida de Archena, localidad de la Vega Media del Segura, atravesada por su cauce.
De nombre Francisca Guillén Ortega, más conocida por la "Iluminada", esta joven, de complexión pequeña y frágil, un día dijo aparecérsele el Señor y la Virgen, iluminándola con sus mensajes. A partir de aquí cada atardecer, cuando el sol se perdía en la lejanía haciéndose invisible, predicaba en el lugar de las apariciones "las cosas del Señor", atreviéndose con la Autoridad Eclesiástica, dice: "Dios que me creáis, porque sus ministros no cumplen con su deber", y causando en todos asombro y desconcierto la transformación que en ella se operaba, al expresarse con magnificas dotes oradoras en los momentos del trance.
A sus misiones acudían campesinos, bañistas del Balneario del pueblo, vecinos de localidades cercanas algunos descalzos y todos enfervorizados, formándose colas de peregrinos, con tal entusiasmo que despertó el fanatismo en las gentes y la atención y el ataque de los medios de comunicación del momento, como el Periódico Nacional, Época o El Español…
Entre sus profecías se cuentan la guerra civil española ("una guerra en España enfrentará a hermanos contra hermanos") y la igualdad de sexos ("hombres y mujeres no se distinguirían por sus ropas"). Vaticinó cosas como la explosión del polvorín de Archena, que los hijos no conocerían ni respetarían a los padres, o el cambio climático ("las estaciones sólo se conocerían por los frutos"), quedando en el aire su profecía sobre una futura guerra nuclear…
"Aquella frágil mujer fue estigmatizada, cuestionada su cordura y hasta llevada presa"
Las fuentes de la época son dudosas, pero exponen que se vio envuelta en un episodio cruento, en el que se enfrentaron la exaltación y la devoción de la gente con la autoridad del Ayuntamiento. En un intento, por parte de éste, de disolver a la multitud, que asistía a una de sus predicaciones, sobrevino una pugna con heridos y pérdidas humanas. Durante el suceso tuvo lugar una de las predicciones más populares de Francisca: "Con ese brazo no podrás pegarle a nadie más sentenció al alcalde por golpear a su padre, cumpliéndose el augurio más tarde.
De resultas de todo ello aquella frágil mujer fue estigmatizada, cuestionada su cordura y hasta llevada presa.
A primera hora de un día, aun confuso por la falta de claridad, los vecinos de la pedanía, que pasaron por los aledaños de la acequia, descubrieron atónitos, en sus todavía oscuras aguas, una silueta femenina envuelta en sudario de metal. Sus ropas aparecían prendidas al cuerpo con alfileres, como si quisiera ocultar su desnudez, recordando a la doncella de Orleans, que defendió su dignidad femenina usando su atuendo como escudo. No presentaba rasgos de hinchazón y un fulgor celestial perfilaba los relieves de su rostro. Por entre los juncos y los zarzales del armado de la cequeta gemía el viento y las siemprevivas saltaban los márgenes, para acariciar los mechones de su cabello que ondeaban desmadejados.
En las retinas de los que se asomaron aquella madrugada a la zanja abierta al cielo, quedó grabada para siempre una sirenilla de plata durmiendo en su lecho.
Nadie sabe cómo fue y surgió desde la hipótesis del crimen hasta la leyenda de que en Francisca habitaba un espíritu maligno. Fácil es imaginar que exiliada del mundanal ruido, silenciada, confinada al abandono y al destierro de la soledad, la depresión la empujara a buscar la complicidad muda del agua.
Ayer como hoy, desgraciadamente las evidencias muestran que el patriarcado sigue siendo el terreno donde algunos, aún, se creen con derecho sobre las vidas y los dones de las mujeres.
¡Brujas! ¿Qué habríamos hecho sin ellas tanto en la literatura como en la historia? Rara es la civilización que no cuenta en su cultura con una de estas figuras. Y como quiera que sea, realidad, utopía o quimera, Francisca Guillén Ortega vive profundamente arraigada en la conciencia colectiva del folclore de su pueblo natal. Su carisma ha trascendido hasta hoy inspirando relatos y es objeto de programas de televisión. No cabe duda de que merece figurar en el libro de las brujas más célebres de la historia, junto a Juana de Arco, Marie Laveau, Helen Duncan y otras, como la Quica, "La Bruja del Segura".