En los últimos 10-12 años, España ha demostrado una notable capacidad para resistir. Hemos atravesado una crisis financiera, una pandemia, una crisis energética y un repunte inflacionario sin, en cierta forma, consecuencias mayores para nuestra estabilidad macroeconómica. En 2024 el PIB creció un 3,2% y la tasa de paro se situó en torno al 10,5%, aún elevada, pero casi la mitad que en años previos. Sin embargo, resistir no equivale a avanzar, y avanzar no implica necesariamente converger. Las preguntas al cerrar 2025 son claras: ¿esa resiliencia nos acerca a los estándares de productividad, innovación y bienestar del núcleo europeo? ¿o seguimos siendo un país que se defiende bien en la tormenta, pero no cambia de barco?
La competitividad y la productividad son hoy los grandes determinantes del desarrollo económico sostenible. Competir no es solo crecer, es producir más y mejor, innovar, crear las condiciones para atraer talento, desarrollar empleos de calidad y consolidar una economía robusta. Y aquí el balance se tiñe de tonos algo más grises. La productividad por hora trabajada apenas ha avanzado un 0,4% anual en la última década, uno de los peores registros de Europa. El PIB per cápita español equivale al 85%-88% del promedio comunitario. La transformación estructural se ha pospuesto o diluido en medidas coyunturales sin continuidad.
Las causas son múltiples, pero pivotan en torno a la falta de inversión sostenida en capital humano -es decir, no sujeta a políticas de un solo ciclo electoral-, en innovación y en eficiencia institucional. España invierte solo el 1,43% del PIB en I+D+i, frente al 2,3% europeo y al 3,5% de países como Suecia. Además, más de un tercio de los titulados trabaja en puestos por debajo de su cualificación. El absentismo laboral ya alcanza el 7% de las horas pactadas, con un coste que podría superar los 170.000 millones de euros (12% del PIB). A ello se suman la caída de la natalidad, el envejecimiento de nuestra población y un paro juvenil superior al 26%.
España invierte solo el 1,43% del PIB en I+D+i, frente al 2,3% europeo y al 3,5% de países como Suecia"
Por otro lado, la presión fiscal se concentra sobre una base cada vez más estrecha, y el crecimiento depende en exceso del impulso público y de sectores como turismo y construcción. Son estas actividades relevantes, que siempre hay que apoyar y ponderar, pero también necesitamos incorporar motores adicionales que aporten mayores dosis de valor añadido. Las últimas estimaciones del Banco de España apuntan a un crecimiento del PIB del 2,9% en 2025, con una tasa de paro del 10,6%, que bajaría al 10% en 2026 y al 9,6% en 2027. La AIReF es algo más optimista en PIB (3%) y el Consejo General de Economistas (CGE) se mantiene también en torno a estos porcentajes, coincidiendo ambos en que la reducción del desempleo será lenta. En otras palabras, la economía crece y la estabilidad institucional se mantiene, pero la convergencia sigue siendo un reto pendiente. En este escenario, el reciente Informe de la Competitividad Regional en España 2025 presentado en la sede del Consejo General de Economistas de España aporta una visión más granular y, en cierta forma, esperanzadora, aunque en este caso sea a nivel comparativo interno de nuestro país. A través de este índice de la competitividad regional (ICREG), que mide siete dimensiones clave —desde entorno económico hasta innovación—, se observa una convergencia interna real. Regiones históricamente rezagadas han mejorado en varios ejes estratégicos.
Murcia, por ejemplo, ocupa la posición 11 entre las 17 Comunidades Autónomas según este último informe, tras intercambiar puesto con la Comunidad Valenciana, que pasa a la posición 12. Destaca Murcia en el Eje 1 (Entorno económico), donde alcanza la séptima posición, y en el Eje 6 (Eficiencia empresarial), donde se sitúa en el noveno puesto. Además, ha protagonizado junto a otro grupo de CCAA un proceso de convergencia intenso desde 2008, creciendo más de medio punto por encima de la media nacional. Esto último, estaría en línea con el conocido Índice de Competitividad Regional (RCI) que publica la Comisión Europea, ya que del mismo se puede extraer que en la última década la Región de Murcia ha mostrado una ligera mejora en su posición.
Sin empresas más grandes, competitivas y que potencien el acceso a tecnología y talento, o unan sus esfuerzos para ello, no hay convergencia posible"
Según los últimos datos oficiales, Murcia pasó de una puntuación aproximada de 75 puntos en 2016 a 84 puntos en 2022, lo que reflejaría un cierto avance, especialmente en infraestructuras y conectividad digital. Sin embargo, otros indicadores de mejoras en competitividad tienen aún capacidad de recorrido. Así, el futuro de la competitividad murciana dependerá de su capacidad para afrontar retos estructurales mediante políticas valientes que potencien su ecosistema innovador, impulsen la inversión en capital humano —especialmente en jóvenes— y mejoren la eficiencia del tejido empresarial, mayoritariamente compuesto por pymes. Estas, como ya se ha destacado también en otros estudios desde el Servicio de Estudios del CGE, representan el 95% del total y tienen una productividad un 40% inferior a las alemanas.
Sin empresas más grandes, competitivas y que potencien el acceso a tecnología y talento, o unan sus esfuerzos para ello, no hay convergencia posible. El momento es ahora. La economía crece, los fondos europeos aún ofrecen una oportunidad irrepetible y la estabilidad institucional se mantiene. Para transformar la resiliencia en “energía” que pueda llevar a la convergencia hacen falta pactos de largo plazo, políticas públicas centradas en resultados, y una mirada positiva hacia la colaboración público-privada en proyectos tractores, comparando ejemplos que ya hayan funcionado en otras latitudes. Como apuntaba Paul Romer, Nobel de Economía, en sus análisis y estudios, el crecimiento económico sostenido y convergente a largo plazo no es un misterio; es una cuestión de elección. Se debe, por tanto, elegir y hacer entre solo resistir… o resistir y converger. Porque siempre 2 suman más que 1.
Salvador Marín
Economista
Catedrático Universidad de Murcia