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Y así, sin más

Las despedidas, las segundas oportunidades y Linda Evangelista

28/05/2023 - 

MURCIA. “Las segundas partes nunca fueron buenas”, dijo una amiga en una noche de tacos. “Qué razón tiene la jodida”, respondió otra. Otro día, mientras tomaba un café en la plaza de la Luna, en pleno centro de Madrid, escuché el consejo que una mujer le estaba dando a quien compartía mesa con ella. “Nadie que te quiere te hace eso. Alguien que te quiere, lo hace y ya. Siempre, y siempre bien”, decía.

Llevo ese consejo de una desconocida tan clavadito que duele. Debato mucho sobre el tema: ¿irse o dejar que se vayan? Nunca he conseguido unir a nadie entorno a ese dilema. A veces el trago más amargo es el que queda por dar. No hay reflexión posible cuando la idea era hacer equipo y eso se acaba, aunque a veces sea mejor así.

Leí una mañana de invierno que Linda Evangelista volvía. Aquella que fue la top entre las tops en los años ochenta y noventa, y que no se levantaba de la cama por menos de quince mil dólares, resucitaba de entre sus cenizas. La misma Linda, señoras y señores, con aquel corte a lo garçon y su belleza arrolladora, decidía volver de su desaparición para reencontrarse con la moda.

En el año 2017, Donatella Versace organizó un desfile en Milán que fue a su vez un homenaje a las supermodelos de los noventa a las que su hermano Gianni ayudó a convertir en lo que fueron. Ese grupo de mujeres esculturales, tan famosas como estrellas del rock que no necesitaban apellido. Todo el mundo sabía de quién se estaba hablando si se mencionaba el nombre de Claudia, Naomi o Cindy. 


Para aquel desfile, Donatella consiguió reunir a Carla (Bruni), Claudia (Schiffer), Naomi (Campbell), Cindy (Crawford) y Helena (Christensen). Una vez pasada la euforia generada tras volver a ver a todos aquellos iconos pisando de nuevo una pasarela como ya lo hicieran en el desfile de Versace de 1991, al que el homenaje remitía, llegó la inevitable pregunta: ¿Dónde estaba Linda? La respuesta: había pasado por un complejo tratamiento estético que la había dejado, aseguró, “deformada”.

La que fue fotografiada por fotógrafos de la talla de Peter Lindbergh o Steven Meisel, decidió esconderse tras aquella cirugía que le provocó una depresión. Ocho años más tarde, una de las modelos mejor pagadas de su generación, volvía a la portada de Vogue para darnos la lección de que la suma de la vida es lo que importa. 

Edward Enninful, el director de la edición británica de Vogue, escribió unas líneas sobre lo que suponía para él y para la publicación ese retorno, explicando que deseaba trabajar con la modelo y darle una portada desde 2017, y que la había llamado en multitud de ocasiones, pero ella se negaba. Para Enninful, la elección de Meisel para la vuelta de la modelo era obvia, porque forma “un dúo icónico” junto a Evangelista: “Nadie entiende a Evangelista mejor que Meisel”, decía. Para él, esta nueva sesión fotográfica se convirtió en “un momento clave de la historia de la moda”.


“Ya no podía seguir viviendo con ese dolor. Sabía que tenía que hacer un cambio, y el único cambio era contar mi verdad”, explicaba la modelo canadiense. “Si hubiera sabido que los efectos secundarios podrían incluir perder las ganas de vivir, y que acabaría tan deprimida que me odiaría... no, no habría asumido ese riesgo”, confesaba. “Tengo puntos por todo el cuerpo, he llevado vendas de compresión en la barbilla, he tenido mi cuerpo vendado, apretado, durante ocho semanas... nada ha ayudado”, describía. Incluso dejó de alimentarse, “comiendo una rama de apio o una manzana”, y bebiendo solo agua. “Me iba a volver loca”, relató.

En una sociedad obsesionada con la imagen que proyecta, abracemos la diferencia. Escribo eso y automáticamente pienso en una chica que viene a mi gimnasio. No tiene mucho más de veinticinco años. Una tarde hablaba con la monitora de bodypump de los retoques estéticos que se había hecho. “Soy mi mejor creación”, afirmó entre risas. No dejemos que nuestra belleza quede en manos de la ciencia. He descubierto que lo más bonito suele ser dejar que seamos uno mismo.

Volver al sitio de donde un día te fuiste es difícil. Dar segundas oportunidades, todavía más. No sé si a veces se merecen, pero sí que he aprendido a disfrutar de la sorpresa que es el camino de darlas porque, como dijo Gabriel García Márquez, “solo las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Y así, sin más, descubrí que no había nada de malo en dejar que lo que un día se fue volviera.

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