la mano visible / OPINIÓN

Encíclica criptiana

23/06/2022 - 

La paciencia se premia, queridos lectores. Aquí va la tan ansiada (nadie suspiraba por esto, evidentemente, es una figura retórica, dejadme darle un poco de teatralidad y emoción a mi vida) reflexión sobre las criptomonedas. 

¿Qué es el dinero? Dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es dinero? ¿Y tú me lo preguntas? El dinero es todo aquel activo que generalmente se acepta como medio de cobro y pago en transacciones. En realidad, aquí entra todo lo que podáis imaginaros que sirva para intercambiar por bienes y servicios: otros bienes y servicios, por supuesto, pero también la moneda, que si bien inicialmente tenía el valor del material del que estaba hecha, y luego apoyada por reservas de oro, posteriormente (no hace tanto, la verdad) pasó a representar un valor simbólico, un tótem, y funcionar ya enteramente a través de actos de fe o confianza en el gobierno de turno (moneda fiat) controlado por un sistema de bancos centrales (que podréis criticar cómo de bien o mal realizan su función, yo no voy a romper muchas lanzas en su favor, pero su función en sí misma me la respetáis, ácratas) e intermediarios que garantizan que se pueden realizar transferencias reversibles (en algunas ocasiones) garantizando el cumplimiento de una serie de condiciones mínimas de los remitentes y los beneficiarios. Para que este modelo obre su magia necesitamos que la moneda se encuentre ampliamente aceptada y extendida y se reconozca o imponga (más bien esto) como medio de pago. 

Bien ahí. Teo y la teoría monetaria, más o menos. Sin embargo, un grupo de mentes anarko-liberales-preclaras (una combinación merecedora de muchos premios darwin por la aspiración a un mundo distópico “el Estado es el único opresor, volvamos a la naturaleza donde sólo se aprovechará de mí el más fuerte (económicamente)”), cansados del insoportable yugo de la inepta Administración y los tiquismiquis Bancos Centrales, concibe las criptomonedas. Se trata de activo digital creado -presuntamente- como una forma descentralizada de sustituir este modelo fiat público (supongo que podemos, de momento, ignorar que el sueño descentralizador es incompatible con el hecho de que el control de estos activos esté intensamente concentrado en muy pocos “monederos” y que para minar se requiera un músculo energético importante) y evitarse intermediarios que tienen la manía, no porque sí, sino porque un malvado Estado que controla el blanqueo de capitales lo impone, de comprobar que no son jeques de la guerra o pedófilos empedernidos o camellos a gran escala. 

Lo que aquí me interesa es contaros por qué esto nunca va a poder sustituir al dinero (ya veo, dentro de 50 años, este activo tóxico, por lo que sea (el escenario Mad Max), funciona y dejo de poder ganarme la vida como gurú económica, pero mira, voy a arriesgar mi colosal reputación) y cómo es posible que, pese a ello, sea difícil no conocer a alguien en la parte baja de esta cadena trófica digital (no, no eres el shark financiero que crees ser, José Manuel. Eres, a lo sumo, plancton).  

Hay motivos irrefutables, creo yo, para que ésta sea una apuesta demasiado costosa desde una perspectiva individual y social. Yo voy a centrarme en la última, porque cada uno como si se fuma su dinero: la primera son los costes marginales crecientes y, la segunda, es que vamos a morir.  

Con mucho pesar en mi corazón, he de dejar hoy al margen varias razones de bagatela por cuestión de aburrimiento y porque creo, en realidad, que no son los problemas fundamentales por los que no va a funcionar. El primero es que el valor de las criptomonedas fluctúa conforme al mercado, mientras que, si se hace bien, el del dinero fiat, en principio no o poco (aunque como cabalga la inflación, tampoco quiero darle mucho bombo a este argumento y porque ahora existen stablecoins que vinculan su valor, entre otros, al del dinero corriente y moliente, desvirtuando, supongo, la naturaleza de la criptomoneda). El segundo argumento de minucia es que su opacidad y la ausencia de intermediarios controlados públicamente determina que se utilicen con una frecuencia pasmosa para transacciones con origen ilegal. Y, finalmente, que, de momento (excepto en El Salvador, y con bastantes matices), no es de curso legal, no hay obligación de aceptarlo en ninguna parte, lo cual hace que se convierta, esencialmente, en un activo especulativo.

El momento en el que uno se sube al tren del dinero cripto, como en todos los esquemas que tienen la forma de una estructura donde enterraban faraones, es central. Determina de cuántos parásitos es uno huésped y la probabilidad de convertirse uno mismo en parásito también. Y hay que llamar a las cosas por su nombre. Esto, concretamente, es un esquema de triángulo isósceles, dado que los beneficios se obtienen exclusivamente a través de la entrada de nuevos inversores, convirtiéndose, muchos de ellos, en comerciales de la propia criptomoneda a cambio de más rentabilidad, multiplicando las vías de captación. 

Y uno se preguntará, ¿qué clase de estupefaciente se consume para querer entrar en este tipo de círculos ineficientes y piramidales (¡ups!)? Pues el sano juicio se adormece de varias formas: la avaricia y una mezcla entre un optimismo brutal confiando en que hay gente más ingenua que uno mismo y una autoestima boyante, que hacer creer que se puede engañar al sistema. Al servicio de estas flaquezas humanas se encuentra una campaña de publicidad y desinformación ingente. Las inversiones en márketing de quien controla estos modelos de negocio son monstruosas. Porque si se conoce su funcionamiento, los inversores que tengan la patata caliente entre sus manos cuando (nota que no digo si, sino cuando) estalle la burbuja, implosionando el modelo, van a quedarse con un palmo de narices si no han podido escapar a tiempo de la red apurando el esquilme de otros incautos (pero avariciosos) corderitos. Por eso hay tanta gente tan enconada protegiendo el honor de este valor (y holdeando, siempre holdeando) como si su hombría dependiera de ello, porque creen, como lampreas que son, que aún quedan víctimas de las que se puede abusar. 

Pero volvamos a mis dos puntos centrales. En primer lugar, las cripto no son un valor normal. No por nada, sino por cómo se “minan”. Este activo lo tiene que crear alguien. Ese alguien, siguiendo el principio de descentralización (elemento de propaganda fundamental de la moneda), puede ser cualquiera. Podrías incluso ser tú, José Manuel, si contaras con suficiente tecnología y *dinero fiat* (porque a quien te suministra energía para minar, mira tú por dónde, no le pagas en criptomonedas) como para poder producirlas. Las criptomonedas se originan como consecuencia de emplear una tecnología -blockchain- que resuelve problemas con un equipo cuya potencia (“hash power”) es central, para garantizar que la cadena de transacciones llevadas a cabo está intacta (no corrupta). Cuando se inaugura el modelo cripto, para resolver los primeros problemas y originar las monedas, la energía, potencia y tiempo consumidos eran relativamente bajos. Pero esto no se mantiene estable. Conforme se avanza en la consolidación del modelo absurdamente ineficiente, los problemas son cada vez más complejos, por lo que los recursos necesarios son crecientes (dicho en neolengua, el coste es proporcional al número de “blocks” que se han “hashed” previamente. Flageladme por usar estas expresiones, lo merezco). Sintetizar una unidad de moneda más consume recursos incrementales, esto es, más cantidad que los invertidos en producir la unidad anterior. Jaque mate, economistas de los costes marginales decrecientes.

La segunda razón -todos vamos a morir- parece exageradamente dramática. No lo es. Nos encontramos al borde del abismo medioambiental y esta inversión es de lo más insostenible. Están los gobiernos haciendo malabares para acelerar la transición hacia fuentes de generación de energía limpia porque el mundo se asfixia y tú estás comprando tu pedazo de bosque para quemar. “Minar” monedas consume una elevada cantidad de recursos energéticos, especialmente desde que las granjas se han tenido que mudar a países donde la energía no es tan limpia y depende esencialmente de combustibles fósiles. 

¿Es esto suficiente razón de peso para acabar con la industria no productiva más absurda de este siglo? Pues hombre, el sector del transporte, especialmente, el aéreo, parece probar que no. Pero es que, por otra parte, en esas industrias super-contaminantes con las que se compara “se hace algo” (que también, por qué no decirlo, es un estándar de aceptación realmente bajo). Las cripto son esencialmente una fuente de especulación y cueva del crimen. Y no sé si consumir el 0,5% de la energía mundial (y en aumento porque todo el mundo ahora es inversor y porque cuanto más se mina, más cuesta minar) en ilusionismo económico (expresión que voy a utilizar para significar que “parece que se hace algo, pero en realidad, te están engañando como siempre”), en el mejor de los casos, y mantenimiento de cueva de Ali Babá, en el peor, está justificado, la verdad. 

¿Deberían prohibirse las cripto? Pues no lo sé. La cuestión es que se trata de una inversión en un activo mera o fundamentalmente, para ser más exactos (porque determinados comercios sí aceptan alguna criptomoneda (Bitcoin, básicamente) como pago -Tesla ahora lo hace ahora no lo hace, dependiendo de cómo se haya levantado ese día el ilustrísimo señoro y de cómo le rente, si ha vendido o no su portfolio cripto ese día. Es la cripto de Schroedinger-), especulativo. Y las inversiones financieras, especialmente las especulativas, deberían estar muy reguladas y controladas, sobre todo en aquello que atañe a la publicidad y sus promesas de rentabilidad, por supuesto (algo que ya ha hecho la CNMV y el Banco de España, sobre todo hacia pequeños inversores, información a la que somos totalmente impermeables, parece). Pero, sobre todo, deberían estar gravadas hasta decir basta por todo el daño que hacen como viento huracanado que infla burbujas financieras eco-insostenibles. Y no seré yo quien quiera convencer a los señoros (según las estadísticas, el inversor tiene un perfil de hombre joven con ingresos elevados (no es en vano el término “cryptobroh”)) de qué hacer con su dinero. Pero ya me veo venir el desenlace del sueño libertario digital: cuanta más gente haya afectada por esta fiebre codiciosa, mayor será el poder del lobby que luego exija su rescate y ahí que nos veremos envueltos el resto para tapar el agujero de avaros obtusos. 

No, no se me olvidada mi cruzada. Tenemos que abolir la monarquía. Emancipémonos democráticamente. Es hora de graduarse y dejar atrás vestigios de tiempos mucho peores.

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