MURCIA. Emilio Tuñón ha sido reconocido con el Premio Nacional de Arquitectura 2022. Una distinción que se le entregó por su extensa trayectoria y por "su vocación al servicio de la sociedad". Comparte con Plaza algunas notas sobre sus trabajos, además de su visión sobre cuál cree que es el futuro que le depara a la arquitectura.
-No todo el mundo recibe un Premio Nacional, así que, ¿qué le diría a los arquitectos o a los estudiantes que ven tan negro el futuro de la profesión?
-El futuro de la profesión nunca se ve negro. Es de las pocas carreras en las que no hay paro. Es cierto que nos hemos proletarizado más que en otras carreras. Un estudiante de arquitectura cuando acaba gana a lo mejor menos que un abogado que entra en un bufete, pero tenemos una vida más larga en el sentido profesional. Las vidas profesionales de ejecutivos o abogados se acaba a los 55 o 60 años. Los arquitectos estamos más tiempo en activo. También creo que es un trabajo hermosísimo. Algo que no entiende la gente es que hay tanta cantidad de arquitectura en una pequeña reforma de un piso como en un rascacielos de Nueva York. Puede haber la misma cantidad. Eso es hermoso, porque un joven que acaba y le toca hacer una reforma de unos pisos, el trabajo le puede llevar tanto tiempo como si hiciera un rascacielos. Es una profesión que todo el mundo que la hace sabe que es tremendamente enriquecedora y apasionante. Otra cosa es que uno no se haga millonario. Aceptamos casi de buena gana que nuestras vidas son económicamente más ajustadas.
-Y ante la evolución de la tecnología, ¿cómo puede adaptarse la arquitectura?
-Los arquitectos fuimos de los primeros que en cuanto aparecieron los ordenadores, empezamos a trabajar con ordenadores; cuando aparecieron los portátiles, trabajamos con portátiles. Tenemos, en ese sentido, cierta añoranza por la tecnología, nos interesa. Efectivamente ya hay programas que te permiten optimizar viviendas, grados de aislamiento... Pero suelen ser genéricos y siempre hace falta cierta interpretación del lugar en el que trabajas. Hay que tomar decisiones. La inteligencia artificial nos va a aportar mucho en organización, pero como decía Miguel Fisac, cuando uno hace arquitectura primero piensa el qué- qué es-, segundo el dónde- dónde está- y después el cómo- con hormigón, ladrillo...- y por último, y lo más importante, que es el no sé qué. Ese no sé qué no lo tiene la inteligencia artificial y es lo que vuelve un lugar más especial. Le das algo que hace la obra más hermosa y que le permite a las personas vivir mejor. Los arquitectos no somos capaces de cambiar el mundo, pero sí hacemos que las personas vivan mejor.
-Opina que toda obra arquitectónica es un autorretrato. ¿Cómo es el de Emilio Tuñón?
-Lo bonito de las obras arquitectónicas es que van construyendo una autobiografía de tu vida. Vas conociendo las ciudades a través de las obras. Es bastante hermoso. Acabas teniendo una relación con la ciudad, las personas y el clima. No son iguales, pero siempre empiezas la siguiente donde has dejado la anterior. Siempre van como hermanadas. No son iguales, pero tienen algún gen común. Mi equipo y yo siempre hemos estado obsesionados con la idea de la igualdad y la diversidad. Por ejemplo, en el Museo de Castellón, los cuatro niveles de los cuatro museos son iguales en metros cuadrados, en superficies, en dobles alturas, pero son diferentes porque la doble altura se va moviendo y desplazando. Cuantitativamente es igual y cualitativamente es diferente. Ocurre en todas las arquitecturas que hemos hecho.
-¿Le ha quedado algún sueño profesional por cumplir?
-En ese sentido soy muy pragmático y pienso que uno hace lo que puede. El arquitecto hace lo que le van dejando hacer. Aunque, siempre hay algún trabajo que a uno le hubiera gustado afrontar. He hecho muy poca vivienda social. Me gustaría tener un buen cliente al que le gustara la investigación en vivienda social. También, una capilla, que no he hecho. Un espacio sagrado y más espiritual, me parecería interesante de abordar.