El director catalán impacto, que no ganó, en el Festival de Cannes, con la más accesible de sus películas, el thriller político Pacifiction
MURCIA. Albert Serra (Banyoles, 1975) entró como elefante en cacharrería en la Sección Oficial de Cannes con un thriller político contemplativo de 163 minutos ambientada en la Polinesia. El contraste con las otras 20 películas a concurso fue tal, que la prensa española y francesa le auguraron la Palma de Oro. Finalmente, el rumor se quedó en un deseo de riesgo. Ni siquiera rascó premio su actor, un solventísimo Benoït Magimel, pero el eco mediático y en redes sociales de esta trama hipnótica, que especula con la reanudación de los ensayos nucleares de Francia en sus Territorios de Ultramar, puede que al fin profeta en su tierra. Lo que todavía no está contrastado es que, como así le espetó a la periodista de La Vanguardia Astrid Meseguer en una entrevista en 2016 sea el “único que hace cine de autor bueno y honesto en España". Con todos ustedes, el seguro mayor procurador de titulares en el cine patrio.
- Filmaste 540 horas, cuando dispones de esa enormidad de material, ¿piensas en reutilizar el material en otro proyecto?
- No, solo utilizo ese material para la película final y ahí es donde reside su cualidad. El proceso de edición es una condición necesaria para alcanzar este punto de ambigüedad que no encuentras en ningún otro filme. El resto de proyectos con un discurso político resultan algo infantiles. Lo entiendes todo. Es una metodología que he creado, pero es tan dolorosa, tan estresante y consume tanto tiempo de trabajo que no sé si estoy preparada para volver a hacerlo. Es un sistema para garantizar que harás algo único, que nadie más puede hacer, pero ni yo mismo sé si repetiría la experiencia, porque gran parte de tu vida se enfoca a la edición. Han sido siete u ocho meses de entrega por parte de tres personas, siete días a la semana. Ha sido tan cansado que tengo que pensarlo detenidamente.
- Los actores no saben si van a quedarse en la mesa de edición. ¿Cómo los preparas para algo así?
- En mi anterior película, Liberté, uno de los principales personajes fue eliminado y lo interpretaba la actriz mejor pagada del elenco, que me dijo que era la primera vez que el protagonista era eliminado en la edición final de la película. Es una condición que aceptan desde el principio, saben cómo trabajo y se les paga todo el trabajo. Cada dia quiero a todo el mundo en el set. Es entonces cuando decido qué voy a hacer. Me gusta porque crea cierta tensión en los actores el hecho de no saber si ese día rodarán y que aun así tengan que estar listos, como también que varios actores interpreten el mismo papel o un mismo actor diferentes roles. Es mi manera de provocar diferentes sensaciones y crear inocencia. Ni siquiera ensayo. Con 540 horas, seguro que cae algún intérprete, pero tengo 537 horas de margen, de seguridad en caso de que estas tres horas no funcionen.
- ¿Por qué la Polinesia, hay algo en su cultura que te atrajo a esa localización?
- La iconicidad de sus imágenes, la idea de paraíso y la autobiografía de la mujer de Marlo Brando, Tatarita Teriipaia. En ellos explica cómo nació y vivió en un mundo puro hasta que los estadounidenses llegaron a su isla para rodar Rebelión a bordo (Lewis Milestone, Carol Reed, 1962) y todo se corrompió. De hecho, tuvo consecuencias trágicas, su hijo mató al novio de su hija y paso años en prisión, y su hija, finalmente, se suicidó. En contraste, el resto de familias de su entorno tuvieron una vida feliz y sencilla, sin contratiempos. Esta idea de la podredumbre en el paraíso me inspiró.
- ¿Qué aliciente tenía rodar un thriller político en un escenario donde pervive el colonialismo?
- Visualmente le daba un mayor atractivo al filme, porque normalmente, cuando ruedas tramas políticas, suelen desarrollarse en grandes ciudades y despachos, yo quería trasladarlo a un contexto exótico, porque aumentaba la extrañeza del filme. Nunca tengo ni idea de nada, me gusta el shock. Yo voy al lugar donde vamos a rodar con el equipo y veo qué pasa. Esta vez fui un par de semanas para localizar y hacer el casting. Me gusta esa fricción porque elimina cualquier idea preconcebida, pero en el buen sentido. En general, como soy una buena persona, la idea lúdica del trabajo, de pasarlo bien, prevalece, pero luego has de incorporar cierta tensión, porque si no, las imágenes pueden ser flojas o ridículas. Así que es un raro equilibrio, pero para mí, cuanto más caótico sea un proyecto, mejor, porque implica que está fuera de control y por tanto, eres inocente. Yo soy de los que pescan en ríos revueltos.
- ¿Qué imagen de la clase política querías transmitir tras esta trama donde todo son intrigas?
- Todos los políticos son como robots, no puedes entenderlos. Se dedican a repetir el programa del partido, en lugar de pronunciar discursos espontáneos. No se salen del guion y ni siquiera aceptan preguntas de la prensa, porque no tienen respuestas. Solo las buenas personas responden.
- ¿Cómo ha cambiado la percepción de la amenaza nuclear en tu película ahora que el contexto histórico la ha vuelto más creíble?
- Ahora todo el mundo quiere tener una bomba nuclear y una central nuclear. Especialmente en Europa, donde no hay grandes catástrofes naturales y los países quieren dejar de depender energéticamente de Rusia. Cuando era pequeño, este tipo de energía y de armas eran el demonio, pero ahora se ha puesto de moda, incluso entre la población. Políticamente la situación se ha tensado, pero la coincidencia con mi película ha sido pura casualidad. Soy un gran lector de historia, pero especialmente me interesa la II Guerra Mundial. Fue catastrófico. Ahora estamos acostumbrado a algo limpio, sencillo y confortable, pero hace no tanto murieron millones de personas y enviados a la muerte. La idea de luchar por unos valores ahora se equipara a una protesta airada en Instagram. Piensa en la Batalla de Normandía, gente de Canadá, Estados Unidos, Reinos Unidos fueron allí para morir por otros. Ya ahora la invasión de Ucrania nos ha cambiado la perspectiva.
- ¿Qué opinas de la decisión del Festival de Cannes de vetar la presencia del cine ruso en esta edición como consecuencia de la invasión de Ucrania?
- He estado en Rusia varias veces y me gusta mucho, aunque también soy consciente de lo que son capaces… No obstante, me parece muy injusto, porque la gente de a pie no es responsable de las decisiones de su Gobierno. Se les está tratando a todos como si fueran el diablo. Hay muchos conceptos que se confunden, una cosa es el Estado, otro, la patria, y otro, la población. No puedes meterlos a todos en el mismo saco.
- ¿Te consideras un provocador?
- No. Incluso Liberté no era provocadora. Formalmente, mis películas sirven a una interna lógica. Ideológicamente no tengo nada que decir ni tengo soluciones a ningún problema del mundo ni quiero tenerlo. Lo mío es el arte. Me gusta aceptar el mundo como es, porque esta retórica de querer cambiarlo… Dale, hazlo, vete a primera línea de frente como millones de personas lo hicieron en la II Guerra Mundial. Ahí estuvieron las revoluciones francesa y rusa para provocar cambios y mira a qué precio. Mi objetivo es crear imágenes contemporáneas que sean originales, interesantes y desconocidas. En esta película hay atmósferas inéditas. Por momentos no sabes si estás viendo una farsa, una propuesta seria o visionaria. Lo que estás viendo es totalmente inestable.