Los grandes hitos de la investigación mundial de todas las estaciones del año según Science, los cambios de cartera en los ministerios no unificados de Ciencia, Educación y Universidades, la crisis de materiales que ahoga la innovación europea, ómicron y Sudáfrica, el fracaso de Covax o la factura del Brexit para los científicos británicos en el programa Horizonte Europa y sus repercusiones en el resto de la ciencia del continente... Todos podrían representar la sustancia del puchero navideño, el análisis sesudo de fin de curso, de lo que ha dado y de lo que le ha pasado a la ciencia en el año II de pandemia; un ejercicio anual que acaba con el clímax de haber lanzado al espacio la mejor de las tecnologías con la esperanza de que antes conozcamos el origen de la luz en el universo que el origen de nuestra factura de la luz.
2021 también regala contrastes como que el Papa Francisco llame a la acción climática de todos los gobiernos apelando a "un consenso científico muy sólido que indica que actualmente somos testigos de un perturbador calentamiento del clima", y al administrador de la NASA, el abogado creacionista Bill Nelson, celebrando el despegue del telescopio espacial James Webb con "Dios os bendiga y Dios bendiga al planeta Tierra". Y luego le dirán que tan propia es la mística de las ciencias físicas, mucho antes de que lo vea en No mires arriba. Cuando la fiebre editorial de publicaciones hacen de los resultados un auto de fe, y más desde España, donde la infrafinanciación convierte a la ciencia en un auténtico acto de fe, tales mezclas no deberían extrañar a nadie.
Porque, de símbolos y mitos, está llena la ciencia, no se le olvide. Uno de ellos es la rana en ebullición de Heinzmann, un científico del que poco se sabe pero del que trascendió que en 1872 se le ocurrió experimentar con estos anfibios, que nos resultan achuchables por culpa de Jim Henson. El investigador puso unas cuantas a remojo, calentando el agua gradualmente de 21ºC a 37,5ºC, y observó que las ranas no intentaron escapar, sino que murieron al permanecer en el agua caliente. La anécdota, contestada por otros investigadores, acaba con la moraleja de que las ranas, por su capacidad de adaptar su temperatura corporal al ambiente, emplearon su energía para compensar el aumento de temperatura en lugar de escapar.
Sea cierta o falsa, la historia de la rana hervida alimenta diversas metáforas y da nombre a un síndrome para describir la inacción ante un problema cuya gravedad aumentará hasta alcanzar proporciones catastróficas. La investigación y la sanidad, tanto de regadío como de secano, conocen muchas de estas ranas cocidas, multiplicadas en los dos años de pandemia.
Si ha abierto sus redes sociales durante el año, habrá visto como los médicos de Atención Primaria relatan en directo la multiplicación de pacientes en su agenda diaria de consultas, o como los urgenciólogos atienden, en una jornada laboral de doce horas, los efectos del coronavirus en los que se niegan a vacunarse. Mientras, Andalucía despedirá a 8.000 sanitarios, Navarra suspende vacaciones de sanitarios, cirugías y consultas debido al aumento de la presión hospitalaria y en la Comunidad Valenciana tenemos un buen lío con los contratos abusivos sanitarios.
En la carrera científica, más de lo mismo, desde siempre, sin que lo remedien las novedades de fin de año, que se resumen en reducir la etapa posdoctoral a dos años en el marco de los programas de excelencia Juan de la Cierva y Ramón y Cajal, lo que ha incendiado el yoísmo científico, al enfrentar investigadores junior-junior (con menos de cinco años de experiencia y con posibilidad de estabilizarse) y junior-senior (con más de seis años de experiencia y con más posibilidades de quedar fuera).
Además de la falta de unas condiciones dignas, no es infrecuente que los trabajadores de la investigación y la sanidad se sientan en muchas ocasiones solos, un sentimiento de abandono que agrava el desgaste profesional o burnout, palabra de Nature. Cuando nuestra sociedad está cada vez más sensibilizada con la salud mental, es hora de actuar en la prevención y los esfuerzos a nivel de sistema, que implicarían buenas pautas en un buen ambiente en la vida laboral de investigadores y personal sanitario, lo que repercutiría directamente en los pacientes.
Se necesitan entidades que brinden la oportunidad de una comunidad social y profesionalmente competente que impliquen a personas en la misma situación, contribuyendo a identificar y solucionar las deficiencias que cada una de las instituciones implicadas no puede resolver. Si se piensa en la olla de la rana, no cabe duda de que es más fácil regular la temperatura juntos, pero que algunos tienen una mayor influencia que otros sobre el termostato común. Deseo que 2022 nos dé respuestas para no volver a la casilla de salida.