MURCIA. Salvador Martín nos habla de sucesos extraordinarios acaecidos en Yecla, que aún permanecen en la mentalidad colectiva aunque han sido modificados por la tradición oral. Uno tuvo como escenario la capilla húmeda y oscura de una iglesia allá por el siglo XVII, donde estuvo mucho tiempo al culto una imagen de San Juan, posteriormente sustituida por otra de San José de Calasanz, el que fuera fundador de los Escolapios.
Por aquel entonces falleció un yeclano de pro por una inmensa fortuna acumulada, no por sus virtudes o estirpe, ya que su vida fue pródiga de relajaciones y costumbres reprobables. No se sabe a ciencia cierta de qué medios se valió este hombre, que aunque era creyente no se distinguía por su asistencia a los actos litúrgicos, para conseguir sepultura en la capilla de San Juan; pero lo cierto es que fue enterrado allí.
A la noche siguiente, encontrándose un fraile orando en el coro, escuchó unos ruidos que venían del mismo templo. Al prestar más atención advirtió como un alboroto de perros peleándose cuyos gruñidos eran cada vez más feroces.
Estos ruidos amplificados por el silencio de la noche asustaron al buen religioso, el cual salió huyendo en demanda de ayuda y al mismo tiempo comunicar al padre guardián lo extraño del caso. Se formó una comitiva de religiosos dirigida por el padre guardián y, provistos de faroles y hachas para alumbrarse, fueron a indagar la causa que había espantado tanto al buen religioso.
Al entrar la comitiva en la iglesia, ya al filo de la madrugada, comprobaron que los aullidos y ladridos rabiosos procedían de la capilla de San Juan. Al acercarse más, sintieron que dicho alboroto procedía de la tumba del hombre rico.
Inmediatamente, el padre guardián ordenó a los frailes levantar la losa que tapaba la tumba. Al hacerlo presenciaron una escena pavorosa y terrible. El cadáver del hombre rico era despedazado por dos enormes perros de largos colmillos y erizado lomo en una feroz disputa.
Cuando el padre guardián se hubo recuperado de la escena tan pavorosa pidió que le trajeran al instante estola, roquete, agua bendita y el libro de exorcismos para conjurar la macabra escena, cuyo efecto fue fulminante, pues se abrió el vaso de la tumba y por la sima abierta desaparecieron los perros y los restos destrozados volviéndose a cerrar de nuevo quedando todo en paz y silencio.
Los presentes se conjuraron para ocultar el suceso tan macabro como espantable, pero como ocurre en estos casos, un secreto entre varios ya no es secreto y el pueblo conoció la macabra noticia y hasta no hace muchos años los yeclanos se alejaban presurosos de esta capilla volviendo la vista cuando pasaban ante ella.
* Santi García es responsable de Rutas Misteriosas y autor del libro 'Murcia, Región Sobrenatural'