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Wadi Rum, un desierto mítico

Conocido como el Valle de la Luna, el desierto de Jordania es un remanso de paz en medio de un mar de arena rojo y montañas de arenisca de formaciones caprichosas 

26/11/2023 - 

MURCIA. No puedo dejar de sonreír. Ese momento en Petra, a los pies del Gran Tesoro y en la soledad de la mañana, ha sido único. Lo pienso y en mi cuerpo algo se agita, una sensación similar a cuando el amor surge y te devuelve a la vida. ¿Habrá algo más que me pueda sorprender en Jordania? No lo sé, pero el coche ha puesto rumbo al desierto de Wadi Rum (o Uadi Rum), un lugar que intuyo enigmático, seguramente influenciada por las películas ambientadas en otros planetas que han sido rodadas aquí. ¿Será el paisaje de Marte que imaginó Ridley Scott? ¿Será el planeta Pasaana de Star Wars? En nada lo sabré, porque, tras una hora y media de coche por la Carretera del Rey, estamos entrando en las inmediaciones del desierto, aunque todavía esos paisajes se muestran lejanos ante mis ojos… 

Antes de llegar me espera una sorpresa, una estación de ferrocarril en medio de un paisaje árido y abandonado. No es el inicio de una película, se trata de uno de los pocos vestigios que quedan del Hiyaz, la línea férrea construida por el imperio otomano para conectar Damasco con Medina y La Meca. Un tren de leyenda que ya no va a ninguna parte, pero que recuerda a Lawrence de Arabia (T. E. Lawrence), quien en su estrategia para hacerse con buena parte del mundo árabe se encargó de que el tren sufriera constantes sabotajes y asaltos. Un lugar que da pie a ahondar en la historia de la Revuelta Árabe de 1917, aunque no me da mucho tiempo porque, poco después de pasar por el centro de visitantes de Wadi Rum, llego al campamento en el que me alojo. El tiempo apremia y  corriendo dejo la maleta en la tienda, cojo un pañuelo y me subo al 4X4 que me llevará hasta las entrañas del desierto. ¡Llegó la hora de la aventura! 

Un lugar único en el planeta

En pocos minutos, el campamento se queda atrás y el paisaje ha cambiado por completo: una inmensa llanura roja salpicada por jebels (montañas de arenisca) con formas caprichosas que se van sucediendo, una tras otra, en un horizonte que se antoja infinito. El viento acaricia mi cara y me siento libre al ver ese mar rojizo y esa paleta de colores de rojos, amarillos, naranjas y grises. Un lugar único gracias a que una vez perteneció al mar, pero los movimientos de la Tierra lo sacaron al exterior y el tiempo puso su magia para crear este paisaje sobrecogedor. Una paraje inhóspito y singular que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2011.

Lo admiro sobre una gran duna que he subido y que, casualmente, ha salido en películas como Lawrence de Arabia o Transformers. Quizá de las pocas que haya, porque el desierto de Wadi Rum no es famoso por sus dunas, pero la erosión y el viento han hecho que una gran cantidad de arena roja se haya acumulado tras una de las montañas. En ella estoy y, después del esfuerzo, me siento un rato y pienso que el nombre de Uadi Rum no podría estar mejor escogido: Uadi es un vocablo árabe utilizado para denominar las ramblas, y Rum, significa alto o elevado en el idioma arameo. 

Me siento insignificante ante la inmensidad del desierto, cuya extensión es de unos 750 km2. Y más aún al pensar que este lugar ha estado habitado desde la prehistoria por diversas culturas, incluidos los nabateos, quienes dejaron sus huellas a través de petroglifos (grabados rupestres). Prueba de ello son las más de 25.000 tallas en la roca y sus 20.000 inscripciones en las que se puede comprobar hasta el desarrollo de un alfabeto. Algunos de ellos se pueden ver en el cañón Khazali, una estrecha garganta que se abre paso en la roca, separándola en dos, y permitiendo el paso de las personas, pero también custodiando algunas inscripciones tamúdicas, nabateas e islámicas, además de unos petroglifos que representan a seres humanos y animales. Precisamente, a esas representaciones de animales los rayos del sol los están iluminando en una escena casi bíblica. 

Este es uno de los muchos lugares en los que encontrar petroglifos, pues muy cerca del manantial de Ain Shalaaleh, conocido como la Fuente de Lawrence de Arabia, también hay. Se trata de un manantial que brota en lo alto de una de las rocas y cuyo nombre se debe a que Lawrence de Arabia lo nombra en su libro Los Siete Pilares de la Sabiduría. Su visita es aconsejable, pero las horas no se pueden estirar eternamente y, en mi caso, decido no acercame hasta allí. 

De regreso al vehículo me encuentro con un camello al que empiezo a fotografiar. En ese ensimismamiento buscando el encueadre perfecto se va acercando a mí, hasta que, el descarado, me da un lametazo que jamás voy a olvidar. Mi risa llama la atención de otros viajeros, que desconcertados me miran. 

Los tesoros que esconde el desierto 

Diversión que no cesa, porque el desierto te permite también tener cierta aventura, pues la magia de la naturaleza y el tiempo han creado formaciones de arenisca en forma de arcos que, por su puesto, no dudo en subir. Al primero que llego es al Little Bridge y después al Fruth Rock Bridge, más espectacular que el resto —y por eso hay un poco más de gente, pero nada exagerado—. Desde arriba de Fruth Rock Bridge, sobre un estrecho camino de piedra suspendido en el vacío, el corazón me palpita rápido, en una mezcla de adrenalina y felicidad por estar en este lugar único en el mundo. Lo pienso: estoy en el Valle de la Luna y seguramente más cerca de Marte de lo que jamás hubiese pensando nunca. Después de la sesión de fotos —de móvil—, bajo del puente y piso tierra firme. Eso sí, para quienes tienen vértigo mejor quedarse abajo. 

Un lugar donde la vida también fluye pues a lo largo de este uadi, existen plantas medicinales aún utilizadas por los beduinos y, en época de  lluvia, florecen hasta doscientas especies de flores y hierbas silvestres. Además, entre rocas crecen higueras, helechos, menta, sandía salvaje…  

Como decía, el viento y el tiempo ha obrado su magia, dejando también formaciones en forma de champiñón o, más lejos aún, el puente de roca Burdah. También el ser humano ha dejado su huella, pues aquí se encuentra la que probablemente fue la casa de Lawrence de Arabia. Unos muros así lo atestiguan, y también las tiendas de beduinos que hay a su alrededor, conocedores de que este punto es muy conocido, especialmente por quienes desean seguir los pasos de este militar, arqueólogo y escritor de origen británico que combatió contra el ejercito otomano en Wadi Rum. Por lo visto, una vez finalizada la guerra se quedó a vivir aquí. Y no me extraña que eligiera este lugar para pasar el resto de su vida. Tampoco que haya fascinado a trotamundos de todas las épocas, como Johann Ludwig Burckhardt, a quien le debemos que hoy podamos admirar la ciudad de Petra. 

Sobre algunas de esas formaciones de arenisca cerca de la que fue la casa de este aventurero veo el atardecer, con los últimos rayos de luz iluminando cada grano de arena. El silencio envuelve el valle y ese mar de arena pasa de un rojo anaranjado a un rosa con hechizo, casi místico, mientras el sol sobre los jebel realza sus crestas y perfiles con absoluta limpieza. En ese momento, el 4x4 emprende el viaje hacia el campamento. El viento es más frío y el camino de regreso más triste, con esa sensación de no haber exprimido el tiempo lo suficiente. Es solo una sensación, porque sé que he descubierto la esencia de Wadi Rum. 

La noche cae y para mi pesar las nubes han cubierto el firmamento. Una lástima porque, desde ayer, me imaginaba bajo las estrellas, admirando a Casiopea y el resto de constelaciones, también fotografiando a la vía láctea. No es posible, pero me quedo con el poder del sol sobre este desierto que embruja. Tal vez se parezca a Marte o al planeta Pasaana, o tal vez no. Da igual, porque el silencio de su inmensidad, la belleza de sus montañas de areniscas y esa llanura roja que se torna enigmática es un regalo de la naturaleza que he tenido la suerte de descubrir y de vivir. Y sí, me equivocaba, Jordania me acaba de regalar uno de los escenarios más grandiosos que pueden existir en el planeta.  

Wadi Rum (Jordania)

Cañón de Abu Khashaba

Más amplio y más largo que el cañón de Khazali, es un agradable paseo a la sombra de sus altas paredes. Una ruta que se suele hacer solo de ida —el coche te espera al otro lado—. El camino es sencillo, pero la arena lo dificulta, haciendo más pesados tus pies. 

Donde dormir 

En todo Wadi Rum hay varios campamentos beduinos con facilidades similares. En mi caso escogí Sun City Camp, un glamping cuyas tiendas están abiertas para que veas el cielo estrellado. Y si no está estrellado —como en mi caso— da igual, porque tienes la sensación de estar durmiendo en medio del desierto. Una experiencia única que realmente merece la pena.  

Guía práctica 

Cómo llegar:  Desde Amman, en coche alquilado o taxi hasta el parque natural ubicado en el sur del país. 

Moneda:  El dinar jordano (JD). El cambio es de 1 euros por 0,75JD aproximadamente. 

Visado: El paquete turístico Jordan pass.    

Consejo:  Lleva dinero en efectivo, especialmente en el desierto porque solo aceptan dinero en metálico.    

Web de interés:  jordanpass.jo. Necesaria para conocer y adquirir la Jordan Pass

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