Cuando la actualidad se espesa como la sopa de cocido de mi madre, trato de escapar por pequeñas rendijas. Tenemos a Putin testando la capacidad de uno de sus submarinos nucleares para acometer la maniobra del Loco Iván, referencia cinéfila de La caza del Octubre Rojo que a mí me sirve para frivolizar en un momento en que las manecillas del reloj del fin del mundo se aproximan vertiginosamente a marcar las doce en punto. Tenemos una economía descontrolada como los quesos que se arrojan por laderas en una festividad británica que ha convertido la compra semanal en una noche de habitación en un resort de Dubái. Tenemos en lontananza un invierno de manta y bolsas de agua, mucho más llevadero, eso sí, que el que se avecina en Burgos o Varsovia, tanto da, en cuestiones climatológicas. Profesionalmente tengo una campaña electoral que se adivina como una jaqueca de meses y, personalmente, el eterno terror a que me caiga un avión encima. Así que me alegra una pequeña grieta que deja pasar la luz en mi día a día: por fin puedo decir que he entrevistado a un premio Nobel de Medicina.
"Ahora la distinción tenemos muy clara. Somos los de aquí o los de allí. Somos blancos o negros"
Se trata del biólogo sueco Svante Pääbo, que bucea en la genética de la Prehistoria para enhebrar el hilo de nuestra evolución a través de nuestros antepasados, los neandertales. Ya es difícil caer en una especialidad como esta, más aún legar una nueva como la paleogenómica. Pero gracias al trabajo de Pääbo no tenemos el monolito de 2001, una odisea en el espacio y la espectacular transición entre un hueso y una nave espacial que nos regaló Stanley Kubrick como únicos argumentos a los que aferrarnos para entender lo que nos hizo humanos. La academia sueca le ha premiado por tratar de establecer nuestras diferencias con los neandertales, la física, la palpable, la que se puede demostrar con un análisis de ADN. Pero, cuando le entrevisté, en una visita a Alicante en 2019, me permitió escribir uno de los titulares más deslumbrantes con los que me he topado en mi carrera. La principal diferencia entre nosotros y los seres que facilitaron la transición hacia el homo sapiens es la tolerancia. Neandertales y sapiens, y los denisovanos, una especie intermedia descubierta por Pääbo, fueron capaces de convivir, de mezclarse, de mantener relaciones sexuales que desencadenaron nuestro proceso evolutivo. Somos lo que somos porque en un momento de la historia de piedra ningún diccionario explicaba la palabra 'diferencia'.
Ahora sí. Ahora la distinción tenemos muy clara. Somos los de aquí o los de allí. Somos blancos o negros. De izquierdas o de derechas, de norte o de sur. Madridistas o culers. Ellos y nosotros. Y aunque todo eso no ha servido más que para inventar fronteras que decoren los mapas del planeta, probablemente también ha incentivado nuestro desarrollo como especie, porque no hay nada que estimule más la mente que el odio o el aburrimiento. Enormes masas de gente están muriendo en diferentes guerras. La hambruna agarrota la supervivencia de millones de personas en países sin perspectivas de futuro. Incluso vamos a pasar frío este invierno. De lo más grave a lo más banal. Todo, porque a alguien se le ha ocurrido que la pureza de sangre le coloca en un puesto preeminente de la historia y porque cree que se le ha hecho pequeño el patio de casa y le han entrado los afanes imperialistas. Frenemos. También en el aspecto económico, que nos estamos cargando el planeta. Y echemos la vista atrás, como hace Pääbo, que a veces es la única manera de determinar cuál es el camino que nos lleva hacia adelante.