La mejor contradicción que ha vivido la información energética de los últimos tiempos hay que agradecérsela a la Fundación Offshore Northern Seas (ONS), un centro de debate sobre energía, tecnología e innovación que se celebra de forma bianual en la ciudad de Stavanger, la capital del petróleo de Noruega. Este año el evento, cita habitual de lo más granado de las empresas energéticas que viven del Mar del Norte y otros mares, ha sido noticia internacional por unas palabras de Elon Musk, que vuelve en su plan oráculo habitual programado para las apariciones públicas. Ya se sabe que si en el siglo XVIII era Dios quien consultaba al genio de Bach, y no al revés, en el siglo XXI tiene señal directa vía satélite con el tecnorey de Tesla.
El superhombre del coche eléctrico y futuro emperador de Marte por la gracia del SpaceX se sintió tan a gusto en su bolo por Noruega, uno de sus mejores clientes, que lo demostró regalándole un mensaje importante al mundo. Musk entendió que era el lugar y el momento de soltar una verdad, aun más verdadera que la urgencia planetaria de seguir procreando: “Necesitamos más petróleo y más gas para salvar la civilización...”. Por supuesto, le siguió la coletilla esperada de todo gran innovador tecnológico: “…mientras se desarrollan fuentes de energía sostenibles”. Porque este multimillonario cree en el cambio climático, aunque con ciertas crisis de fe, y no va a ser él el que cuestione qué hemos hecho estos últimos 40 años para no estar viviendo exclusivamente del sol, el viento y el agua.
Mientras se ha extendido la noticia falsa sobre la huelga de hambre de usuarios de coches defectuosos de su marca, el mensaje de Musk devuelve la ilusión por el combustible fósil, como en los tiempos de Gigante o Dallas —donde hoy las turbinas eólicas van sustituyendo los pozos de petróleo—, a las ojos de las generaciones de noruegos que crecieron al calor del petrodólar, hoy bien escocidos por la electricidad, el único bien de consumo noruego que se mantenía barato y que se ha echado a perder con una tarifa desorbitada nunca conocida por culpa de la guerra ruso-ucraniana, con la situación añadida de un próximo racionamiento eléctrico en el sur del país para la primavera de 2023 porque no salen las cuentas para abastecer a la población local y a los clientes europeos.
El reajuste del consumo de energía también viene acompañado de un eterno debate en el país nórdico a vueltas con el (anti)europeísmo: ¿debe Noruega suministrar energía a Europa? Como anécdota, nada gratuita, la radiotelevisión pública recuperaba hace unos días del almacén del museo de Lofoten la publicación de los planes de los nazis durante la ocupación en la Segunda Guerra Mundial de llevar la electricidad desde Escandinavia al resto del continente. Si se comparan los mapas de antaño y del cableado actual, entonces entenderá que en el Ártico no solo se cuece Groenlandia, según el enésimo aviso de la ciencia, sino también la antesala de una nueva versión de la Guerra Fría.
En el lado de los pronósticos más realistas, no cabe perderse la alerta de la comunidad científica del Ártico. Porque no es solo el hielo el que está retrocediendo en el Polo Norte. Mientras seguimos por conocer la fecha en que acabará la guerra en Ucrania, la ciencia del clima sabe que el conocimiento está en riesgo de perderse si no se comparte y protege de la manera adecuada. Una de las bases indispensables para esa protección es la cooperación, la que ha habido de forma sólida entre países vecinos como Noruega y Rusia a través de diversas instituciones científicas y educativas.
Un ejemplo de aquella relación se remonta a principios de los años 70, cuando comenzaban las perforaciones en busca del petróleo en el mar de Noruega: el establecimiento del Acuerdo sobre la Conservación de los Osos Polares entre los cinco estados árticos (Canadá, Groenlandia, Noruega, Estados Unidos y la entonces Unión Soviética). El pacto fue posible través del telón de acero de la Guerra Fría y fue negociado por científicos que se conocían bien, utilizando canales informales, diferentes a los gobiernos.
Aunque el acuerdo se aplica hasta nuestros días, sin embargo, las tensiones en Europa han derivado en cambios indeseables para el avance científico del Ártico. Por mucho que una parte, el gobierno noruego, permita el contacto entre científicos noruegos y rusos, el riesgo que corren los científicos rusos al ponerse en contacto con Occidente es palpable. Lo manifiestan investigadores de la Academia Científica Noruega para la Investigación Polar o del Instituto Polar Noruego, que ha vivido la pérdida de contacto con buenos colegas rusos, por temor a meterse en problemas, cuando Rusia entró en guerra.
La factura que pagará la ciencia ártica con las barreras políticas actuales es más elevada que la de la electricidad. En paralelo a los movimientos del tablero geopolítico en el Ártico que se posicionan por una futura batalla por los recursos y el poder, las poblaciones del norte intentan convivir con los efectos del cambio climático que no se detienen, cuando la realidad científica no es otra que la de una investigación que se resiente y que tardará en recuperarse por una situación sin precedentes de la colaboración científica en estado crítico.
El hecho de que una buena porción de la ciencia del Ártico no esté disponible implica muchos problemas. Los cambios rápidos en el clima devienen cambios rápidos en el ecosistema, y cuanto más tiempo pase antes de que se puedan compartir los datos con el país más grande del Ártico, menos se sabrá sobre el estado de la biodiversidad en peligro de extinción.
Cuando el Polo Norte está dejando de ser polar, donde el calentamiento aumenta entre tres y cuatro veces más rápido que el resto del mundo, la ciencia requiere trabajar con mayor celeridad para actuar más rápido. La realidad que no cuenta Musk cuando habla de petróleo y gas es que podemos estar perdiendo especies del Ártico sin saberlo, y eso afecta a nuestras vidas mediterráneas. Porque, como bien recuerdan los científicos árticos, la naturaleza no se detiene, incluso cuando el mundo diplomático cambia. Verdades que duelen.
El impacto sobre nuestras vidas y nuestra sociedad será dramático. Sin duda se trata del mayor desafío que en estos momentos encara la humanidad