MURCIA. A estas alturas ya habrán leído un montón de listas de lo mejor del año o de lo más relevante, que no es lo mismo: algo puede ser relevante y no lo mejor (Unorthodox), y viceversa, puede ser muy bueno y no haber tenido especial relevancia (The Great). Lo relevante es más objetivo, al fin y al cabo la relevancia se puede constatar y hasta medir según los casos. Lo mejor, por otra parte, aunque puede basarse en criterios comprobables o consensuados y razonarse aceptablemente, siempre es subjetivo. Siempre. Conviene no olvidarlo. Pero es que además aquí, en ‘Las series y la vida’, no nos gustan las listas. Porque son injustas, reduccionistas y porque, qué coño, esto es cultura y la cultura está para disfrutarla y sumergirse en ella, no para rellenar listados ni tablas excels ni para poner a competir obras y títulos, qué cosa más fea, competir.
En cualquier caso, mezclando ambas categorías (lo mejor y lo relevante), nos salen unos cuantos títulos irrefutables que han marcado el año (a partir de ahora enlazo los artículos de CulturPlaza o los podcasts de PlazaRadio en los que se habla de las series). Ahí van en modo enumeración.
La maravilla creada por Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña, Antidisturbios, vaya serie bien hecha y apasionante (he dicho maravilla porque este es mi texto e impongo mi ley, es lo que hay, y a mí me parece extraordinaria). Podría destruirte, la arriesgadísima serie de Michaela Coel, cuyo visionado es toda una experiencia inolvidable e imprescindible. Normal people, la historia de los encuentros y desencuentros de Marianne y Connell que, oye, quien lo iba a esperar, qué cosa más bonita y emotiva. Patria, la adaptación de la novela de Fernando Aramburu que, con sus más y sus menos, marca un antes y un después en la ficción española. La lección de historia, feminismo, inteligencia y sensibilidad, pero también de narración ejemplar, que es Mrs. America, que es que no se puede contar algo mejor (se nota que esta también me gusta mucho, ¿no?). El estilo de Los Javis, inconfundible, lleno de excesos, pastiche y sentimentalismo, no es para todo el mundo y puede que guste más o menos, pero la arriesgada Veneno y su reivindicación trans está triunfando por todo el mundo, ¡olé!
Ah, y si es por relevancia, tengo que citar The Mandalorian, no se me enfaden los fans, de la que poco puedo decir porque vi tres capítulos y, la verdad, me aburrí un poquito del de la armadura y el muñequito cuqui yendo de acá para allá desfaciendo entuertos, por más que los efectos especiales fueran impecables (que vaya mérito a estas alturas del partido, con la cantidad de dinero que hay invertido ahí sería delito que no lo fueran). Y lo confieso, me cuesta mucho meterme en una historia en la que no veo jamás el rostro del protagonista y el resto son máquinas y marionetas de diversas alturas y formas o gente maquillada hasta lo irreconocible; no me bastan las persecuciones, explosiones y las naves espaciales, necesito la expresión y la mirada, soy una antigua.
Además de estos títulos irrebatibles más allá de los gustos de cada cual, el año ha dejado muchas más cosas que reseñar. Salvo Westworld (de verdad, qué ganas de complicarlo todo innecesariamente) y, para esta cronista, The new Pope (se me hizo eterna, lo siento, todo lo contrario de The Young Pope, tan arrebatadora), las series veteranas no defraudaron. La cuarta temporada de The good fight, siempre tan aguda, tan política y tan necesaria, nos dejó anonadadas con ese brutal capítulo de inicio. La bella y placentera temporada final de The good place fue un cierre perfecto (esta es la serie que siempre recomiendo cuando alguien me pide algo agradable e inteligente para pasarlo bien). La muy esperada cuarta temporada de El ministerio del tiempo, de Pablo y Javier Olivares, no decepcionó y fue mucho más que soma para los ministéricos (los fans de la serie), además de dejar secuencias para la historia, como la de Lorca y Camarón. Berto Romero finalizó de forma sobresaliente Mira lo que has hecho, aumentando la complejidad y el riesgo que la han caracterizado. Y The Crown siguió en su nivel de excelencia.
Algunas sorpresas muy agradables. Por ejemplo, los procedimentales que se salen de la fórmula y ofrecen un plus, como Prodigal son, que no es más de lo mismo en la subsección investigador rarito y, además, nos trae a un Michael Sheen impagable; Evil, la inesperada serie de terror de Michelle y Robert King (sí, los de The good fight); o Stumptown, que desgraciadamente no ha renovado para una segunda temporada, a pesar de ser una serie de detectives más que apreciable y con un toque diferencial. Aunque las dos principales sorpresas del año han sido, sin duda, dos miniseries protagonizadas por mujeres que intentan romper las barreras sociales y de género: Unorthodox y Gambito de dama.
Luego tenemos las series raras e inclasificables, que en esta casa son siempre muy apreciadas. Desde otro lugar, la marcianísima serie de Jason Segel; la farsa histórica The Great, sobre la vida de Catalina la Grande, excesiva, atroz y divertida, como también lo es Doom Patrol, los superhéroes más tristes y desgraciados que has visto en tu vida. Y dentro de esta sección de series raras, dos ejemplos de ciencia ficción con mucha personalidad, que se salen de lo habitual y con una propuesta visual apabullante: DEVS e Historias del bucle. También hemos tenido vampiros: una nueva, heterodoxa y muy entretenida versión de Drácula a cargo de Steven Moffat y Mark Gatiss y la segunda temporada de la descacharrante Lo que hacemos en las sombras.
Series que fueron de menos a más. The morning show comenzó titubeante y con aspecto de ser una cosa muy normalita, creada al rebufo del #MeToo, y fue subiendo y creciendo hasta convertirse en una serie excelente y sorprendente. Al placer de encontrar a Jennifer Aniston en un personaje tan metarreferencial, hay que añadir una de las interpretaciones del año, la de un magnético Billy Crudup en la piel de un ejecutivo sin escrúpulos. También a Perry Mason le costó arrancar, pero acabó altísima, aunque, eso sí, se parece a los personajes y el mundo creado por Erle Stanley Gardner lo que un huevo a una castaña, o sea, nada. Claro que la marca Perry Mason vende más. Y dos que fueron de más a menos: Run, que acabó siendo insufrible y un claro ejemplo de serie que no es tal y que, a lo mejor, como película hubiera funcionado mejor; y Raised by wolves, la creación de Ridley Scott que empezó fenomenal y muy bella y acabó, como es habitual en él, en un galimatías místico sin mayor interés.
Y, claro, series sobre lo que nos está sucediendo. Aquí hay para elegir, pero voy a destacar dos. La primera es una serie valenciana que pueden ver en youtube, Extra Life, obra del dramaturgo y actor Manuel Valls y que no deberían perderse. Y la otra es la nueva temporada (¡la 17!) de la incombustible Anatomía de Grey, que empezó hace poco, con el hospital protagonista y las tramas tomadas por el coronavirus, y ofreciendo emoción y lágrimas como solo ella sabe hacerlo. Muy catártica.
Puedo seguir añadiendo títulos de mucho interés como After life, 30 monedas, La unidad, Vamos Juan o El último show (qué buena cosecha de series españolas este año, apabullante) y ustedes pueden completar con sus preferencias, pero lo que es indudable es que las series (y el cine, los libros, la música, los cómics, etc.) nos han salvado la vida este año aciago, ¿verdad? Nos han hecho compañía durante el confinamiento, en la maldita Nueva Normalidad que no tiene nada de normal y en nuestra incertidumbre. Nos han hecho ir a otros mundos y vivir otras vidas durante seis, diez, veinte o cincuenta horas cuando más lo necesitábamos. Nos han dado temas de conversación para que dejáramos de hablar de la pandemia. A pesar de todo, hemos sido felices siguiendo, amando u odiando a tal o cual personaje, sufriendo el cliffhanger y compartiendo, online o en vivo, nuestras emociones, los descubrimientos, las sorpresas y las decepciones. Hemos llenado nuestro tiempo y espantado el miedo discutiendo que si mejor el libro o la serie, que si es solo efectismo o no, que si rigor histórico o fantasía. Y para eso, que quieren que les diga, da igual que la serie sea buena o mala, novedosa o formulaica, imprescindible o placer culpable. Esto es lo mejor y lo más relevante que nos han ofrecido las series en este 2020 implacable. Muchas gracias por la compañía, la de las series y la de ustedes, y les deseo que el 2021 sea mucho más clemente.