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Semana Santa: Jesucristos y Georginas

7/04/2023 - 

Esta Semana Santa llegan las procesiones religiosas a las calles y la segunda temporada de Soy Georgina a Netflix. Dos acontecimientos aparentemente desconectados pero que en realidad son lo mismo: la propaganda del régimen.

Me explico. Durante siglos, la imagen corporativa del catolicismo se basó en lo oscuro, lo tétrico, la muerte, el castigo… Recordemos esas iglesias románicas sin apenas luz, llenas de velas, con la imagen de un hombre crucificado en el centro. La escenografía católica nos recordaba que la vida era un valle de lágrimas y Dios una cámara de Gran Hermano que todo lo veía y, al más mínimo error, te nominaba al Infierno. Las procesiones de Semana Santa -como las catedrales o el arte medieval- eran un instrumento para vender esa idea. Pensemos en toda la puesta en escena: las túnicas oscuras, la música lenta de corneta y tambor, los cirios, la sangre de los penitentes, las imágenes de la tortura de Cristo. Uno de los elementos más tenebrosos y simbólicos eran los capirotes y los antifaces de los nazarenos, copiados de los que usaba la Inquisición para llevar a los condenados al cadalso. Una verdadera estética del terror que todavía hoy nos inquieta. 

"El modelo para ganarse un vestidor en el reino de los cielos ya no es Jesucristo sino Georgina"

En la Edad Media era más gore, como podemos ver en algunas figuras que perviven en antiguas tradiciones locales. Hablo de los picaos (penitentes que se golpean en la espalda descubierta con látigos de cáñamo); los tamborileros que deben romper a golpes la piel del instrumento (lo que causa daños y sangre en las manos); las penitentes de rostro totalmente cubierto que caminan descalzas arrastrando cadenas; los empalaos que como fantasmas sin rostro procesionan atados con una cuerda a un timón de arado; o los hombres crucificados cada Viernes Santo en Filipinas. Reliquias de la Semana Santa medieval que han sobrevivido durante siglos.

Personalmente, me fascina esta estética. Como me fascina la estética de los toros aunque no los defiendo por temas éticos. Son dos ejemplos vivos de tradiciones de un mundo que ya no existe, tan extemporáneos a nosotros que es difícil para cualquiera con sensibilidad artística no sentirse atraído por ellos. Por ese mundo antiguo y ajeno que representan al que por un momento nos podemos asomar.

Pero a lo que vamos: tan bien funcionó esta estética del terror que el mismo Ku Klux Klan, el grupo de supremacistas blancos de Estados Unidos, copió la vestimenta de la hermandad de los negritos de Sevilla para infundir miedo. Lo curioso es que eligieron esta vestimenta por llevar túnica y capirote blanco, sin saber (probablemente) que era la única hermandad creada por negros libertos. Que ese color blanco hablaba de la dignidad de los esclavos y no al contrario.

Como vemos, los fanatismos están llenos de contradicciones. Otro ejemplo similar: el color púrpura de gran parte de las túnicas de los nazarenos, hoy visto como el color de la penitencia, era en su época puro alarde pues era el tinte más caro de elaborar, propio solo de la realeza. O sea, el color que muestra humildad ante Dios era realmente un color que mostraba poder y soberbia.

Bling-bling del bueno.

Si el storytelling del catolicismo medieval contaba que la penitencia y la Iglesia podían salvarnos del tormento eterno y la ira de Dios (¿porque quién no era pecador cuando solo tener pensamientos impuros ya te condenaba?) el storytelling del actual sistema (¿tardocapitalismo?), menos interesado en la vida eterna y más en los chalés con piscina, nos habla de cómo el esfuerzo y la meritocracia pueden salvarnos de la precariedad y el Tranquimazin. 

Ambas ideologías juegan con la culpa. La culpa del pecador o la culpa del loser que no se esforzó lo suficiente.

 

Georgina mostrando sus cientos de bolsos carísimos o contando que le ha regalado dos Rolls-Royce a su marido es el Cristo Resucitado del capitalismo. Nos vende la idea de que cualquiera, por pobre que sea al nacer, puede conseguir ser millonario. Como cualquiera que se arrepienta de sus pecados y se arrodille ante Dios conseguirá el reino de los cielos. El logotipo de la cruz colgando del cuello recordándonos el sufrimiento que nos espera ha sido sustituido por el logotipo de las gafas de marca y el símbolo del dólar en las cadenas de oro de los raperos. Los iconos religiosos, los sermones o las colecciones de milagros son ahora programas como ¿Quién Vive ahí?, revistas como Hola o series como Élite o Sexo en Nueva York. Georgina, como tantos santos y mártires, nos dice que es posible el ascenso al Cielo (en la Tierra). El modelo para ganarse un vestidor en el reino de los cielos ya no es Jesucristo sino Georgina.  

¿Y saben que más tienen en común las dos ideologías? Que ambas nos hacen creer que el sistema está perfecto como está, que no hay que cambiar nada. Si las cosas no van bien la culpa es nuestra. La Iglesia y el capitalismo son nuestros amigos. Dos ideologías que solo pretenden ayudarnos a Ascender pero somos tan pecadores/perezosos que no nos dejamos ayudar. 

Por supuesto, el miedo también juega un papel importante hoy en día. En la Edad Media era miedo al castigo de Dios y ahora lo que tememos es que las cosas vayan a peor. Vivimos asustados ante la inminente catástrofe. Los controles excesivos en los aeropuertos, las alertas infundadas en el tema de los okupas o la inmigración, las paranoias conspiranoides, etc. hacen que vivamos en países segurísimos y tengamos más miedo del que hemos tenido nunca. Las distopías, tan de moda, también nos muestran que podemos estar peor. Nuestra vida es precaria tal vez, pero podríamos estar mucho peor, así que mejor evitar las revoluciones, por pequeñas que sean, no vaya a ser que al cambiar algo todo se derrumbe… 

Semanas Santas y Georginas sirven al mismo interés: el de la ideología dominante de cada época. Ambas promueven el statu quo. Por un lado, el miedo al castigo y por otro la promesa de una vida mejor a medio plazo.

Huesos que morder mientras otros se comen la carne, sea en el Vaticano o en bancos de Panamá.

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