Gaëlle Geniller es una de tantos autores de cómic que no tuvo una experiencia demasiado agradable en la secundaria y se refugió en las viñetas. Ahora, con la intención de dibujar la novela gráfica que le hubiera gustado leer a su yo adolescente, ha roto todos los tabúes y convenciones posibles con Rosa. Una historia situada en los años 20, para la cual acudió a clubes de striptease, sobre un niño criado solo por mujeres
VALENCIA. Yo lo pienso en las dos direcciones. Me pregunto que habría sido de mí si no hubiese leído los tebeos que leí en la adolescencia y, también, cómo hubiera cambiado si hubiese leído otros que no cayeron en mis manos o que salen ahora. El auge de la novela gráfica en primera persona de gente que comparte sus experiencias existía, pero no era tan abundante como ahora. Quizá me hubiese modificado la personalidad tener a mi alcance más viñetas de ese tipo, en las que las historias de la vida de terceros se cuentan con la expresión tan intensa que solo puede dar el dibujo.
Esto viene porque en una entrevista a Gaëlle Geniller, autora de Rosa, publicado por La Cúpula, leo que dibuja historias que le hubiera gustado leer cuando estaba en el instituto. Efectivamente, como es de prever, no fue la mejor época de su vida. Ahora, esa idea de que dibuja los consuelos que echó en falta, me ha encantado. Porque, la verdad, es que su obra es una fantasía terapéutica. Todo es especial, todo va bien, todo es bonito.
Rosa trata de un chico que ha sido educado solo por su madre, mujer que regenta un local nocturno con bailarinas. El chaval se ha criado con ellas. Cada una tiene el nombre de una flor. La autora adora las flores, hasta el punto de que su primer cómic es la historia de un chico que no se las puede quitar de la cabeza y tiene que vivir con ellas.
El personaje de Rosa, lo que tiene de particular, es que como se ha educado entre mujeres, no tiene inconveniente en vestirse como ellas. De hecho, le gusta y empezó a hacerlo desde que era pequeño. Siempre rodeado de bailarinas, mujeres que suben a brillar a un escenario, para él eran sus modelos, sus roles positivos. Por este motivo, también empezó a bailar y, la final, consigue tener un número en el espectáculo nocturno.
Accedemos a la historia cuando está bailando y hay un hombre, un cliente del local, sentado en la primera fila, que se queda fascinado con él. Empieza a ir todos los días e intenta entrar en su camerino. Eso vulnera todas las reglas, pero llegado el momento le permiten la entrada.
Hasta aquí, es totalmente imposible no anticipar lo que va a venir después. Una relación sexual, el descubrimiento de una identidad sexual, persecuciones, problemas, drama, injusticia, etc... Y no. No hay nada de eso. Una vez más, La Cúpula desafía nuestra capacidad de sorpresa. Porque no pasa nada. De hecho, esta novela gráfica es fascinante porque no pasa nada.
El protagonista vive con normalidad su identidad sexualmente ambigua. A veces se viste de chico, otras de chica, encuentra un gran amigo en ese cliente, luego hace una amiga en un pueblo. Se lo pasa bien. Su madre le adora. Él también a ella. Todo es perfecto. No pasa nada, pero pasan muchísimas cosas. Es como una fantasía compensatoria. Es realmente bonito.
La propia autora ha tenido que hacer frente a críticas precisamente por eso, por salirse del carril. Sin embargo, ella quería, como ha explicado en entrevistas, que el lector "se sintiera bien de principio a fin". Todo el mundo le dice "esperaba que pasar algo negativo". Es casi una revolución, porque ella se sintió muy cómoda y a gusto en ese universo mientras trabajó en él durante el año y nueve meses que le llevó acabarlo. "Era un universo acogedor y benévolo".
La influencia más importante que cita es Los legendarios, de Patrick Sobral. En España solo apareció un tomo en ECC, pero en Francia es una colección muy extensa. Se trata de un grupo de guerreros, dos chicos y dos chicas, un tanto arquetípicos, como el plantel de Gauntlet. Algo del tono de esos personajes tienen los suyos, un comportamiento benévolo, pero exento de ingenuidad.
El otro gran elemento del cómic son los años 20. Todos los vestidos que aparecen en Rosa están extraídos de fotografías de la época. Geniller en las entrevistas de nuevo es consciente de la contradicción que supone adorar esta época. Cuando se subliman los años 20 se está atendiendo generalmente solo a la jet set del momento, que eran quienes podían acceder a esos vestidos tan maravillosos, fiestas y demás clichés de esos tiempos.
Otro elemento que le sirvió de referencia fue el libro La Garçonne de Victor Margueritte. Una obra de 1921 en la que una mujer deja a su prometido y se dedica a tener relaciones esporádicas tanto con mujeres como con hombres. El escándalo de ese argumento fue tal que a su autor le retiraron la Legión de Honor.
Por último, la autora también acudió en París a locales de striptease de estilo burlesque. Cuando asistía a esos espectáculos los encontró como una revelación, se decía a sí misma "¡Esto es lo que quiero dibujar!", ha revelado. Le encantó que hombres, mujeres y trans se quitasen la ropa ante el jolgorio general, lo vio como una celebración positiva del cuerpo.
Cuando, hoy, eso que llaman "la cultura" en no pocas ocasiones no es más que una forma de represión intelectual, una autora joven como Geniller viene a sacudirse todas las convenciones y a expresar un amor desbordante.