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La nave de los locos / OPINIÓN

Putin y las cien mil almas muertas

invasión Ucrania

La guerra de Ucrania comienza a cansar, y lo que te rondaré, morena. Europa, reducida a ser un actor secundario en el mundo, saldrá perdedora de este conflicto. Seremos más pobres e irrelevantes  

28/10/2022 - 

24/10/2022- Imitando al maestro Azorín he madrugado para escribir este artículo. Es noche cerrada, aún queda bastante para que amanezca. El tema dista de ser original: la guerra de Ucrania. Decenas de miles de periodistas españoles han dado su punto de vista sobre el particular. Todos están contaminados por la desinformación y las mentiras propagadas por los contendientes. 

Yo admito no tener demasiada idea sobre la cuestión. Sólo tengo preguntas y muchas dudas. Es una buena premisa para empezar a escribir. La modestia es moneda de escasa circulación en estos días. Todo el mundo sabe de todo; yo sólo sé muy poco de nada. 

Si tuviese que hacerme una idea aproximada de la guerra, recurriría a la opinión de un experto, es decir, al criterio de un militar. Leyendo los análisis tácticos del general en la reserva, Pedro Pitarch, en el ABC, me familiarizo con algunos conceptos de táctica y estrategia militar. Además, he aprendido algo de geografía. Ya sé situar, en el mapa de Europa, ciudades como Kiev, Svatove, Bajmut, Donetsk y Jersón, de triste actualidad. 

Llevamos ya ocho meses de guerra. Es lo único cierto del asunto. La invasión ordenada por Putin no tiene visos de acabar, a menos que él u otro tarado poderoso apriete el botón nuclear y nos ahorre las molestias de esta espera engorrosa. Estoy de acuerdo con el peronista Jorge Bergoglio cuando sostenía recientemente que con la guerra de Ucrania ha comenzado la III Guerra Mundial. 

La carnicería de Putin

Hay más países implicados a medida que se enquista el conflicto. La OTAN apoya a Kiev mientras que los taimados chinos, los ayatolás, los indios y muchos dictadores africanos untados con el oro de Moscú (quién sabe si aún de procedencia española) respaldan la carnicería de Putin contra el pueblo ucraniano. Bielorrusia, en manos del siniestro Lukashenko, combate con los rusos. ¿Hay quién dé más?

La responsabilidad directa de esta guerra es de Vladímir el Terrible, un depredador de la historia como César y Napoleón, un tirano como ha habido tantos, que se fotografiaba, no hace mucho, con primeros ministros europeos que juran no haberlo conocido. Al menos le queda el cariño de su amigo Silvio. 

Foto: Rick Mave / Zuma Press

Con la anexión de Crimea y la guerra de Ucrania, Putin intenta regresar a los tiempos de la Gran Rusia. Como agente del KGB vivió la humillación del desmoronamiento de la URSS y la pérdida de influencia de su país en la era del borrachín Yeltsin. La OTAN aprovechó esa debilidad para ampliar su zona de influencia a países que habían pertenecido al Pacto de Varsovia. Es comprensible que los rusos hayan considerado una amenaza la expansión de la OTAN hacia el Este, sin que esto justifique su agresión contra Ucrania, el bueno de una película con director desconocido. 

"Los muertos son los convidados de piedra en cualquier guerra. Nadie se acuerda ni se acordará de ellos" 

Los servicios de inteligencia ingleses y norteamericanos —que mienten con una precisión meridiana— sostienen que las bajas del Ejército ruso pueden superar las 100.000 a estas alturas de la contienda. Esto le trae sin cuidado a Putin. Los muertos son los convidados de piedra en cualquier guerra. Son los soldados de Senderos de gloria. Nadie se acuerda ni se acordará de ellos, ni siquiera los que dicen militar en la causa justa. Con esas cien mil almas muertas trafican y negocian los artífices de este conflicto, como negociaba y traficaba Pável Chíchikov, protagonista de la genial novela de Gógol. Chíckikov pretendía obtener tierras del Estado comprando siervos muertos a sus propietarios en la Rusia de principios del siglo XIX. 

Corazón negro como el carbón

Mientras dure la guerra, que de momento tiene un final incierto y que podría acabar con otro apaño, a los europeos nos reclaman solidaridad, mucha solidaridad. Debo de ser una mala persona y tener el corazón negro como el carbón, pero cuando reposto en la gasolinera y veo el litro de gasoil a dos euros, me entran escasas ganas de empatizar (horrenda palabra) con Zelenski, un cómico que vive la paradoja de ser el héroe de una tragedia y que a sus muchas virtudes, entre ellas el valor, la astucia y la audacia, une su condición de judío, lo que le habrá ganado las simpatías de parte de la banca y de las corporaciones audiovisuales de Estados Unidos. 

Esto de la guerra va para largo. Habrá que tener paciencia. Cada uno se buscará la vida como pueda. Mi madre, que es previsora por naturaleza, me ha enviado unas mantas toledanas para el invierno. Creo que no las necesitaré. Con este tiempo majara, a lo mejor aún nos podemos bañar en la Malvarrosa en diciembre. O, en el peor de los casos, el yayo Ribó habilita el refugio del barrio del Carmen para escapar de los primeros bombardeos en Navidad. La historia, una vez más, se repite como farsa, y uno, a estas alturas de la película, no sabe si reír o llorar. 

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