La película ganadora de la mejor dirección en Sundance 2022 plantea uno de los elefantes en la habitación de países como España, una potencia en prostitución. Se trata de los métodos de reclutamiento de prostitutas menores de edad. Un fenómeno en el que son recurrentes los loverboys o jóvenes que enamoran a adolescentes para introducirlas en ese mundo mediante engaños
MURCIA. Hay decenas de informes y estudios disponibles para quien tenga interés en el fenómeno: La mayoría de las prostitutas se iniciaron cuando eran menores de edad. Sabemos que la libertad sin dinero es muy relativa y sin una personalidad formada, todavía menos. Aún así, sigue habiendo voces desde la izquierda que exigen que la prostitución se considere un trabajo convencional y se regule, algo difícil de encajar en el Estatuto de los Trabajadores, la Constitución y la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, aunque haya países como Alemania que no lo consideren así.
El proxenetismo es la pieza fundamental en la trata, pues nadie impide a nadie cotizar a la Seguridad Social. Los proxenetas controlan el negocio, a las mujeres y se llevan la parte del león. Es conocido que la actividad necesita de materia prima constante y que esta se consigue habitualmente a través del engaño, aunque haya excepciones a la norma, pero en el caso de menores de edad tienden a cero.
Una de las figuras que se han conocido durante todos estos años en los que España se ha convertido en una potencia de prostitución, en cuanto al consumo propio, y también un destino para el turismo sexual de primer orden, ha sido la de los loverboys. Tipos que enamoraban a adolescentes para traerlas a España y luego con falsas promesas o inventándose deudas, sin necesidad de recurrir a la violencia, las hacían acostarse con otros hombres.
Este es el tema que trata la película premiada en Sundance, Nunca llueve en California, de título original Palm Trees and Power Lines, de la debutante Jamie Dack. Lo más curioso de la película es que la información que manejamos en España sobre la prostitución suele hacer referencia a la trata de mujeres latinoamericanas, del Este de Europa y africanas. Sin embargo, Dack lleva el fenómeno a la clase trabajadora californiana, un mundo aparte, en el que curiosamente encontramos los mismos patrones. Se describe el caso de una chica reclutada para la prostitución con promesas de amor.
No se trata de ficción. Dack en este guión fusionó dos historias, la suya personal, pues tuvo una relación con alguien mucho mayor que ella cuando era adolescente, y la de ejemplos de supervivientes de trata que había leído. La coincidencia en el modus operandi con lo que le sucede a las mujeres destinadas a los burdeles españoles es el gran hallazgo de la película.
No obstante, hay mucho más. Se trata de un melodrama, el género más valiente e incómodo para gran parte del público. Generalmente, ha sido despreciado como el tipo de cine propio de las amas de casa, pero no me cabe duda de que lo que más molesta del melodrama a los machotes cinéfilos de toda la vida es que es un género que arroja grandes verdades, de esas que revientan la ficción que tenemos sobre nosotros mismos. Nuestro ego está preparado para encajar el golpe de cualquier discurso político, pero las sutilezas del amor son metralla, muchos proyectiles pequeños, imperceptibles a simple vista y letales.
La cuestión a la que se le pone el foco es cómo puede una mujer prostituida con engaños enamorarse de su proxeneta. El paisaje de fondo que pinta Dack es el de un barrio periférico con una vida abúlica y ligeramente claustrofóbica en el sur de California. Solo hay un instituto y todos los jóvenes que pululan por el lugar aburridos pertenecen a él. La protagonista es hija de una madre soltera que se busca la vida como puede y es incapaz de entenderse con una cría en la edad del pavo. El proxeneta aparece en este contexto como un príncipe azul, la solución a todos los problemas.
Una prueba de lo delicado del mensaje es que los distribuidores, pese al éxito en Sundance, no querían la película. De hecho, le pidieron que eliminase escenas incómodas. Particularmente, la última, la que más habla de la complejidad del género humano, una gama de grises incompatible con los mensajes políticos monolíticos y con el negocio. Dack se negó, dijo "sin esa escena, la película realmente no es lo que es". Otro problema al que se enfrentó fue la falta de actores que quisieran hacer de proxeneta, hasta el punto de que se convirtió en un verdadero desafío dar con Jonathan Tucker, que sí que se atrevió a encarnar a alguien tan despreciable.
Otro reto es su lenguaje cinematográfico. Dack se considera más influenciada por el cine europeo, encuentra que el estadounidense es demasiado rápido y todo lo que se muestra tiene que quedar bien explicado. Esas características no son exclusivas del cine comercial de Estados Unidos, en el europeo ocurre tres cuartas partes de lo mismo. Lo que sí que ha existido siempre en todas partes es un cine sencillo y realista que nunca es del gusto del gran público. Una prueba es cómo presumían demasiados espectadores en España de los bostezos que les provoca el cine de Carla Simón, que en cuanto a estética y realización transita por los mismos caminos.
Nunca llueve en California se puede ver en Filmin, plataforma que apuesta por este tipo de propuestas, aunque no tengan el respaldo de los medios. Para la prensa, incluso para la más seria, una historia de proxenetismo solo merecería la pena ser analizada y acompañada de reportajes si fuese una serie ofrecida por las plataformas líderes del mercado. En caso contrario, no existe, aunque el tema de fondo sea importante, el enfoque original y el producto excelente. Una prueba de que hoy, pese a que cada vez es mayor la oferta cultural, los críticos o periodistas de cultura trabajan cada vez espacios más estrechos.