Woody Allen, Norman Mailer, Philip Roth y ahora Picasso, del que pronto se celebrará el cincuentenario de su muerte. Todos censurados o en vías de serlo. El arte libre peligra por el empuje de los nuevos inquisidores
Los gobiernos español y francés celebrarán el cincuentenario de la muerte de Picasso con 40 exposiciones organizadas en Europa y Estados Unidos en 2023. Hace un mes, el ministro de Cultura, Miquel Iceta, y su homóloga gala, Rima Abdul Malak, presentaron el Año Picasso delante del Guernica, en el museo Reina Sofía.
El ministro catalán destacó —como no podía ser de otra manera— la primacía de Picasso en el arte contemporáneo, si bien no olvidó mencionar los "excesos" de la vida privada del malagueño. Un modesto articulista como yo, admirador del pintor, no se atrevería a conjeturar sobre los "excesos" de la vida privada del ministro, en el caso de que los hubiera.
Iceta no es, exactamente, una autoridad en materia cultural. Es conocido que su universidad fueron los sucesivos despachos que ocupó en el PSC y la Generalitat catalana. No se cuestionan su experiencia y amplios conocimientos en fontanería política, pero existen razonables dudas sobre su criterio como experto en pintura del siglo XX.
Al mencionar los "excesos" de Picasso, Iceta juega a dos barajas: reconoce la genialidad del malagueño a la vez que hace un guiño al puritanismo progresista que se acerca a cualquier obra de arte con su moralina de tres al cuarto. Estados Unidos, al que algunos ingenuos aún identifican con el paradigma de la libertad, exportó esta forma de pervertir el arte e intimidar a los creadores.
Europa, reconocida colonia yanqui, le ha comprado esta mercancía corrompida al amigo americano, envuelta en papel de celofán de la ideología woke. Si Woody Allen, Philip Roth y Norman Mailer, tres intelectuales de izquierdas, han sido censurados, ¿por qué no hacerlo también con Pablo Ruiz Picasso?
Da rubor recordar que la persona y su obra son cosas diferentes. El arte se guía por unas leyes que la moral no entiende. Como escribió un ilustre pederasta, André Gide, con buenos sentimientos se hacen malas novelas. Lo mismo cabría decir del resto de las artes. Aquel arte que no perturba e incomoda sólo puede interesarle al poder y a sus corifeos.
Si sólo los artistas que son amantísimos esposos, buenos padres de familia y ciudadanos honrados como lo fue Almudena Grandes y lo es Antonio Muñoz Molina, demócratas sin tacha y acreedores de toda clase de premios y honores, merecen el juicio favorable de la crítica y el público, ¿qué hacemos con más de la mitad de los escritores, pintores y músicos que no llevaron una vida ejemplar?
"El Picasso comunista, el héroe del antifascismo, no pasa tampoco la prueba del algodón del nuevo progresismo"
El Picasso comunista, el héroe del antifascismo, el andaluz que se exilió a Francia y renunció a nacionalizarse francés, no pasa tampoco la prueba del algodón del nuevo progresismo. Fue maltratador y machista, algo sabido, circunstancia que al parecer pesa más que su obra. A partir de ahora, ¿esconderemos, de las miradas de los niños, Las señoritas de Avignon? No en vano, el cuatro retrata a unas prostitutas, y la prostitución, como bien es sabido, es una forma de opresión del hombre sobre la mujer. Pronto se verá en este lienzo una apología de la violencia sexual.
El corsé moralista aplicado a la obra picassiana refleja el callejón sin aparente salida en el que nos encontramos: las amenazas a la libertad de creación y expresión no vienen sólo de los ayatolás y de los mandarines chinos, sino también de ese Occidente en decadencia que presume de ella. A los nuevos inquisidores no hay que buscarlos en Teherán o La Habana; basta con darse una vuelta por las universidades estadounidenses y europeas.
Esta dictadura cultural durará porque ha arraigado en los ambientes culturales de este podrido Occidente. Pero también pasará, como todo pasa. Será cuestión de dos o tres generaciones que la bandera de la libertad sea enarbolada de nuevo. Tal vez algunos no veamos ese momento. Entretanto, ejerzamos la resistencia a nuestra manera, cada uno leyendo a Lovecraft (racista), Céline (antisemita), Neruda (violador) y Gil de Biedma (pederasta), y contemplando los cuadros de Caravaggio (asesino). Los que vayáis al infierno tendréis la suerte de disfrutar de su genialidad. A lo mejor coincidimos.