A través de su proyecto Vestir Imágenes, Jorge Alamar investiga los vínculos entre moda y fotografía, además de reflexionar sobre el poder expresivo de las imágenes que pueblan nuestros armarios
MURCIA. El transeúnte que surca las calles sabe que debe estar preparado para todo tipo de fenómenos, de la charanga festiva a la enésima nube de turistas, pasando por perros carismáticos o colas frente a la franquicia en auge de turno. Pero, si por cualquier circunstancia, ese día nuestro caminante ha decidido ponerse su camiseta de Los Beatles cruzando el paso de peatones en Abbey Road debe saber que existe una alta probabilidad de que Jorge Alamar (fotógrafo, docente y director de La Fotoescuela) le para preguntarle si puede tomar una instantánea a la prenda.
Y es que, desde 2020, está inmerso en el proyecto Vestir Imágenes, una iniciativa que investiga acerca de la cultura visual impresa en nuestros armarios. O lo que es lo mismo, sobre la presencia de la fotografía en la ropa, sobre por qué llevamos prendas con ciertas imágenes estampadas y sobre lo que esa vía de expresión cuenta de nosotros mismos. En este imaginario textil se entremezclan paisajes playeros y fotos de Tupac (Alamar comenta que se lo ha encontrado mucho), imágenes de Nueva York y bicicletas anónimas, iconos mainstream y creaciones experimentales. Entre las piezas recopiladas por él mismo a pie de asfalto y las halladas por las selvas de Internet, cuenta ya con un archivo que ronda las 300 referencias y que se encuentra en constante alimentación (Antes de continuar, una advertencia muy específica. Si eres Walter Benjamin, debes saber que en los próximos párrafos se va a hablar muchísimo de reproducción de imágenes en masa. Si sigues leyendo es bajo tu propia responsabilidad).
Como sucede con muchas gestas que ansiamos sacar adelante, aquí la pulsión inicial nace de una cuestión de entrañas, de una querencia íntima. A continuación, pegamos un salto en el tiempo hasta la adolescencia de Alamar. “Con 17 años, ya me apasionaba la fotografía, ya tenía mis referentes: fotógrafos y fotógrafas que me llamaban la atención y cuyo trabajo seguía”. Entre ellos estaba Jeff Wall, un artista canadiense que trabaja con imágenes de gran tamaño, retroiluminadas y en las que se representan escenas milimétricamente planificadas. “Tenía una carpeta en el ordenador con fotografías suyas. Un día, de forma casi impulsiva, seleccioné una, acudí a una copistería cercana y me hice una camiseta (la típica blanca de algodón) con ella impresa. Fue una cosa muy barata, costó como 3 euros. Durante un tiempo me la ponía para salir con mis amigos o ir al instituto y llamaba la atención. La gente preguntaba ‘oye ¿y esa foto?, ¿y esa camiseta?’. Vestir esa prenda me ayudaba a expresar un gusto por la fotografía que ya había desarrollado, era una manera de afianzar mi identidad, como quienes se ponían camisetas de sus grupos preferidos”.
La prenda en cuestión, recuerda, “era de muy mala calidad y a los cuatro o cinco lavados la imagen casi desapareció; la acabamos usando como trapo para limpiar el polvo”. Sin embargo, los caminos de la inspiración son misteriosos: “hace unos tres años, me vino ese flash de esa experiencia juvenil que yo había olvidado. A partir de ahí, empecé a pensar en las posibilidades que podía tener como proyecto, las cuestiones que podía abarcar o desde qué perspectivas se podía enfocar”.
Más allá de construir un archivo visual con imágenes que actúan como indumentaria, la iniciativa de Alamar tiene varios tentáculos que dialogan entre sí. Por una parte, está la investigación en torno a la cultura popular y su fuerza a la hora de generar referencias visuales magnéticas, fetiches para las pupilas. También busca bucear en “la autoconfección. En esos fotógrafos que estampan sus piezas en camisetas o sudaderas y las venden. Igual que hay gente que imprime sus trabajos en láminas, ellos optan por el soporte textil”. En este apartado, que bebe del merchandising tradicional, hacen acto de presencia propuestas como Antonimia, la marca del fotógrafo Anto Tarazón. La siguiente vertiente está vinculada al arte contemporáneo, a los creadores que están empleando los atuendos “como un vehículo expresivo más”. Y, obviamente, Vestir Imágenes presta atención al diseño de moda, a esas marcas que apuestan por la imagen como elemento central de sus colecciones. Es el caso del sello Fauves Brand, a cargo de Patricia Pérez, cuyo universo entremezcla fotografías y palabras. Asimismo, habita este caladero de referentes el trabajo de Clara Rojas en Mercería Clara, una pequeña tienda 2.0 en el que se fusiona el archivo fotográfico callejero y la confección artesana a partir de prendas de segunda mano.
Este romance entre moda e imágenes impresas se extiende de los diseñadores experimentales a las cadenas low-cost que incluyen instantáneas (icónicas o desconocidas) en sus prendas. No se le escapa a Alamar la paradoja de esas prendas fabricadas en masa: si para él, en ese episodio adolescente, lo importante era el creador de la imagen que llevaba impresa, en este caso es todo lo contrario. “Mucha gente compra camisetas porque les gusta la imagen que muestran, pero se trata de fotografías descontextualizadas, cuyo autor les da igual. Creo que la clave reside en que exhiben motivos universales, con los que todo el mundo conecta. Por ejemplo, he visto mucha ropa con imágenes del espacio, supongo que extraídas de la Nasa, o de paisajes. Todo el mundo las entiende, todo el mundo sabe de lo que están hablando. Igual que quienes adquieren prendas con tipografías atractivas y palabras muy generalistas tipo ‘Freedom’”, repasa.
Acostumbrados a entender la imagen desde los marcos de una exposición o las páginas de un libro, adoptar una sudadera o unos pantalones como soporte de exhibición implica alterar la manera en la que se percibe la propia fotografía: la propia naturaleza de cada tejido permite estirarla, arrugarla, doblarla, torcerla... “Cuando la fotografía habita elementos que están fuera de lo común o fuera de su propia tradición –como pueden ser medias, vestidos o chaqueta– se produce un cambio. La hegemonía de la visión se ve acompañada de otras propiedades, como el volumen, la textura, el tacto o el propio movimiento que genera la prenda al portarla. Se activan formas alternativas de crear, ver, pensar y comprender la fotografía. Ahí está la esencia de lo que me interesa investigar. Todos tenemos muy asumido cómo funcionan las imágenes en una exposición (por innovadora que sea), en un multimedia o en un libro. Pero vas en el metro, se abre la puerta y sale alguien con una camisa que lleva imágenes y tú te lo cruzas, no es algo que tú elijas, como sí decides ir a una galería, abrir una publicación o ver una película. En este caso, son las imágenes las que se ponen en marcha por la ciudad y te salen al paso”.
Ya sea un retrato de nuestro ídolo o una fotografía de un campo atestado de margaritas cuya ubicación ignoramos, en nuestra mente de primate sofisticado hay cierta atracción por ataviarse con imágenes estampadas, por ponernos sobre la piel tal o cual composición visual. “Vivimos en un mundo dominado por la imagen a todos los niveles, es algo que ya no hace falta casi ni remarcar. Así que tiene sentido que en algo tan importante como la vestimenta, aquello con lo que cubrimos nuestro cuerpo, se produzca ese interés” sostiene Alamar.
Y trasladando nuestro chiringuito al terreno de lo simbólico, el gestor subraya que, históricamente, la imagen siempre ha tenido “un componente muy fuerte de representación, de relación con la identidad. Nuestro vestuario es una manera de autoafirmación, de albergar ideas o postulados vitales y políticos. Desde ese prisma, no es extraño que la imagen ocupe los cuerpos a través de la ropa, igual que lo puede hacer a través de los tatuajes, por ejemplo, que no dejan de ser otro tipo de imágenes. El ser humano tiene una necesidad ancestral de compartir sus emociones, de contar quiénes somos, quiénes queremos ser…”. De hecho, establece una cadena de urgencias expresivas que va desde las pinturas rupestres hasta esa canción de Spotify que compartimos por Instagram “porque conectamos con ella y queremos decirle al mundo 'oye, escucha esta canción, porque si a mí me ha generado ciertas emociones, quizás a ti también te las puede generar'. Las imágenes, al final, son una forma de posicionarte ante la sociedad y ante la vida”.
Regresamos a ese instante en que Jorge Alamar te para por la calle y te pide permiso para hacerle una foto a esa sudadera tan divertida que llevas. “Intento que sea algo muy rápido. Me acerco y les digo la verdad, que estoy desarrollando un proyecto que tiene que ver con fotografía y ropa, y que si puedo capturar la prenda que llevan, no hace falta que salga su cara, solo la pieza que visten. Llevo haciéndolo varios meses y todavía no he encontrado a nadie que me haya dicho que no. Decidí hacer las fotos con el móvil porque es el elemento que tenemos en el bolsillo todo el rato y optar por encuadres muy parecidos para crear a medio o largo plazo una pieza específica con ellas”, resalta. Y aunque ir almacenando prendas que encuentra en tiendas online y en webs de diseñadoras sigue siendo una pata esencial de la iniciativa, confiesa que confeccionar él mismo este otro registro en directo le permite involucrarse con el flujo de imágenes “de una forma más personal, desde un punto de vista propio. Quería sentir qué pasaba cuando me encuentro esas prendas, qué reacción me generan las imágenes con las que me cruzo en mi vida cotidiana”.
Vestir Imágenes aspira a ir más allá de un inventario heterogéneo y en clave digital. Para trascender esa esfera, ¿qué hace falta? Pues, evidentemente, vil metal, el ingrediente secreto de toda invención cultural que ansíe despegar unos centímetros del suelo. “Estoy buscando la manera de financiarlo porque me gustaría que fuera una propuesta coral en la que participaran diferentes creadores. Creo que tiene muchísimo potencial en formato expositivo porque la imagen podría funcionar de formas que no tenemos tan vistas: además de exhibir las propias prendas, podríamos poner en marcha una especie de pasarela, con modelos que performaran en la sala, por ejemplo. También querría trasladar esta investigación a un libro, dejar una huella más reflexiva en torno a todo esto y combinar mis escritos con los de artistas invitados para hablar de sus procesos y motivaciones”, cuenta el director de La Fotoescuela
No vivimos en el mejor de los mundos posibles. Quizás por ello, hay días en los que ponerse sobre la piel esa fotografía que nos fascina supone un ejercicio de esforzado entusiasmo vital. Un ventanuco desde el que gritar de qué pedazos están hechas nuestras pasiones. “Esta soy yo. Y te lo cuento con una camiseta chulísima”.