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Martín Llade: "La música clásica no tiene el público del reguetón, ni falta que le hace"

Ucronías, realismo mágico y mucha clásica: así es El horizonte quimérico, el último libro del periodista y escritor Martín Llade

3/11/2022 - 

MURCIA. ¿Y si Chopin nunca existió y fue una invención de George Sand? ¿Qué hubiera pasado si Stravinski hubiera formado un grupo de pop para competir con los mismísimos Beatles? ¿Fue Albéniz en realidad el jefe de una banda de forajidos en México? Las respuestas a todas estas preguntas (y a algunas otras) se encuentran en El horizonte quimérico, un libro que recopila los relatos publicados en la revista Scherzo por Martín Llade, director de La sinfonía de la mañana en Radio Clásica y presentador para TVE del Concierto de Año Nuevo de Viena. Hablamos con él sobre todos estos disparates, plausibles o no, que suenan a música clásica y que el periodista ha construido entre la fina línea que separa la verdad y la ficción.

-¿Cómo surge un libro como El horizonte quimérico?
-Surge cuando en 2017 Juan Lucas (director de Scherzo y editor de esta colección) me propone escribir un relato en la revista, tener una sección fija. No quería repetir el esquema de lo que hacía en la radio (cuentos diarios sobre compositores basados, más o menos, en anécdotas reales) y, a partir del tercer relato, me di cuenta de por dónde quería ir.

Me inventé la historia de que Mozart no se había muerto en 1791, sino que por una seria de circunstancias había sobrevivido, y lo encontrábamos en 1806, con 50 años, escribiendo la segunda parte de La flauta mágica; lo cual, por cierto, no es descabellado porque esa segunda parte la escribió Schikaneder, primer intérprete de Papageno, que fue el libretista y productor de la producción. No me cabe ninguna de que hubiera sido Mozart el que hubiera hecho la segunda parte de haber vivido.

Entonces, pensé: ¿qué hubiera pasado con Mozart con 50 años? A Juan Lucas le encantó la idea, y dije: voy a hacer ucronías, voy a plantearme aquello que no hubiéramos imaginado de la música clásica, o aquello que nos hubiera gustado que pasase. Por ejemplo, ¿qué habría pasado si Beethoven hubiera recuperado el oído cuando estrena La novena sinfonía? Y explicaciones, más o menos fantásticas; por ejemplo, ¿cómo empieza Debussy a escribir música impresionista?

Me gustaba incorporar lo sobrenatural del prisma borgiano, como se ve en el relato de El Aleph de Satie (un homenaje explícito a Borges). Me encanta cuando Borges introduce elementos maravillosos, como El libro de arena o La memoria de Shakespeare, que son fantásticos, pero que realmente no sirven para nada. Me gustaba tirar de esa idea.

Luego, he buscado explicaciones (no sé si plausibles) a misterios de la historia de la música: por qué Puccini no acabó Turandot (o quizá lo hizo, pero tuvo que destruir el final por motivos que explico en el libro); o cuando Albéniz afirmaba haber sido asaltado por bandoleros en México huyendo de casa de su padre, ¿y si se convirtió él en el líder de la banda de forajidos y estuvo un año asaltando diligencias en México?

Me di cuenta de que lo que más me gusta es fantasear: la literatura mágica, fantástica. Siempre me ha llamado la atención que el libro favorito de muchas personas en España sea Cien años de soledad y, sin embargo, en España estemos imbuidos por realismo por todas partes; es lo que domina el cine y la literatura. Y es extraño, porque el paradigma del surrealismo en el mundo es un español: Salvador Dalí. Pero no solo eso. En los años 40 y 50, hubo un surrealismo literario español fascinante: Wenceslao Fernández Flórez, Álvaro Cunqueiro, Jardiel Poncela, Miguel Mihura, incluso Miguel Gila es un ejemplo de ese surrealismo.

-¿Qué es verdad y qué es mentira en El horizonte quimérico?
-Es como en los sueños. Los sueños se componen de elementos aislados que de por sí son ciertos, pero que se combinan de forma nueva y dan lugar a lo onírico: aquello que lo convierte en no plausible.

Por ejemplo, que Chopin hubiera sido una invención de George Sand. No lo es, pero digamos que la historia de amor con George Sand sí que ayudó a romantizar su figura y que fuera conocida por mucha gente, incluso independientemente de sus propios méritos musicales.

Por otro lado, el relato de Stravinski montando una banda de pop en los años 60. Es descabellado, pero a Stravinski, que evolucionaba constantemente (como Picasso), sí que le dio en los años 60 por escribir dodecafonismo a la manera de Schönberg, cuando este ya había muerto. Se consideraba que este es el Stravinski menos interesante y menos auténtico; un Stravinski forzado que dice «yo también puedo hacer esto». Pues pongamos que, en vez de eso, hubiera pensado «yo también puedo hacer una banda de pop, como los Beatles». Hubiera sido un experimento divertido.

Igual que juego con la posibilidad de que Wagner fuera hijo de un judío. Si ves el retrato de su padrastro, Ludwig Geyer, se parecen muchísimo. Que Wagner sea judío tendría parte de moralina histórica porque Wagner escribió barbaridades contra los judíos. Su esposa Cósima fue una entusiasta del nazismo, y a él mismo se le utilizó como símbolo de la ideología nazi. Que Wagner fuera judío me permitía burlarme de todo eso. Al final, en su fuero interno, estoy seguro de que tuvo que tener muchos dilemas con esa postura intransigente que mostró, porque luego sí tuvo amigos judíos.

Los cuentos son mentira, pero, como me decía Luis Ángel de Benito, son parábolas. Sí tienen relación con las personas de las que hablan, e incluso podrían ser útiles para (a lo mejor) ayudar a comprender ciertos espectros de sus obras.

-¿Qué límites (o no) te has marcado a la hora de presentar e inventar ficciones sobre figuras históricas que, a fin de cuentas, sí han existido?
-Para los amantes de la música clásica los compositores son como deidades: una leyenda, aunque tengamos la prueba de que pasaron por este mundo. Yo mismo me lo he preguntado [ríe]; a lo mejor a los descendientes de Albéniz o Granados no les gusta mucho este cachondeo. Ya lo he advertido al principio: son ensoñaciones en el horizonte quimérico, no hay que tomarlas por realidades.

Si realmente alguien que tenga parentesco con estas personas lee el libro… además del relato dedicado a su familiar, verá que hay un respeto, un amor, por la música. Hay cosas que parecen intocables, gente que no tiene sentido del humor, pero los compositores eran seres de carne y hueso, humanos con sus debilidades, también sabían reírse de sí mismos, y hay múltiples ejemplos de ello en la historia de la música.

-¿Qué es la música para Martín Llade?
-La música es el interruptor de las emociones; de emociones que muchas veces hasta que no escuchamos ciertas obras ignorábamos que pudiéramos hacer aflorar de nuestro interior. La música nos ayuda a embellecer la realidad. La realidad es sucia, fea y triste, como nos demuestra esta época en la que vivimos, y no podemos cambiarla, pero sí podemos verla con la sensación de que, como todo, pasará, y nos conducirá a momentos de mayor estabilidad para el mundo, para nosotros…

La realidad es espantosa (no hay más que leer el periódico, escuchar las noticias; estos años desde la pandemia), pero eso no quiere decir que haya que estar lamentándose. Para eso existe el arte, la belleza y la música. Para demostrar que todos los días puede haber un momentito en el cual nos liberemos de las preocupaciones de las angustias, de la inapetencia, y digamos: qué bonito es esto, qué bien me sabe hoy el café, qué buen rato he pasado charlando con un amigo o jugando con mis hijos. La música proporciona estados de bienestar y para mí es el más potente generador de felicidad que existe.

-Eres el conductor de las mañanas de Radio Clásica, ¿cuál es el estado de la música clásica hoy en día?
-La gente piensa que la música clásica es minoritaria y marginal, pero en casi todas las ciudades tenemos un auditorio en el que se hacen conciertos de música clásica. Tenemos 30 orquestas, muchísimas, en España; tenemos temporadas de ópera… es verdad que siempre sería deseable que hubiera más ayudas, que hubiera más; pero tenemos lo suficiente para que haya relevo generacional, para que la música clásica siga escuchándose y siga acudiendo el público a ella.

Por supuesto que sería más deseable que en lugar de que acudieran 60.000 personas a un estudio de fútbol a insultar al árbitro o al entrenador del equipo contrario fueran a una sala de conciertos: hay que ser realista. Pero la música clásica no morirá nunca. Cuando la gente me dice que U2 llena un estadio con no sé cuántas personas…; si te lleno un estadio con la gente que va a ver un concierto de Mozart en el mundo ese día a lo mejor supera a U2. La música clásica no tiene el público del reguetón, ni falta que le hace. 

-¿Cuál es la responsabilidad de presentar un evento tan importante como el Concierto de Año Nuevo de Viena para TVE?
-El Concierto de Año Nuevo es el concierto de música clásica más escuchado de todo el mundo con unos 50 millones de televidentes. Es un concierto sencillo, que se basa siempre en el mismo programa: los valses y polkas de la familia Strauss, y algunos contemporáneos de estos. Me parece maravilloso empezar el año con una música que invita al optimismo y al buen humor, y que rompe las barreras y las fronteras entre los países porque se puede disfrutar en cualquier lugar del mundo. Y eso me parece muy bonito.

Un gran responsable de que el concierto se volviera tan popular en nuestro país fue José Luis Pérez de Arteaga, con ese tono próximo, didáctico, entrañable, ese sentido del humor: daba gusto. La gente lo seguía con verdadera pasión. Cuando me pongo al frente del Concierto de Año Nuevo porque él fallece, me encuentro con fieles seguidores (una media de 3 millones fijos) y algunos que hacen zaping (y que alcanzan hasta los 5 millones).

La responsabilidad es enorme, pero no requiere de mucha preparación. Aun así, me pongo nervioso (lo confieso), porque al final de todo lo que hago al año es lo que tiene más seguimiento. Decían por ahí: «Trabajas menos que el presentador del Concierto de Año Nuevo». Hombre, si solo hiciera eso, pues sí [ríe], pero no es el caso.

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