No seré yo quien ponga en duda los méritos académicos de Teresa Ribera (licenciada en Derecho y en Ciencia Política) para acceder como funcionaria al Cuerpo Superior de Administraciones Civiles del Estado. Oposición difícil, muy difícil, sin duda. Sus valores debe tener también para que en 2004 comenzara a asumir responsabilidades relacionadas con el cambio climático, primero como directora general y después secretaria de Estado; e incluso para representar a España en consejos asesores mundiales. Ahora bien, su tacto político brilla por su ausencia.
Medite o no sus declaraciones, ciertos excesos verbales le están costando cientos de millones de euros a la industria española. Fue la ministra Ribera, hasta este domingo de Transición Ecológica y desde mañana con nuevos galones en la hombrera como vicepresidenta del asunto, que asustó indebidamente sobre el fin de los coches diésel, la que ha provocado una espectacular caída en las ventas de automóviles tras los crecimientos de la última década y la causante, por tanto, de la supresión de millares de puestos de trabajo en turnos de las factorías automovilísticas españolas; uno de los principales soportes de la economía española.
Pero no solo del diésel vive el hombre y el campo lo hace del agua. Esta es la ministra que se ha opuesto en los dos últimos meses a los propios informes técnicos y ha negado agua del trasvase a los campos murcianos, alicantinos y almerienses; o la que no deja escapar ocasión de culpar al agro regional de los males del Mar Menor.
En apenas año y medio también se encaró con los amantes de la caza y los seguidores de los toros; y se enemistó con las eléctricas y todos los usuarios de energía pagamos las consecuencias en nuestros recibos.
Con estos antecedentes su ascenso en política no deja de ser preocupante.
Esto es lo que tenemos y con ello nos tocará vivir, pero no será fácil.