MURCIA. "Sin dudar iré a buscar un hombre de verdad…", gritaba Alaska en su canción. Todos pensaron que buscaba algo que, con el paso del tiempo, hemos demostrado que era tan volátil como el impacto del soplo del viento sobre una pluma. Una masculinidad frágil y construida dentro de un paradigma machista y patriarcal que exige a los hombres el ser fuertes, insensibles, esconder los miedos y emociones. Tan siquiera ella buscaba lo que todos pensábamos.
Nos vendieron que las mujeres se maquillaban y los hombres, que llevaban bigote y barba, se dejaban los cuidados de lado –a no ser que fueras metrosexual, que venía a ser en la boca de 'señoros', un hombre que se dedicaba, mínimamente, unos minutos al día para su estética. Un término machista del que nadie quería formar parte–. No podía ser al revés y si lo era, había un error, algo que se debía de solucionar. "Los chicos no lloran, tienen que pelear", llegó a decir una de las canciones de los noventa. Y así, entre todos, creamos las masculinidades tóxicas.
¿Qué es la masculinidad tóxica? Sería un modo masculino de habitar y estar en el mundo, que favorece la negatividad, la relaciones de desigualdad, el sufrimiento y no es nada saludable. Lo masculino se refiere a un modo de hacer las cosas, a una manera de expresarse y que va vinculado al ser hombre. Y eso, al final, está presente en todos los lados. Porque nos educamos con ello.
La moda masculina puede parecer aburrida. Me agoniza de forma desorbitada la planta de caballero de las tiendas de ropa. Colores oscuros, trajes, pantalones vaqueros, camisas entalladas y de cuadros y bombers de tafetán que, sinceramente, nos tienen a todos cansados. Los modelos son limitados y la ropa es mucho más cara que la femenina. "Y no, no te engañes, esa es la realidad. Los grandes diseñadores pueden decir misa, pero mira a tu alrededor, la gente no va de Palomo o Dior. Van de Zara, pues Zara es moda", me rebatió un chico cuando le dije que la moda masculina estaba cambiando. La regla de tres era clara. La entendí hasta yo, que suspendía matemáticas.
Son muchos los creadores de moda que intentan que lo masculino y femenino desaparezca, que se fusionen. Que no importe quién seas si lo que te pones defiende quién eres y lo que quieres expresar ante los demás. Con Palomo, nació una nueva generación de creadores que promulgan la abolición de género y que cada uno se ponga lo que le dé la gana. Porque no importa cómo te definas socialmente o lo que tengas entre las piernas a la hora del vestir. Solo ser libres y al final la moda, como expresión, lucha por ello. Jugó un papel clave en la emancipación femenina y ahora todo parece que lo hará con los roles de género.
Y lo veo, en cada traje del cordobés o chaqueta de García Madrid, en la que las catarsis de color han entrado para quedarse. El problema lo tenemos cuando vamos a las tiendas low cost, en las que todo se organiza por ellos y ellas. Hasta que no consigamos que lo unisex invada los armarios de la población de a pie, será como no hacer nada. Y hablo de una moda unisex digna, con faldas, tops, pantalones y camisas, pero sin etiquetas; no los sacos que hace un par de años nos quisieron vender como tal por diecinueve con noventa y nueve.
Es muy difícil ser uno mismo a los veinte, a los treinta, a los cuarenta e intuyo que a los cien. A los veinte no tienes experiencia, luego la consigues, pero ya no tienes veinte; a los treinta que no puedes pararte a pensar qué quieres de verdad; a los cuarenta que por qué no te has parado; a los cincuenta corres el riesgo de volverte invisible…
Señoras y señores, a mí no me salen las cuentas. Así que este artículo lo dedico a todos aquellos imperfectos, perdidos, a los que han trabajado mucho para ser uno mismo. A los que luchan por encontrar una voz que les defina.
Y así, sin más, descubrí que no había nada de malo en salirse del tiesto.