MURCIA. Lo recuerdo nítidamente. La sorpresa de que el entorno etarra se cebase con la librería Lagun. Mi familia la conocía, había comprado allí en los años de la dictadura y recordaba perfectamente su prestigio antifascista. Cuando empezó a recibir acoso y ataques continuados en los 90 se hablaba del fenómeno de forma paradójica. Asesinar agentes y militares, incluso algún político, encajaba en la lógica de la fantasía de ETA. Volver las armas hacia los que lucharon contra la dictadura ya desafiaba a la inteligencia de los que habían vivido todo el periodo completo. La única lógica que imperó en la organización fue la ley del más fuerte, hacia dentro, hacia los suyos y, evidentemente, hacia fuera. Se ha dicho hasta la saciedad que esa glorificación de la violencia, especialmente en nombre de la patria, no podía ser una expresión más fascista, pero nada de eso le restó determinación a los terroristas ni sumisión a los que hincaron la rodilla ante ellos.
En el libro Allí donde se queman los libros. La violencia política contra las librerías (1962-2018) (Tecnos, 2023) de Gaizka Fernández Soldevilla y Juan Francisco López Pérez, conocemos la causa en profundidad del caso concreto de Lagun. Empezó en 1983, un miembro de ETA había fallecido al manipular un explosivo y se decretó una huelga general en honor del "hijo del pueblo". La huelga obligatoria fue secundada en toda la Parte Vieja de San Sebastián, excepto en tres casos, uno de ellos era Lagun. Un grupo, posiblemente capitaneado por Idoia López
"La Tigresa", acudió a exigir explicaciones. Los dueños de la librería discutieron con ella, se negaron a echar el cierre y argumentaron que habría que hacerlo por un policía asesinado por ETA ese mismo día, no por el etarra. La amenaza fue clara: "Ahora os estamos pintando [la fachada de la librería], pero ya veréis lo que pasa por la noche". Y contestaron: "Nos pasará lo mismo que nos pasaba con los Guerrilleros de Cristo Rey, que durante el día nos ponían carteles y durante la noche nos ponían bombas".
En los 90, el acoso culminó con un ataque de kale borroka en el que lanzaron un cóctel Molotov al interior del local, que los propietarios lograron apagar con un extintor. La ertzaintza les hizo echar el cierre y marcharse de allí y, entonces, se produjo el ataque directo. Esa madrugada, encapuchados, entraron en la librería, sacaron los libros y les prendieron fuego. Era la misma escena que se vio en Berlín en 1933 con la quema de libros anti-alemanes. Pero podríamos retrotraernos a España perfectamente, esas escenas, organizadas tras la victoria de Franco y las perpetradas, a las bravas, por los mencionados Guerrilleros de Cristo Rey, fueron frecuentes.
Este grupo y otros de ultraderecha, en su momento denominados descontrolados, habían así sobre todo en los años 70. El recurso a la violencia venía por sentirse acorralados. Pese al mito extendido de que la dictadura en España nunca pasó apuros, lo que se suele afirmar con la frase "Franco murió en la cama", la realidad fue bien diferente. En los 70 cayeron las dictaduras de Portugal -que le sobrevivió cinco años a su dictador, en España fue uno y medio- y de Grecia, las instituciones del régimen estaban infiltradas por CCOO, una parte sustancial de la Iglesia trabajaba para la oposición y el terrorismo iba en aumento en una espiral de acción-represión. Se acababa el chollo y los más acólitos del régimen, una melé de ultraderechistas e integristas católicos, exigían que este hiciera valer su única fuente de legitimidad: la violencia criminal.
Las librerías fueron uno de sus objetivos predilectos. El ensayo lo denomina "bibliofobia violenta". Los motivos pasaban por tener en el escaparate, por ejemplo, obras de Neruda. En los ataques se dejaban mensajes como "No a la literatura marxista demagógica. Es un primer aviso". En 1972, la citada Lagun sufrió un ataque después de que Blas Piñar dijera en un mitin en el frontón de Anoeta ante 2.500 seguidores que el marxismo estaba penetrando en España a través de los libros que se veían "sin ningún pudor" en los escaparates. En Valéncia sufrieron agresiones la librería Pueblo y, sobre todo, la librería Tres i Quatre, que intentaron quemarla varias veces.
Lo de este local de inclinaciones nacionalistas empezó en 1970. El aviso llegó con una pintada "A la próxima, ladrillazos", luego vino un ataque con ampollas de tinta y después el primer incendio, en 1972, que supuso daños por un valor de 800.000 pesetas (91.000 euros actuales) El 31 de octubre de 1973, mientras se entregaban los premios Octubre de literatura en catalán, lanzaron cócteles Molotov contra el local causando daños esta vez de 150.000 pesetas (14.000 euros actuales) Con una llamada les dijeron: "Este es el premio trimestral que concede el PENS" (un grupo de inclinaciones neonazis formado, entre otros, por hijos de militares).
Ricardo de la Cierva, director general de Cultura Popular del Ministerio de Información y Turismo, envió un telegrama a Tres i Quatre donde mostraba "expresamente" su "repulsa personal y oficial por el estúpido atentado". El propietario de la librería contó en Valencia Semanal los problemas que tenían con las aseguradoras: "un individuo nefasto llamado Cañellas que regateaba al máximo. En una de las ocasiones llegó a decirnos que no podía pagar los daños a libros raros, considerando como tal una Biblia en catalán. Además de la franquicia, tardábamos un año en cobrar y era muy difícil justificar el atentado político-social, tal y como se nos exigía, aunque resultaba obvio". Si luego iban agentes a custodiar la librería, su presencia repercutía en las ventas. Quedaba marcado el local y los que se acercaban.
Los ataques durante esos años se sucedieron en toda clase de actividades. El teatro fue de los más perseguidos. Una obra que se menciona que sufrió amenazas a los actores fue Equus, aquella extraordinaria historia sobre un niño al que le cambian el crucifijo de su habitación por un caballo y acababa adorando y rezando a estos animales hasta el punto de alcanzar el climax sexual en su presencia. Las tertulias literarias del Café Gijón de Madrid también sufrieron ataques. Cines, ni se sabe cuántos. Fue una ofensiva en todos los frentes, que se ha olvidado, como tampoco se recuerda que fue felizmente derrotada, hasta el punto de que los ultras en los 80 acabaron siendo un hazmerreír.
Interesante también en estas páginas el llamamiento de Blas Piñar "a la rebelión" después de conocerse el borrador de la Constitución. Pedía al pueblo "que se rebele con santa ira contra la traición y la entrega de la patria". Su veredicto era claro: "La Constitución es desconstituyente, significa triturar y deshacer España. El pueblo español debe oponerse a que España desaparezca". Hoy esta idea sigue vigente. Todos los que son fascistas en el alma agitan el mismo monigote, su supuesta "desaparición".