la opinión publicada / OPINIÓN

La ominosa sombra del anterior jefe del Estado

22/05/2022 - 

Es dura la vida de un expresidente del Gobierno. Todo el día desubicado, contando batallitas a la gente, diciendo que está aliviado por no tener el peso sobre sus hombros de la dirección del Gobierno de la nación, la grave responsabilidad que conlleva encabezar a los españoles, 45 millones de personas pendientes de lo que haga o diga el presidente... ¡Qué añoranza de aquellos años, cuando el expresidente era Presidente, con mayúsculas, y todo el mundo le hacía caso!

El expresidente, en cambio, se convierte rápidamente en un jarrón chino, una molesta presencia con la que nadie sabe muy bien qué hacer, que aparece esporádicamente en el espacio público para decir inconveniencias y luego vuelve al consejo de administración de empresa del IBEX de turno, o bien a la presidencia de la Fundación "Ex Presidente X", que explica que él, en concreto, lo hizo todo bien, y ahora sólo quiere aportar al debate público su fundamental punto de vista, su experiencia como estadista de fama internacional, que básicamente se resume en que España está en peligro porque los incompetentes que llegaron después de él no tienen ni idea de nada y están desbaratando lo mucho que él consiguió.

En fin. Si la figura del expresidente chirría a menudo, no les quiero ni contar lo que sucede con el exjefe del Estado. Sobre todo porque esta última figura, merced a la Monarquía constitucional que nos hemos dado, es vitalicia. También fue vitalicia la figura del anterior jefe del Estado que ejercía en calidad de regente, merced a la guerra civil que nos hemos dado (o que nos dieron, más bien). Y por eso murió en la cama, tranquilamente. Le sucedió Juan Carlos I y la cosa evolucionó hacia un régimen democrático en el que ciertas cosas no se podían tocar, entre ellas la propia figura de Juan Carlos I, durante décadas protegido por parte de partidos políticos y medios de comunicación, que de forma casi unánime emitían propaganda blanca sobre su figura: el piloto del cambio, así Juan Carlos I hizo la Transición, el mejor embajador, ... Sin duda lo recordarán, porque este hombre, que ahora es un jarrón chino aparcado en Abu Dabi, dirigió el Estado durante casi cuarenta años.

Es interesante la perplejidad con la que los medios de comunicación y partidos políticos tratan su figura, porque obviamente es complicado hacer como si no hubiera pasado nada. Pero algunos, inasequibles al desaliento, ahí están, incluso ahora. Es la postura de la derecha española, la ultra y la moderada, que ha llegado a la conclusión de que, sea lo que sea Juan Carlos I, no tienen nada que ganar con la crítica a la institución, porque cualquier alternativa conduce a caminos peligrosamente "progres". Así que cierre de filas, aquí no ha pasado nada, y si Juan Carlos I se ha pasado décadas defraudando a Hacienda y cobrando comisiones ilegales, bien cobradas están. ¡La justicia española ya le ha absuelto y nosotros también, y además empleando el mismo sistema de "circulen, ha prescrito, aquí no hay nada que ver"!

Luego tenemos la postura del PSOE y medios adláteres, que resulta, si cabe, más complicada de sostener: lo que ha hecho el Rey Emérito está mal, pero él tampoco es el Rey ahora, el actual Rey es honrado a machamartillo y no tiene nada que ver con el anterior jefe del Estado, aunque Felipe VI sea jefe del Estado por haberlo heredado del anterior, que es su padre. En resumen: "circulen, ha prescrito, aquí no hay nada que ver".

Semejante razonamiento, por supuesto, le está granjeando a los socialistas acerbas críticas desde la derecha española, pues ¿qué es esto de poner pegas al intachable comportamiento del Rey Emérito, que bastante ha sufrido el pobre hombre viviendo recluido en Abu Dabi dos años por puro patriotismo? El asunto lo ha resumido muy bien Carlos Herrera: que vaya Pedro Sánchez por la calle junto con Juan Carlos I, y a ver a quién insulta más la gente. Y qué duda cabe que si "la gente" es la gente de Carlos Herrera, repartirán tantos insultos al rojo peligroso ese como alabanzas al anterior jefe del Estado, que si robó es por amor a España, y además ha prescrito.

Por último, tenemos la postura netamente antiespañola, de la izquierda podemita-rencorosa y de los independentistas que quieren destruir España. Esta gente es muy crítica con el anterior jefe del Estado, y algunos van incluso más allá: la responsabilidad de sus acciones no es sólo suya, sino de la institución monárquica y de los poderes que le permitieron hacer lo que se le antojase durante su largo mandato. Así de cainita es la Antiespaña, que ni la prescripción de inocencia (¿se dice así?) respeta. Pero incluso ellos tienen clara una cosa: que no tienen fuerza para nada más que protestar. El cinturón mediático-político que protegía a Juan Carlos I ha sido sustituido por otro cinturón, igual de nutrido, igual de genuflexo en la expresión, que hace lo propio con Felipe VI. Al menos, por ahora y mientras la cosa no se salga de madre. Porque si el amago de grave crisis que vivimos no se queda en tal y acaba consolidándose, con altas cifras de inflación, crisis energética e inestabilidad política, muchos recordarán que en España la capacidad regeneradora del actual sistema se resume en enviar dos años al Emérito a Abu Dabi para lavar la cara de todo lo demás.

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