MURCIA. El primer ejercicio de listening de la prueba de certificación del nivel C1 de inglés este mes de mayo en la Escuela Oficial de Idiomas de València estuvo dedicado a las suffragettes. En concreto, a su práctica de desfigurar peniques con el rostro del rey Eduardo VII para estampar su consigna “Voto para las mujeres” en plena cara del monarca.
Esta semana se cumplen 93 años de la muerte de la activista política inglesa Emmeline Pankhurst, líder del movimiento que consiguió el voto femenino en Gran Bretaña. Bien por la cercanía de la efeméride, bien por la necesidad de mirar atrás para recordarnos que si hoy ruge la cuarta ola feminista es porque muchas otras mujeres desencadenaron antes las precedentes, su nombre aparecía recogido en un examen oficial que más allá del nivel del idioma, plantea cuestiones de calado social.
La incansable lucha de Pankhurst arrancó a los 14 años, edad a la que asistió a su primera asamblea electoral, y se prolongó hasta el fin de sus días. En medio siglo de defensa tenaz, protagonizó iniciativas pacifistas y exhaustivas giras para pronunciar mitines, pero también incitó a la revuelta y sufrió enfrentamientos físicos con la policía, estancias en la cárcel, humillaciones, burlas y huelgas de hambre y de sed.
Su dedicación aparece recogida en un libro de memorias que por momentos se lee como un drama y por momentos, como un thriller. Mi historia (Capitán Swing, 2022) recoge en primera persona los hitos de una vida de coraje, autocracia política y sacrificio.
Una necesidad desesperada
Nacida en Manchester, en plena era victoriana, hija de un abolicionista que le inculcó fuertes principios éticos, su trabajo como trabajadora social fue crucial en su convencimiento de la urgencia de la causa de la igualdad de género. Como registradora de nacimientos y decesos, asistió a diario a los dramas que enfrentaban niños y mujeres en situación de marginalidad. Viudas que quedaban desamparas porque no tenían derecho a pensión tras la muerte de sus maridos, hijos de violaciones que no podían reclamarle responsabilidad alguna a sus padres, madres solteras condenadas al ostracismo…
Aquel panorama le hizo anhelar una reforma en la Ley de Pobres con la que proteger a madres y niños desvalidos. “El voto de las mujeres no solo era un derecho, sino una necesidad desesperada. Se necesitaban nuevas leyes y no serían posibles hasta que las mujeres no votaran”, esgrime en su libro.
Junto a su marido, Richard Pankhurst, fundó la Liga para el Sufragio Femenino, que rompió con las reivindicaciones de asociaciones similares, pues su iniciativa solicitaba el voto tanto para mujeres casadas como solteras.
En 1903, y ya en solitario, tras la muerte de su esposo, Emmeline fundó la Unión Social y Política de las Mujeres, una organización sufragista que estaba integrada únicamente por féminas y aunque próxima al Partido Laborista, se declaraba independiente y no se casaba con ningún partido político.
Estaba curtida de razones para proceder así. En 1887, la Federación Nacional de Mujeres Liberales prometía que si se aliaban con los hombres en las cuestiones políticas, pronto conseguirían el derecho al voto. “Los hombres aceptaron los servicios de las mujeres, pero nunca ofrecieron ningún tipo de recompensa”, escribe la activista.
De hecho, los líderes del Partido Liberal recomendaron a las mujeres que demostraran que merecían el derecho al voto parlamentario mediante su servicio en puestos municipales, en su mayoría sin sueldo, pero nunca hicieron prosperar medida alguna que les procurara el acceso a las urnas.
Sufragista parece, oportunista es
También sufrieron la decepción de aliados que se tornaron antisufragistas en cuanto alcanzaron el poder. Tal fue el caso del ministro de Exteriores Edward Grey. “He conocido a muchos jóvenes ingleses que comenzaron su vida política como oradores a favor del voto. Estos aspirantes a hombres de Estado tienen que atraer la atención de alguna forma y vincularse a una causa progresistas como el sufragio femenino”, lamenta la líder.
La mayoría de mujeres que integraron su causa no procedían de clases altas, sino de la trabajadora. La de Emmeline fue una rebelión por empatía, ya que su posición social la había salvaguardado de “las privaciones, la amargura y las penas que llevan a tantos hombres y mujeres a ser conscientes de las injusticias sociales”.
Las memorias de Pankhurst se dividen en tres libros, donde la historia de la radicalización de su protagonista se hace extensiva a la del movimiento. Arranca con La forja de una activista, prosigue con Cuatro años de movimiento pacifista y deriva a La revolución de las mujeres.
Su gesta resuena en el contexto histórico de nuestros días. Al arranque pronuncia unas palabras que podrían ser las de cualquier activista medioambiental o por los derechos de la igualdad de género de nuestros días: “Qué insignificante, comparada con las noticias que aparecían a diario en los periódicos, resultará esta crónica de la lucha de las mujeres contra la injusticia política y social en un pequeño rincón de Europa”.
De hecho, en coincidencia con la lectura de este libro, las derechas españolas sumaban fuerzas para impulsar la eliminación de los fondos del Ministerio de Igualdad para ayudar a las familias a partir del bulo de que la cartera de Irene Montero trabajaban con un presupuesto de 20.000 millones de euros, cuando la cantidad no asciende a esa suma y entre sus funciones está la de las prestaciones de maternidad, paternidad y las ayudas a la conciliación laboral.
Ding dong y a la cárcel
La diferencia entre un libro biográfico y unas memorias reside en que en sus páginas late la frustración, la honda tristeza y la ira por las sucesivas decepciones vividas.
Las suffragettes fueron arrestadas por caminar hasta la puerta del número 10 de Downing Street para presentar argumentos a favor de su causa, por asistir a debates electorales, por llamar al timbre de las casas de los políticos, ya que en el Parlamento no se les daba audiencia. Se las arrastraba del pelo, se les echaba encima los cascos de los caballos, se las obligaba a comer en contra de su voluntad cuando se declaraban en huelga de hambre. El cénit de la brutalidad se alcanzó el llamado Viernes Negro, en el que la policía agredió a decenas de mujeres. Algunas murieron poco después.
Integrantes procedentes de todos los estratos de la la sociedad dejaron de lado sus diferencias por una causa común. Su lucha por la dignidad se inició con protestas pacíficas que una y otra vez las llevaban a un punto muerto. Vejadas por las autoridades, engañadas una y otra vez por el Gobierno laborista con promesas que nunca se cumplían, su liza se torno cada vez más violenta, con pintadas, sabotajes, y provocación de incendios en buzones, establecimientos públicos y comercios, así como el ataque a los domicilios de sus adversarios en el Gobierno y en el Parlamento.
Lo curioso es que su paso a la acción directa estuvo espoleada por uno de los más misóginos de los políticos liberales. Varios días después de que Pankhurst ingresara por primera vez en prisión, el ministro del Interior, Herbert Gladstone, advertía de que el sufragio femenino “debía avanzar hacia la victoria pasando por todas las etapas que requiere la maduración de toda gran reforma: primero el debate académico y después la acción efectiva, tal y como había ocurrido en la historia del sufragio masculino”. Esto es, con el uso de la violencia.
Castigos que se remontan dos siglos
Pero, ay, cuando los hombres ingleses rompían ventanas, se considera la expresión honesta de una opinión política, pero si lo hacen las mujeres inglesas, un crimen. Cuando las suffragettes mostraban de lo que eran capaces o lograban que el pueblo se pusiera de su parte, el Gobierno ponían en marcha mecanismos coercitivos y represivos del pasado. Ente otras, desempolvó una antigua normativa del reinado de Carlos II, la ley de peticiones alborotadoras de 1661, para imponerles multas y penas de tres meses de prisión caso de dirigirse al rey o al parlamento para cualquier queja, protesta o petición en un grupo que superase la docena de personas.
De sus numerosas estancias en prisión se da cuenta en Mary Poppins (Robert Stevenson, 1965) donde la señora Banks nombra a la considerada por la revista Time como una de las 100 personas más importantes del siglo XX, en su canción Sister Suffragette: “Take heart, for Mrs Pankhurst has been clapped in irons again!” (“¡Ánimo, porque la señora Pankhurst ha sido encadenada de nuevo!”).
Finalmente, las sufragistas recurrieron a daños a la propiedad a gran escala, ya que parecía ser lo único que les importaba a un gran número de ingleses. Más en particular, a los ministros del Gobierno. Eso sí, siempre evitando infligir daños a los seres humanos. “El activismo de los hombres, a lo largo de los siglos, ha inundado el mundo de regueros de sangre, y por esas hazañas de horror y destrucción les han levantado monumentos y compuesto canciones y epopeyas. El activismo de las mujeres no ha dañado vida humana alguna, a excepción de las vidas de aquellas que lucharon en la batalla por la justicia”, compara Pankhurst en sus memorias.
La vida de Emmeline y el movimiento también se recogió en una película de 2015 donde Meryl Streep daba vida a la icónica activista. En palabras de la "oscarizada" actriz durante la promoción de Sufragistas, “todas las niñas deberían conocer estos hechos y todos los niños deberían grabárselos en su corazón”.
El libro fue escrito en los albores de la I Guerra Mundial, de modo que su causa y la expectación de las lectoras queda en suspenso. Una década antes de su muerte, el 6 de febrero de 1918, al fin se aprobaba la ley que otorgaba en su país el derecho al sufragio a las mujeres mayores de 30 años. Descanse en paz, Emmeline Pankhurst. Leída su biografía, el epitafio latino suena pertinente y no a lugar común.