MURCIA. Si Edgar Allan Poe intentase vivir hoy de su literatura, probablemente moriría joven, pobre y alcoholizado. Un momento, eso es justo lo que sucedió en 1849. Bueno, en cualquier caso, seguramente hoy, cuando los 'expertos' en pedagogía a los que (vaya usted a saber por qué) nos ha dado por hacer caso recomiendan no estresar a los niños obligándoles a leer, no vayan a cogerle manía a las letras (mucho mejor que se tiren horas soñando con monetizar su estulticia como El Rubius, dónde va a parar), Poe no sería Poe.
Por suerte, el contexto ayudó y el poeta, novelista y periodista norteamericano se convirtió, aunque no pudiese disfrutarlo, en el 'padre' de las novelas de detectives y en un extraordinario contador de historias de terror, mucho más terrenal que H.P. Lovecraft y, quizá por ello, con mucha más suerte al ser adaptado al formato audiovisual, que es del que vamos a hablar. Desde los mismos inicios del cine comercial, Poe fue inspiración para extraordinarios (o no tanto) largometrajes, entre los que se suele recordar 'Los crímenes de la calle Morgue', que tiene nada menos que tres versiones en pantalla grande y una televisiva.
Sin embargo, las mejores adaptaciones de Poe no se han dado en el cine, sino (quizá porque el formato se acerca más al relato corto que cultivó con maestría el literato) en la televisión: 'El gato negro', episodio de la antología 'Masters of Horror' dirigido por Stuart Gordon en 2007 (que se toma la licencia de convertir al Poe histórico en el protagonista de la angustiosa historia, haciendo buena la sospecha de Cortázar de que el escritor se había inspirado en sí mismo para el personaje), es lo más parecido a estar leyendo la historia que cuenta en imágenes.
Y esto nos lleva a 'La caída de la Casa Usher', del rey Midas del terror seriado Mike Flanagan. Una serie que ha contado con varios hitos a favor de hype más allá de su innegable calidad como producto audiovisual: es la más ambiciosa adaptación (libre) de Poe hasta la fecha, para más inri 'made in Flanagan', un director que goza del respeto que se niega al resto del género, supone además la despedida de Flanagan de Netflix (plataforma que lo ha convertido en lo que es, para qué vamos a mentir) para fichar por Prime Video, y la guinda de sumar un fichaje de relumbrón a los 'sospechosos habituales' del director: un Mark Hamill irreconocible como taciturno abogado sin escrúpulos, que sin duda es el papel secundario que todo actor secundario (se llame Bob o no) querría interpretar.
Obviamente, la ambición de la serie desborda los límites de la obra literaria que adapta, pero tiene truco: el bueno de Mike mete toda la obra de terror de Poe, de cabo a rabo, en una batidora donde también caben referencias a la propia vida del autor, a sus historias de misterio y a su obra poética, con El Cuervo (cuya mejor adaptación televisiva, por cierto, protagonizó Homer Simpson en uno de los celebrados especiales de Halloween de la familia amarilla) o Annabelle Lee (aquí el punto es para Radio Futura). El apellido Usher y la enfermiza relación entre los hermanos que construyeron el imperio empresarial cuyo derrumbe da título a la serie son la vaga conexión con el relato, convenientemente traducido a nuestro tiempo con una antipática farmacéutica y un incansable fiscal como percha.
A partir de aquí, Flanagan amplía la familia Usher con seis hijos, cuatro bastardos, del patriarca que interpreta magistralmente Bruce Greenwood (el Gerald de 'El juego de Gerald', celebrada película del mismo director que en esta ocasión adapta a Stephen King). Greenwood es Roderick Usher, magnate farmacéutico con muchos muertos (literalmente) en el armario, que en su ocaso físico y mental, tras perder a sus seis hijos en quince días mientras se le juzga por las muertes de numerosos consumidores de sus fármacos, decide llamar al fiscal (Carl Lumbly) para confesar sus pecados (unos omnipresentes flashbacks que viajan entre la juventud del empresario y los quince días anteriores a la reunión). Solo que estos no son los que el funcionario espera.
Usher, que a su vez se muere también de una enfermedad cardíaca, está convencido de que las muertes de sus seis hijos (de maneras que merecerían ser reflejadas en la divertidísima '1.000 maneras de morir') se deben a sus pecados, y quiere aliviar su conciencia y convencer a su némesis de que en toda la historia sobrevuela un elemento sobrenatural. Con la cara de otra 'fija' de Flanagan, por cierto: Carla Guguino, pareja de Greenwood en 'El juego de Gerald'. 'La caída de la Casa Usher' grita a cada segundo del metraje que es una obra de Mike Flanagan, y no solo por el reparto repleto de sus actores fetiche: la puesta en escena, la iluminación, el fuego lento con el que se cuecen los acontecimientos, el dibujo psicológico de los personajes, los extraordinarios diálogos (nadie habla así en la vida real, pero da igual)... la trascendencia de la historia humana que se traza, en fin, donde los fantasmas, como siempre en la obra del director, son lo de menos.
Por supuesto que 'La caída de la Casa Usher' no está a la altura ni remotamente de 'La maldición de Hill House' o 'Misa de medianoche', las dos grandes series que ha dejado en el catálogo de Netflix el director junto a otras propuestas menores pero también interesantes. Pero solo por el torrente de guiños a Poe (la muerte de cada hijo está ambientada en una de las muchas historias de terror del escritor, de 'Los crímenes de la calle Morgue' a 'El corazón delator', y todos los personajes comparten nombre con alguno de los protagonistas de sus historias, e incluso personas reales de su entorno), el preciosismo de las imágenes, el carisma de algunos de sus protagonistas (mención especial a Kate Siegel y Rahul Kohli) y lo bien rodadas que están las cada vez más absurdas muertes, vale la pena verla. Y esperar las sorpresas finales a medida que Roderick va desvelando más y más datos de su historia, claro, mientras saltas en el sofá cada vez que aparece uno de los muchos fantasmas que pululan por la historia. No todos, como siempre pasa con Flanagan, almas en pena.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame