MURCIA. Héctor Abad Faciolince se vació en El olvido que seremos, pero aún queda realidad de la que nutrirse: lo hace con Salvo mi corazón, todo está bien, publicado por Alfaguara. El escritor de Medellín coloca en el centro de su narración a un cura amenazado de muerte por una enfermedad en el corazón que sueña con sus posibles vidas llenando los vacíos de las familias desestructuradas; una novela a contracorriente. Atiende a las preguntas de Plaza.
- Hay conceptos que significan cosas diferentes dependiendo de su contexto. Por ejemplo, el comunismo, la libertad, o la patria. El catolicismo es otro de esos, ¿cuáles son las coordenadas de la Iglesia en Colombia de las que te sirves en tu libro?
- Yo diría que la Iglesia Católica en Colombia no se aleja mucho de lo que es y ha sido la Iglesia Católica en España. El franco-catolicismo del siglo XX en España se instaló en Colombia rápidamente, y, por ejemplo, compartimos los rosarios de la aurora y otras celebraciones anacrónicas sobre la conquista, que se supone que nos había traído la luz y la verdad. Por eso, en este caso no dista mucho nuestro significado del vuestro. Nos entendemos tanto en la palabra catolicismo como en la palabra corazón.
Dicho esto, en América Latina hubo un movimiento llamado la Teología de la Liberación que surgió tras el Concilio Vaticano II y se alejó rápidamente de esa Iglesia franquista. Yo, que conocí ambas cosas, puedo hablar muy críticamente de esa Iglesia predominante, y con cierta admiración y cariño sobre esa otra Iglesia. El Gordo, el protagonista de la mi novela, se acerca más a esa Teología de la Liberación, aunque de una manera mucho menos militante. Alberto Calderón, que es otro de mis personajes, se adscribe de una manera mucho más clara.
- En esas aspiraciones que dibuja El Gordo de su posible nueva vida está la de formar una familia. ¿Hay, por tu parte, una idealización de esa estructura?
- Tanto en ese sentido, como en el de que los protagonistas sean curas católicos, creo que esta es una novela a contracorriente. Actualmente, cuando aparecen sacerdotes, en un ensayo o una novela, son —como poco— problemáticos: conservadores, con una tendencia hacia al abuso hacia los niños… Por otra parte, la familia que se presenta en la novela más actual es una familia odiosa, castradora, de la que hay que liberarse como concepto anacrónico, obsoleto.
Este libro busca ir en una dirección opuesta. Sé perfectamente que una familia puede ser el sitio donde te joden la vida, donde el poder de hacerte daño que tiene un padre o unos hermanos es enorme; pero cada escritor lleva a sus libros sus experiencias, no su ideología. Yo no soy un escritor ideológico, soy un escritor de la experiencia. Y mi experiencia es de una familia interesante: soy hijo de padre ateo y madre muy católico que lograron convivir armónicamente. Nos educaron de una manera contradictoria pero, en la tolerancia que se tenían recíprocamente, esta familia mía, tan amorosa, no fue un sitio del horror, sino una fuente de la que todavía me nutro. Mi ideal narrativo es la oralidad de mis hermanas, y mi ideal de familia es el de las familias extrañas, no el del patriarcado.
- Hay una corriente de pensamiento de la literatura que opina que la realidad castra la imaginación de un escritor. Tú, precisamente, te sirves habitualmente de la realidad, ¿dónde está esa fuente de imaginación?
- El problema mío es que no tengo imaginación. Cada cual tiene y carece de ciertos talentos. La única imaginación que yo reconozco dentro de mí es la creatividad de la mala memoria. Tengo una pésima memoria, así que mi manera de recordar es sumamente creativa. Eso significa que, aunque base mi literatura en mis recuerdos, mi memoria es tan pobre e ilimitada, la estoy siempre completando de manera extraña. Hay hechos que yo creo que son memoria, pero la gente que lo ha vivido conmigo confirma que es totalmente inventado. Mi manera de imaginar es un mal recuerdo.
Y, de todas formas, aunque en este libro puede haber un trasplante de un personaje real a un libro, este tiene muchos límites: has de llegar a lugares que ni siquiera tú conoces de ti mismo. ¡Imagínate un personaje real en la ficción! Simplemente es un sueño del que quedan restos diurnos, pero no es para nada una copia fiel, ni un retrato realista, ni una biografía. Es algo que se hace. Los historiadores no lo reconocen, pero estoy seguro que también se han de inventar muchas cosas.
- La metáfora más potente de lo que le ocurre al alma humana es lo que le ocurre al cuerpo humano.
- Claro, es que el alma, tal y como nos han enseñado en el cristianismo y en otras religiones, nos la han presentado como algo inmortal, que está encerrada en un cuerpo que abandona cuando este muere. Como en el poema de Quevedo.
Si lo piensas bien, el alma es muchísimo más mortal que el cuerpo. Y, de hecho, hay mucha gente cuya alma se muere mucho antes de su cuerpo. Asistimos a procesos en el que el alma desaparece y la persona ni siquiera existe.
Pero, en todo caso, eso es una concepción demasiado dualista de la existencia. Esta novela, de manera velada, busca superar ese aspecto. El Gordo se da cuenta, cuando está enfermo, que el cuerpo es lo que le permite estar vivo, y no el alma. Y también que, a pesar de haber renunciado a cualquier placer del cuerpo, excepto la comida, que el amor se manifiesta en la caricia, así como la música se manifiesta en el tímpano.
- Tu novela también habla de ausencias. Explícame algo de ellas.
- Los que se mueren pueden dejar desde un mal recuerdo hasta un vacío absoluto. Pero también pueden convertirse también en sombras que están más vivas que muchos seres vivos. Para mí era muy interesante explorar la ausencia de la paternidad, el hecho de que estas madre, por desidia e irresponsabilidad de los hombres, les toca criar a sus hijos solas. Esas ausencias son vacíos enormes que la presencia efímera de El Gordo intenta suplir. Y esas presencias son como la música, pero hay algo en la música que —como me decía una profesora mía— no se puede considerar hasta que no ha pasado, y por lo tanto no se puede parar. Las personas que más influyen en nuestras vidas es como aquellas melodías que, para que se puedan percibir, deben tocar la pieza que es su vida completa, y solo entonces se puede entender la ausencia inevitable. La ausencia es fundamental, pero es que es imposible retener nada: o dejas pasar las cosas o no vives más.