MURCIA. ¿Qué huellas y qué síntomas deja el duelo? ¿Dónde nace y dónde muere la vitalidad? En su última novela, Las voces de Adriana, algunas cuestiones como estas sobrevuelan a la protagonista Adriana, que todas las semanas hace el viaje de Madrid a Valencia para cuidar a su padre tras padecer un ictus. En tres movimientos con tres tonos diferentes, Elvira Navarro desvela algunas respuestas, que se encuentra en las voces del pasado.
- La sinopsis del libro pone en el centro el duelo, pero en la primera parte del libro es solo un murmullo. ¿El duelo aparece en la segunda mitad del libro o llevaba desde la primera página presente y tan solo se desvela?
- Es verdad que la primera parte trata del padre y está vivo, aunque enfermo. Además su carácter es optimista, vital. Ahí más que estar mirando a las personas que se han muerto, se está mirando al presente del padre y a lo que el padre desea, que es vivir. El duelo aparece como pequeñas señales cuando se habla de la muerte de la madre, pero no nos metemos en las voces de los que se han ido hasta esa segunda parte, que es cuando Adriana empieza a retornar a su memoria y a escribir, en primer lugar, sobre lo que era la casa familiar ahora vacía, cómo vivió ella aquella casa, cómo está llena de ecos del pasado. Es ahí cuando nos vamos deslizando hacia las ausencias.
- En la primera parte hablas de la Señora Muerte y de la Señora Manipuladora, un sentimiento que personificas para convertirlas en amenaza, ¿por qué darles toda esta entidad?
- Yo hablo de Señora Muerte y Señora Manipuladora como dos deidades de la oscuridad. La personificación tiene que ver con el intento del personaje de Adriana de alejarse de su propio miedo a la muerte, y de ponerles un nombre que, para mí, acaban haciendo de juego cómico, como en estas películas de dibujos donde la muerte es la parca con una guadaña. Cuando personificamos nos estamos —paradójicamente— alejando. Al ponerle ese nombre, darle una identidad, hacemos más humano aquel fenómeno que nosotros desconocemos. Al final, es una manera de introducir al tema de la muerte de un modo más amable, para luego ir a una parte más dramática.
- “Había perdido la ligereza”, escribes sobre Adriana. Como si hubieran hechos que cambiaran el filtro y la manera de ver el mundo de manera total, y que haya tristezas que te provoquen mirar con desdén la vitalidad de otras personas.
- Hay toda una primera parte en la vida, si vives más o menos sin demasiados dramas, en la que no piensas que la vida te pueda pesar tanto. Se vive todavía sin el peso de una maleta demasiado cargada. Por otra parte, vivir con más o menos ligereza tiene mucho que ver con la personalidad de cada cual: hay gente que es un poco ligera y hay otra gente que, incluso los acontecimientos más dramáticos son capaces í de relativizarlos mucho y de poner por encima su vitalidad. No sé si uno puede elegir ser ligero o no, pero, desde luego, Adriana empieza a sentir que lo que está sucediendo le pesa demasiado, y que ha perdido la ligereza. Yo quería hacer ese contraste con el padre, que nunca pierde la ligereza. Ella está anhelando aprender de esa actitud.
- Vamos a hablar del coro de voces de la tercera parte. ¿Cómo te lo imaginas? ¿De qué manera resuenan? ¿Es un coro que escucha la propia Adriana en un momento concreto o es algo mucho más abstracto?
- La idea me la dio una película de Carlos Saura, Cria Cuervos. Hay un momento en el que la actriz que hace de la niña de mayor es la madre, como si esta estuviera en ella. De ahí surgió la idea de tres mujeres cuyas voces pudieran ser intercambiables. De hecho, en la primera versión de las voces, ponía “HIJA” y hablaba la abuela, por ejemplo. Totalmente mezclado. Era tan extrema esa mezcla, al principio no se sabía quién decía qué y tenías que ir recomponiendo el puzle. Mis primeros lectores lo vieron demasiado caótico.
Pero es que la primera vez que la imaginé era incluso un teatro. Aunque nunca había escrito en ese formato, me planteé que lo fuera. Y que las actrices de tres generaciones intercambiaran sus voces. Pero no, es un texto narrativo, así que tuve que poner a cada voz con su discurso.
- Sobre todo porque no se responden inmediatamente a lo que plantean, son tres voces con un camino paralelo. Hay un ejercicio para el lector de intentar dibujar el hilo que hay entre ellas.
- Claro, no se contestan porque son monólogos. En unos encontramos ecos de los de las otras, pero no es un diálogo para nada. Cuando vas avanzando, te das cuenta de que son tres generaciones cuyo recorrido, de alguna manera, tiene una lógica. Ahí estaba la respuesta, en esa lógica.
- Vivimos un momento de gran cuestionamiento sobre la institución de la familia en general, y en la literatura en español en particular. Reivindicar la familiar o deconstruirla. En redes sociales ha llegado a términos casi de guerra cultural. Tu historia parece encontrarse en un lugar ambiguo. ¿Es así?
- Este texto está posicionado en que no existe posicionamiento posible sobre un tema tan complejo poliédrico. No hay un modelo de familia, hay muchísimos. La familia es inevitable hasta que no nazcamos en probetas, lo cual no creo que sea muy deseable. Hemos venido al mundo en un entorno que nos configura. Negar esa configuración, querer destruirla por completo no es que sea deseable o no, es que es imposible. Si niegas todo eso, estás negando el conocimiento de ti mismo, porque estás hecho de esas personas que te han precedido, que te han criado, y con las que has pasado los años más importantes de tu vida. Vas a estar siempre condicionado, para bien y para mal.
A mí lo único que me parece interesante es el cuestionamiento de la familia tradicional. No porque tenga que ser mala en sí, sino porque, ¿por qué no va a haber más modelos de familia? Tenemos que admitir todos los modelos de familia posible. Los seres humanos no podemos vivir sin vínculos, y esos vínculos son familia. Pueden estar dentro de una estructura tradicional o no, da igual, pero esos vínculos son imprescindibles.
- ¿Hasta dónde Adriana es un personaje independiente, con capacidad de desarrollarse a sí misma, y hasta dónde sus herencias le inundan como persona?
- En ese momento concreto de la vida de Adriana, que es un momento de duelo y de hacerse cargo de la muerte, ella está inundada. Creo que, en general, en la vida tenemos momentos como de inundación y otros que somos capaces de mirar un poco hacia dónde no hay ese peso de la memoria ni de la herencia. En el caso concreto de Adriana, es el momento para ella de mirar hacia atrás. De hecho, el sentido que tiene en esta novela es una mirada hacia el lugar de donde ella procede.
- Otra tendencia en la literatura ha sido la autoficción. Y tras varios años, especialmente las escritoras de la literatura estatal han dado un giro en la introducción de elementos paranormales. En tu caso, son los fantasmas. ¡Qué estimulante está siendo esta exploración colectiva de todo lo que dicen los fantasmas en nuestras historias y en nuestras vidas!
- Yo creo que es una exploración muy bonita, porque empiezas a entender cosas de ti mismo que no entenderías si no haces esa exploración. Yo creo en esa máxima de conocerte a ti mismo, porque si no, estamos perdidos. También es muy bonito que pueda tomar diversas formas, desde la más psicológica, reconstruyendo lo que ha sido toda la genealogía, hasta la más metafórica, como por ejemplo la del fantasma.
Incluso mezclar ambas formas, porque no están reñidas. La memoria se vive como algo fantasmagórico, o por lo menos yo la vivo así. Tienes las voces de toda la gente que se ha muerto, incluso de la que no se ha muerto también. Hay todo un abanico muy interesante de explorar.
Por otra parte, en este giro del que hablas, somos muchos los autores que estamos en la madurez, a la mitad de la vida, y eso muchas veces implica una mirada más profunda, como de hacerte cargo de ti mismo (lo cual no significa quedarte en ti mismo, sino bucear en todos los que te preceden). También hemos normalizado la psicología y la terapia, que hasta hace relativamente poco era una cosa de zumbados, y eso ha abierto la pues a otro tipo de exploración que antes quizá levantaba muchas sospechas.
- El libro se compone en tres movimientos con tres tonos totalmente diferentes.
- Para mí responde un poco a que cada herencia tenía que tener su tono. No tiene nada que ver el mundo ni la personalidad del padre, con la de la madre o la abuela. De hecho son contrarios. Yo quería que hubiera un reflejo estilístico en cada parte, no estar tratando tres herencias distintas en un mismo formato. Tenía que ser coherente con lo que se estaba contando.
Así, empieza como algo ligero y acaba en el coro de manera muy reflexiva. Pero el salto no es abismal, son tres escaloncitos.