Sus tiras aparecieron en The Guardian en la sección de reseñas de libros. Fue entre 2002 y 2005, una época de transición no solo para el negocio literario, también para prácticamente todos los demás, nada se libró de una mercantilización extrema. En los albores del siglo XXI, el neoliberalismo era una ideología triunfadora. Posy Simmonds, testigo de todo el siglo XX, sin embargo, tuvo el ojo para burlarse de sus estragos en un mundo tan sensible como el literario
MURCIA. Se nos llena la boca con la violencia política, los déficit de democracia y muchos deterioros de la convivencia, pero no hay que engañarse. Somos muy vagos para pelearnos realmente por algo que nos importa tan poco y abordamos con tanta hipocresía como la política. Hay motivaos que son capaces de todo por razones políticas, pero siempre son minorías y generalmente manipuladas por alguien que tiene intereses, los quiere lograr a toda costa y, como es un señorito, no quiere mancharse las manos. Lo que sí que es peligroso es decir que un grupo de música equis te parece una payasada. Cuidado con mofarse con la serie en la que otra persona ha invertido ya más de cuarenta horas mensuales. Dios te libre de banalizar los últimos números de no sé qué superhéroe. Ahí es donde reside el verdadero peligro, eso que llaman odio. Y en todo este contexto llamado cultural, hay un ámbito que hace que las pirañas parezcan entrañables peluches: el mundillo literario.
Ese es el título con el que Salamandra publicó el año pasado la recopilación de tiras sobre humor a costa del negocio de los escritores de la gran Posy Simmonds. Una mirada no exenta de crueldad, pero muchas veces hasta comprensiva con los seres que pueblan ese sector. La gente no suele entender hasta dónde puede llegar una persona en un estado de necesidad hasta que no lo ve o experimenta en sus carnes. Pues bien, el mundillo literario es la necesidad perpetua. Todos los que lo integran siempre están necesitados, dependen de otros factores u otras personas. Hay una interrelación de necesidades que convierte al más terrible y revolucionario de los escritores en un dócil corderito que bala tímidamente cuando lo que están en juego son sus necesidades. Este ecosistema es válido para el periodismo, el teatro, las artes gráficas y un sin fin de gremios, pero sin duda el literario se lleva la palma.
El humor en este cómic es, por tanto, tarea fácil, porque pinchar egos no solo supone que te den el chiste hecho, sino que se trata seguramente de la forma más antigua y elemental de humor. La gracia sobre el escritor varón obsesionado con su éxito con las mujeres es evidente y, lógicamente, aparece, pero donde se hila más fino es cuando las viñetas ponen el foco en otros detalles, como las pequeñas librerías. Juega con ventaja, debido a los estragos que atraviesa el pequeño comercio, pero no se puede evitar dibujar una sonrisa cuando les ves encargar libros que desprecian y les indignan justo en el momento en el que se enteran de que hay una serie en camino sobre esa obra.
Se dispara con bala a las comerciales de las editoriales. Dice un escritor que antiguamente, cuando veía una mujer hermosa con tacones altos, pensaba en sexo y placer, y ahora, tras años en el negocio de la literatura, lo que le viene a la cabeza es el departamento de publicidad de su editorial. También se critica esa superficialidad en la búsqueda de nuevas escritoras. "Eres muy guapa, ¿sabes? ¿Te has planteado alguna vez hacerte novelista?", le dicen a una camarera en un ágape de una editorial.
Es ambrosía el caso de una escritora desquiciada porque su biografía "erudita" de un personaje, tras quince años de trabajo, será eclipsada por la de otro que ha conseguido acceso a documentos íntimos del biografiado a través de su viuda. "Se la ha follado", le dice al detective privado que contrata a la desesperada para destruir su reputación.
Te partes con el retrato de grandes superficies que venden libros de escaso interés, donde es imposible encontrar lo que se busca, si es que lo tienen, y de las entrañables librerías de barrio que sirven para que las señoras dejen la compra y encuentren refugio los alcohólicos. De esta escena he sido testigo. Recuerdo el drama del propietario de una galería de arte dedicada a la fotografía que, cada vez que celebraba una exposición nueva, la mayoría de la gente que se acercaba eran los alcohólicos desocupados de la zona atraídos por el vino gratuito y los canapés.
Todos estos dardos se lanzaron entre 2002 y 2005. Es un periodo bastante oportuno e interesante, porque es cuando se acaba el viejo mundo. No solo fue cuando definitivamente entró en juego la oferta digital, también era una época de consolidación de la mercantilización implacable de todos los sectores. Si queremos entender lo que supuso el cambio, hay un documental muy interesante en Filmin titulado Generación Kronen que entrevista a los protagonistas del hype editorial de los años 90. Lo de menos es su mayor o menor calidad. En mi opinión, había tantos elementos interesantes como fanfarria, como en cualquier fenómeno. Sin embargo, se me quedó grabado un detalle. Hablan de un Madrid de los 90 en el que había varias presentaciones de libros cada día, la mayoría simultáneamente, y todas ellas estaban a reventar. Ahora el panorama se parece más al de escritores sin nadie que quiera que les firme un libro. Hoy, no es difícil encontrarse con autores solos, mirando tristes a los que han ido al local a comprar otra cosa y no saben ni qué se está presentando.
La autora, Posy Simmonds, ha tenido que ver rayos C brillar en la oscuridad de la puerta de tal y cual porque lleva décadas en el negocio. Encima, su trayectoria es ejemplar, sus no novelas, sino novelones gráficos como Gemma Bovery o Tamara Drewe son clásicos imprescindibles. Mención aparte su conocimiento del medio, cuando lanzó la primera pensando en Flaubert, estaba aterrorizada con lo que pudiera pensar de ella la crítica francesa (Simmonds es inglesa). Sin embargo, nada más lejos de sus miedos, se lo tomaron como un homenaje y quedaron encantados.
Hay una frase que ella utilizó en una entrevista para describir el origen de su pasión por el arte de la viñeta cuando era niña que siempre viene bien para explicarle de qué va esto a los neófitos: "si dibujaba un hada muy bien, la gente me decía que era muy buena. Pero si luego la hacía fumar un cigarrillo, la gente se reía". Es tan simple y tan complicado como eso. Luego podríamos hablar de su presencia en la Sorbona de la primera mitad de los 60, la de los beatniks, y de cómo su estilo en los periódicos estuvo siempre dominado por la sátira y la distancia irónica. También sería digno de estudio el caso de cómo sus chistes de finales de los 70, en el inicio de los años Thatcher, que se convirtieron en realismo a finales de la siguiente década. Pocos autores habrán retratado de una forma más incisiva el loco mundo de las clases medias y su chiflado siglo XX, ese a cuya agonía asistimos ahora para alumbrar un futuro todavía menos esperanzador.