BRUSELAS. La imagen no podía ser más premonitoria. La publicaba el delegado de la Unión Europea (UE) en la República Centroafricana (RCA) en su perfil de twitter el 1 de enero de 2023, cuando despuntaba el Año III d.C. -después de la Covid- y la pandemia amenazaba de nuevo con resurgir de sus cenizas en el epicentro de LaGranFábrica. La covid-19 se estaba propagando rápidamente en China, donde había sido baja la vacunación y su efectividad. Mientras China reabría sus fronteras a los viajes internacionales, Europa le cerraba las puertas con controles en los aeropuertos de Italia, Francia, España y Gibraltar. Esto ya había pasado antes.
El cambio de sentido de 380 grados de China, de la reacción exagerada a la inacción total sobre la covid, disipó el mito de que estaba floreciendo debido a un gobierno más eficiente o racional. Tres años después de no poder contener la pandemia de coronavirus, Pekín aún no había podido evitar muertes masivas mientras inyectaba dinero y energía para controlar a la población en lugar de vacunas efectivas.
Al mensaje de Año Nuevo del embajador en twitter lo acompañaba una foto donde se apreciaba al fondo la bandera superviviente de la Unión Europea, tras el umbral de lo que fue la puerta de entrada a su Delegación en la República Centroafricana (RCA). Douglas Darius Carpenter escribió: “Comenzamos 2023 con un hito simbólico. La delegación es destruida pero se ha salvado una bandera. ¡Así que vamos a empezar desde aquí! Feliz año nuevo, de paz y alegría, a todos nuestros amigos. Es un placer estar de vuelta”.
Un incendio, de origen desconocido, arrasó por completo el cuartel general en la capital, Bangui, al tiempo que explotaba un paquete bomba en el centro cultural de Rusia en esta misma ciudad provocando un herido. El incidente diplomático parecía preparado para enfrentar a ambas potencias que se disputaban el control de los recursos energéticos en plena guerra en territorio europeo. Francia se retiraba de RCA, después de apoyar al gobierno con sus tropas para luchar contra el avance yihadista en el Sahel, en colaboración con las misión europea en Malí y el apoyo español desde Dakar para la Operación Barkhane.
La Tieta había visitado estas bases años atrás, antes de la covid y antes de que los paramilitares rusos del Grupo Wagner se impusieran en la nueva y peligrosa frontera para Europa que se vislumbraba en el horizonte blanco y salitre del Sáhara. Sería un nuevo escenario para el enfrentamiento que ya se estaba preparando en el invierno que se avecinaba, aún sin frio, aún sin nieve, aún con gas…
Los aparatos de propaganda bélica estaban en marchas desde hacía tiempo. “El ataque catastrófico y mal calculado de Rusia contra Ucrania destrozó la fachada de un ejército invencible y la imagen del presidente Vladimir Putin como una especie de genio o autor intelectual. Los líderes de la UE, como el francés Emmanuel Macron, pueden preocuparse por lo que podría hacer Putin si Ucrania y Occidente intentan humillarlo, pero la verdad es que la Rusia de Putin ya se ha humillado a sí misma”. Estas palabras las publicaba Político, un medio influyente medio de comunicación en Bruselas.
-Poco podíamos imaginar, David, que se llegaría a un punto de no retorno tan pronto y tan lejos. Los más de 500 aeropuertos de 55 países europeos estaban preparados para cerrar fronteras al amigo del Kremlin en otro intento por controlar no solo la pandemia sino el comercio internacional y el gas. Mientras, el Gobierno de la Unión se preparaba para dar una respuesta conjunta a los infectados que llegaban del Este.
-Esto fue lo más peligroso, Laura. Las grandes potencias estaban redefiniendo fronteras, cartabón en mano, como en el mejor momento de la etapa postcolonial y se repartían sus despojos. Manteniéndose unidos, la UE y los EEUU demostraron ser más fuertes al imponer sanciones masivas y el desacoplamiento económico de Rusia. Las metrópolis de la UE resistieron un asalto energético sin precedentes, decían, pero para muchos era algo que ya se había vivido y que ya se había contado. Era como un déjà vu…