UCRANIA (EFE/Rostyslav Averchuk). Los prohibitivos costes logísticos causados por los continuos ataques rusos contra las principales rutas de exportación y otros efectos de la invasión siguen golpeando a los productores agrícolas ucranianos y llevan a muchos a abandonar el sector, según cuenta a EFE Pavlo Koval, jefe de una de las principales asociaciones del ramo.
"Sabíamos que para muchos las cosas iban a ir mal. Pero no esperábamos que un tercio de todos los productores tendrían que dejarlo", afirma Koval, director de la Confederación Agraria de Ucrania.
En vista de lo elevada que sigue siendo la presión sobre los productores, espera que otro 10-20 % siga el mismo camino al término del año del comercio cerealista.
Los pequeños productores son los que más han sufrido, mientras que las empresas grandes disponen de mayores "colchones financieros" para sobrevivir. No obstante, advierte, si las cosas siguen igual el año que viene, los efectos pueden volverse "críticos" también para ellas.
La situación es atípica para Ucrania, establecida antes de la invasión como una gran exportadora de cereal, con 70 millones de toneladas anuales enviadas al extranjero mientras que sólo un pequeño porcentaje se consumía dentro de sus fronteras.
Los problemas creados por la invasión rusa son tantos que no se pueden enumerar, subraya Koval.
La movilización de los varones roba al sector agrícola de mano de obra, mientras que podrían pasar décadas hasta que se puedan limpiar los vastos campos de minas que inutilizan por el momento parte del territorio agrícola.
A ello se suman los altos costes logísticos, la escasez de recursos financieros y los bajos precios del grano, entre los retos más urgentes.
115 barcos de cereal han salido de Odesa desde agosto por el nuevo corredor del mar Negro lanzado después de que Rusia se retirara del acuerdo del grano patrocinado por la ONU y cuya capacidad está muy por debajo de suplir las necesidades de exportadores y consumidores.
Desde julio se han exportado unos 11 millones de toneladas a través de dicho corredor, de los puertos ucranianos en el Danubio y por vía terrestre, un 30 % menos que durante el mismo periodo del año pasado.
Con menos vías para sacar el cereal del país, los precios del transporte dentro de Ucrania se mantienen demasiado altos, reduciendo los márgenes de los productores, a lo que se suman los costes de los seguros y el flete. "Cultivar maíz y trigo ya no es rentable", subraya Koval.
La reducción de las exportaciones también implica que hay que almacenar más cereal dentro de Ucrania, lo que limita el espacio disponible para las próximas cosechas de soja y maíz. "Algunos silos han sido destruidos por Rusia y otros permanecen ocupados", explica Koval.
Por ello, algunos productores retrasan la cosecha con la esperanza de que la situación mejore en invierno o en primavera, mientras que otros dejan sus campos en barbecho.
La calidad del grano también se resiente, ya que muchos agricultores no pueden recurrir a los fertilizantes necesarios.
Los efectos negativos probablemente se acumularán, con un impacto que llegará más allá de Ucrania, advierte Koval. "Ucrania está perdiendo sus mercados en Asia ante otros actores, incluida Rusia, que vende el grano ucraniano robado de los territorios ocupados", señala.
Pero aunque el grano ucraniano pueda ser reemplazando en términos de cantidad, los precios de las alternativas son altos. Esto afecta a los países que ya antes de la invasión apenas podían permitirse importar alimentos.
Koval piensa también que tanto Ucrania como la UE podrían hacer más para maximizar la capacidad de los "corredores de solidaridad" creados en mayo de 2022 para facilitar las exportaciones a través de la frontera occidental.
A pesar de algunas mejoras, la infraestructura no se ha desarrollado de forma regular, lo que se suma a la impredecibilidad a la que se enfrentan ya los productores y comerciantes.
Sin embargo, ni estas vías ni los puertos del Danubio, atacados de forma regular por Rusia y con capacidades de exportación por debajo de los dos millones de toneladas al mes, pueden alcanzar los volúmenes que se podrían procesar en los puertos marítimos si estos fueran protegidos de Rusia, explica Koval.