La inteligencia, la natural y cognitiva, siempre vive desafiada por la ingeniería Y no porque ahora la inteligencia artificial ocupe todos los espacios de debate como antaño los mal llamados transgénicos, es decir, ese río revuelto en el que nada el argumentario bipartito, a favor y en contra, de una nueva tecnología para acabar en el eterno retorno de que Europa pierde un vagón reservado hacia El Dorado si no exprime toda la logística científica (llámelo Next Generation, Misiones y demás ayudas a la recuperación) para alinearse con la vanguardia tecnológica del momento.
Cuando la edición genética caía bien, por ejemplo, con la técnica CRISPR que ha permitido el ARN mensajero en las vacunas anticoronavirus de categoría premium, la NASA anunció hace un año al planeta su disposición a someter a los UAP (siglas en inglés de Fenómenos Aéreos No Identificados), antes mucho más populares como OVNIS, al método científico, un hito que hubiera humedecido los ojos del difunto Fernando Jiménez del Oso, tan comprometido como estuvo en vida con las causas ocultas.
La nueva línea sigue el pensamiento de explorar lo desconocido "buscando pruebas de forma agnóstica y no presuponiendo lo que se puede encontrar", como afirma Avi Loeb, astrofísico de la Universidad de Harvard, quien se ha confeccionado su propio proyecto para sistematizar los avistamientos a partir de modernos telescopios, satélites e inteligencia artificial.
Rompiendo décadas de rechazo, evitación y autonegacionismo, por lo escurridizo del tema, el nuevo estudio independiente sobre los UAP, desde una perspectiva científica y sin vinculación al Grupo de Sincronización de Identificación y Gestión de Objetos Aerotransportados del Departamento de Defensa, se centra en identificar los datos disponibles, recoger los datos futuros y cómo utilizarlos para avanzar en la comprensión científica de los UAP, con el asesoramiento de las comunidades científica, aeronáutica y de análisis de datos para mejorar las observaciones y la recogida de nuevos datos. Y ya ha empezado a dar sus frutos.
En su primera reunión pública hace unos días, para las deliberaciones finales previas al informe que se publicará en julio, el panel de especialistas de la agencia estadounidense dijo algo tan esperado como los pronósticos de Rubén Baraja para la mejora del Valencia, con muy pocas sorpresas. "Si tuviera que resumir en una línea lo que siento que hemos aprendido es que necesitamos datos de más calidad", aseguró el astrofísico teórico David Spergel, presidente del panel, cuyos miembros no se han salvado de la hoguera de las redes sociales, como tampoco los que estudian el cambio climático o la energía nuclear.
Todo intento de alfabetización científica viene a sacrificar las creencias, las positivas y las negativas (“creo en…”, “no creo en…”) a favor de la duda. Preguntarse qué es y cómo es realmente cualquier fenómeno, como el caso de la NASA con los UAP, supone muchas veces cuestionar las causas y los efectos, y si toca ámbitos como la energía, la salud humana, el medio ambiente o el espacio exterior, se traduce en abundancia de comentarios odiadores, con y sin inteligencia artificial, dedicadas a nutrir los estigmas en torno a las investigaciones, “lo que dificulta el proceso científico y desalienta a estudiar el tema", como bien señala Nicola Fox, la jefa de ciencia de la NASA.
Lo de menos de la reunión fueron las conclusiones del tipo "no hay evidencia concluyente sobre el origen extraterrestre de estos fenómenos”, por lo que la existencia de vida alienígena quedaría descartada por ahora. Lo llamativo, sin embargo, fue la insistencia del equipo investigador, con la misión de separar la ficción y las especulaciones de los hechos y la evidencia, en la necesidad de abordar este tipo de estudios “sin tabús” y “con la mente abierta”. En efecto, la NASA pone la venda antes que la herida para recordarle a la comunidad científica hater que la ciencia de élite no se pone al servicio de la ufología, más cerca en sus métodos al poco sostenible sombrero de papel de plata que a la bata blanca, sino del conocimiento de la humanidad.
Sin pretenderlo, el buenrollismo del panel de especialistas para estudiar los ovnis de nueva denominación señalando a la ciencia de mente abierta hace pensar, precisamente, en su contrario. La ciencia cerrada se encuentra entre las críticas frecuente de los practicantes de las falsas ciencias, basadas en la arrogancia de sus explicaciones alternativas atribuyéndose un plano superior de conocimiento y conciencia repudiado por la ciencia convencional.
Otra forma de ver la ciencia cerrada es la boutade del Nobel de Física de 1979, Sheldon Lee Glashow, que la personifica en Isaac Newton, al que calificó en una entrevista como "personaje raro", tozudo en demostrar científicamente la existencia de Dios y “que solía difamar a sus competidores a los que no reconocía como auténticos científicos”. Una manera más sofisticada de discernir la ciencia cerrada está en recuperar al sociólogo Robert K. Merton, que definió a la ciencia en sus normas como la impulsada por los imperativos del desinterés, el universalismo, el comunalismo y el escepticismo organizado.
Aunque es sano reconocer que las personas de ciencia siempre se han enfrentado a la oposición a las nuevas teorías, tanto desde dentro como desde fuera de la ciencia, sin embargo, si hay que señalar a la auténtica ciencia cerrada en estos tiempos, esa es la que no se financia. O lo que es lo mismo: no hay ciencia abierta o cerrada, sino políticas públicas de ciencia abiertas o cerradas. Y a esto toca estar atentas esperando que los potenciales cambios de gobierno no alteren los contados y esforzados avances de los acuerdos alcanzados en investigación e innovación. Y si no, siempre queda hacerse un Elon Musk y buscar vida en otro.