Un artículo científico es aquello que a usted le llega cuando lee la coletilla “según la ciencia” o “la ciencia dice”, generalmente acompañando a contenidos relacionados con el estado del bienestar, que no con el bienestar de la salud. Detrás de esa insignificancia, sin embargo, la ciencia publicada implica a las carreras de la mayoría de las personas que se dedican a la investigación en todo el globo.
No es una exageración. Sin artículos publicados, no hay ni presente ni proyección laboral para la juventud investigadora. Tal mella representa el aforismo “publica o perece”, etiquetado por primera vez hace 95 años, mucho antes de conocerse el alcance de sus repercusiones en la era de las revistas depredadoras, basadas en la práctica del impuesto revolucionario sin control de calidad.
En los tiempos confusos en los que el mando en torno a una sola cabeza empezó a diluirse en el liderazgo líquido de los equipos directivos, la autoría en ciencia se pone en el centro de toda publicación, y no solo porque las rúbricas se reubican en arriba firmantes. Por si no lo recuerda, en la pandemia covídica un trabajo de investigación reclutó a más de 15.000 coautores para examinar el efecto de la vacunación contra el SARS-CoV-2 en las infecciones y la mortalidad posquirúrgicas por la covid-19, logro que inaugura el ciclo de la ciencia del “gran equipo”.
Este prodigio (o perversión) de la colaboración internacional se identifica como el fenómeno de la “hiperautoría”, cada vez más en tendencia como indicador en los observatorios que miden el impacto de la producción científica de las instituciones universitarias. Antes de celebrarlo, tenga en cuenta que entre batas blancas todo desorden con “hiper” prefijado esconde algo negativo.
Que los artículos hayan contado con la colaboración de más de cien o mil autores despierta la preocupación sobre la naturaleza de la autoría y su impacto. Las razones para la aparición de la hiperautoría son variadas: las preguntas cada vez más complejas de la ciencia requieren grandes grupos repartidos en diferentes instituciones y territorios; la ciencia inclusiva se abre paso para reconocer el trabajo silenciado tanto de investigaciones previas en el pasado como de mujeres e investigadores jóvenes; los organismos financian cada vez más las colaboraciones multinacionales.
La hiperautoría responde a la necesidad del poder estadístico, esto es cuando investigaciones, muy especialmente en el terreno sanitario, requieren hallazgos significativos en términos numéricos en torno a casos, por ejemplo, más allá de la suma de investigaciones individuales alojados en metanálisis. También representa una vía para la colaboración a gran escala que necesita enormes recursos y equipos como la física de alta energía.
Pero la autoría múltiple crea debate por los desafíos que representa su coordinación, además de las derivadas como la alteración en el significado sobre lo que es ser autor/a de un trabajo de investigación y la determinación de quién merece el reconocimiento. No hay que perder de vista que la hiperautoría puede acabar distorsionando las métricas de logros científicos para los países y las instituciones participantes.
A la reflexión sobre el alcance de la hiperautoría, debe sumarse una controversia reciente sobre “la autoría invitada”, en la diana de una investigación danesa publicada este enero, que afirma que uno de cada tres estudiantes de doctorado ha roto las normas de publicación al incluir en la autoría a personal investigador que no ha estado involucrado en el trabajo, una violación de las recomendaciones internacionales de Vancouver, que dejan muy claro cuál es la diferencia entre incluir a un autor que ha participado en la investigación y quién merece aparecer en las notas de agradecimiento.
Más allá de la literatura buenista sobre pensar en estrategia, el estudio publicado en Plos One, a cargo de un grupo internacional de investigadores dirigido por la Universidad de Copenhague (KU), señala que los estudiantes de doctorado que han respondido a la encuesta (en total 1.300 y de cinco países europeos, Dinamarca, Irlanda, Portugal, Hungría y Suiza) realizan estas malas prácticas, que afectan en especial a investigaciones en el ámbito de la medicina, las ciencias naturales y las áreas STEM, porque piensan que se espera de ellos o porque un investigador superior en la jerarquía les ha ordenado que lo hagan, en la línea de los abusos que denuncia la campaña social #pleasedontstealmywork (por favor no robes mi trabajo).
“Muchas personas hacen servicios de amigos poniéndose unos a otros en la lista de autores. Los estudiantes están en una posición vulnerable. Su carrera depende de estar en buenas relaciones con el supervisor y sus socios en todo el mundo. Decir que no puede ser costoso”, señalan los autores de esta investigación sobre cuyas conclusiones se ha pronunciado la Ministra de Educación e Investigación de Dinamarca, Christina Egelund, al señalar que las universidades deben tomárselo en serio y que el ministerio está estudiando “la posibilidad de investigarlo más a fondo”.
Mientras miles de científicos publican un trabajo cada cinco días, la fábrica de artículos que lleva a las coautorías inmerecidas no solo proporciona una imagen engañosa de quiénes son los investigadores más productivos, sino que posiciona al número de artículos publicados en el objetivo crucial para la carrera investigadora y para obtener fondos para los proyectos. Sin embargo, el auténtico calibre de la multiplicidad de autores debe verse así: a medida que la ciencia de los grandes equipos se normaliza, lo que los artículos significan para la ciencia se cuestiona cada vez más.