CARTAGENA. En el anterior pasico vimos cómo los cuatro periodistas que construyeron en Águilas el conjunto residencial 'Las cuatro plumas' contribuyeron, con el novelista Lera, el actor Rabal y el banquero Escámez, a preparar en el costero pueblo la Transición española a la democracia. Pero con la democracia no bastaba, pues otra cuestión crucial durante la Transición, que sigue siéndolo en la etapa actual, era dictaminar si España era una nación o un conglomerado de naciones. Creyeron solventarla los redactores de la Constitución estableciendo, en su artículo 1. 2, que "la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado" y, en su artículo 2, que "la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de España, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran, y la solidaridad entre todas ellas".
"no había que confundir las naciones culturales con las naciones políticas: los separatistas confundieron ambos conceptos. Y así nos ha idO"
En esa equilibrada formulación, la reiterada unidad de España se contrapesaba con la autonomía de sus regiones y nacionalidades. Error: a pesar de las advertencias de Fraga y otros, los constituyentes no contaron (no contamos) con la deslealtad de los separatistas. Obviando la unidad de España y la solidaridad entre regiones, se dedicaron desde un principio a difundir que las nacionalidades eran naciones y que, como tales, tenían derecho a sus propios Estados independientes. Como señalaron varios autores, entre ellos el recientemente fallecido Nicolás Maurandi, eminente magistrado del Supremo, muy vinculado a Lorca, no había que confundir las naciones culturales, territorios con las suficientes peculiaridades para distinguirse de los demás, con las naciones políticas, territorios dotados de soberanía propia. No obstante, los separatistas confundieron, deliberada y persistentemente, ambos conceptos. Y así nos ha ido.
Entonces, como ahora, los criterios de la mayor parte de las fuerzas políticas estaban claros: las que ahora representan el PP, Vox y Cs opinaban que España era una nación soberana; las que ahora representan Podemos, Más País, IU y los separatistas vascos y catalanes, que el territorio español albergaba una pluralidad de naciones soberanas a confederar. Como el campo socialista estaba dividido entre unionistas y confederalistas, las opiniones de sus líderes merecen especial atención.
Si los aguileños antes citados debatieron sobre la democracia, también lo hicieron sobre la unidad de España, aspecto en el cual dos conocidos socialistas sobresalieron en un escenario más bien romántico. Como ha señalado Pedro Francisco Sánchez Albarracín y difundido Pascual Gálvez Ramírez, el Aparecido omitió mencionar en el pasico anterior la aportación democrática de los asiduos al Cotopaxi, un remedo del mítico Bocaccio barcelonés cerca de la playa de Calabardina. Hay en el Puerto de Santa María un chalé playero llamado Águilas, que de niño visitaba Errejón, en cuyo jardín han levantado, para largas tertulias, un amplio techado, de troncos y castañuela marismeña, al que han dado el nombre de Cotopaxi. Era fácil escuchar allí historias sobre el genuino Cotopaxi, paradisiaco nocturno bar musical, a pie de playa, regido por la enigmática Sarita. Entre sus mesas pululaban diversos especímenes de variadas tendencias políticas, destacando los socialistas Carlos Collado y Miguel Navarro.
Llegó Collado a Águilas en 1969 como profesor del Instituto Carlos III y pronto se inmiscuyó en la refriega política. Empezó como concejal y, tras presidir la Asamblea Regional y ocupar un puesto de senador, llegó a presidir la Región. Entonces, lo defenestraron sus propios compañeros aduciendo un asunto de corrupción, la adquisición de los terrenos de la Casa Grande para cederlos a General Electric, del que salió absuelto. El daño ya estaba hecho y las siguientes elecciones las ganó el PP del joven Valcárcel. Aún tuvo energías Collado para restaurar el museo del murciano Instituto Alfonso X el Sabio, en su etapa de director, con la colaboración del Gobierno pepero. Admirable y más todavía porque, nacido en la francesa Orleans, siempre defendió la unidad de España.
Por su parte, el lorquino Navarro presidió la Asamblea Regional y, durante el debate sobre la ley de creación de la UPCT, negoció que se impartiesen estudios universitarios en Lorca, cuya Alcaldía llegó a ostentar. Imputado por el tremendo delito de haber gastado algo menos de cuatro mil euros en comidas políticas en días festivos, salió ileso por prescripción, pero lo sustituyeron y, drama paralelo al de Collado, acabó ganando la alcaldía el tenaz pepero Paco Jódar, que inauguró el campus universitario construido en su primer mandato tras el pacto entre Navarro y Valcárcel.
Antes de fallecer, tuvo la grandeza Navarro de reconocer que lo socialistas habían sido injustos con Collado, con el que, aparte de su común ideario, le unían dos puntos de sumo interés regional: defender el Trasvase Tajo-Segura, e incluso el Trasvase Ebro- Sudeste, abortado por el presidente Zapatero y su ministra Cristina Narbona, y defender la unidad de España, basándose en la convicción de que existe tal cosa como la nación española, punto de vista que ya defendían ambos en sus juveniles visitas al Cotopaxi.
"hizo bien Navarro cuando no se plegó a la decisión de Zapatero de agostar las huertas del valle del Guadalentín"
No podrían haber imaginado que, llegada la democracia, los separatistas se dedicarían a ir cortando rodajitas de los poderes de la Administración central al amparo del catastrófico error de los constituyentes de no cerrar adecuadamente la separación de competencias entre España y sus autonomías, lo que posibilitaba indebidamente que casi cualquier asunto pudiese ser transferido a los gobiernos regionales. Lo de ir cortando rodajitas trae a la mente la negativa del escultor Mariano González Beltrán a recortar el tamaño del pene de su Ícaro, el monumento a los Carnavales que, con las alas a medio desplegar como protegiendo al pueblo, se levanta frente al puerto de Águilas. Ante la sugerencia de rebajar un par de rodajitas a lo que colgaba entre las piernas del mítico volador, pues parecía excesivo su tamaño para exponerlo a viandantes de todos los géneros y edades, respondía el escultor que tal era el modelo (un famoso torero, excepto el rostro, inspirado en un guapo joven anónimo), añadiendo que ahí residía la fuerza de la figura. E Ícaro se quedó tal cual la naturaleza había dotado al torero.
Si los sucesivos gobiernos españoles hubiesen mostrado la misma firmeza en negarse a cortar rodajitas a sus propias competencias que Beltrán a su Ícaro, otra habría sido la evolución de la política española, pero solo el supuestamente débil Mariano Rajoy tuvo el coraje de decir no los separatistas catalanes, a los que negó el privilegio fiscal a la vasca para Cataluña. Fue el primero en plantarse ante los separatistas e hizo bien, igual que hizo bien Navarro cuando no se plegó a la decisión de Zapatero de agostar las huertas del valle del Guadalentín, ni a la pretensión del socialista catalán Maragall de elaborar, junto con IRC, un estatuto de autonomía insidiosamente separatista. Salió en defensa del agua y de España, lo que a juicio del Aparecido le honró. No obstante, el debate sobre si España es una nación sigue abierto y, como veremos en el próximo pasico, el socialista José Rodríguez de la Borbolla, que presidió la Junta de Andalucía, ha propuesto hace poco unos criterios diagnósticos para decidirlo. Una cuestión de gran interés en Cartagena, como también veremos.
JR Medina Precioso