Si no comulgas con las ruedas de molino del Régimen, eres un populista que amenaza la democracia. Nada de críticas. Hay que demostrar obediencia a los que mandan y dejar que todo se siga pudriendo hasta que no tenga remedio. A ellos lo único que les importa es saquear lo que queda de un Estado en descomposición
MURCIA. Como un yonqui en busca de su papelina diaria, cada mañana me asomo a la prensa madrileña para leer sus editoriales. No importa de qué pie cojee cada cabecera porque todas están de acuerdo en su aversión a lo que llaman populismo, una hidra de mil cabezas que amenaza, al parecer, el sistema y que tiene caballos de Troya a sueldo de Putin para socavarlo. El populismo es lo peor de lo peor, nos advierten los pedro josés del periodismo capitalino y españolísimo, ya que busca deslegitimar la democracia. Vaya, vaya. Son los bárbaros de Kavafis en versión 3.0.
Me temo que las elecciones de Cataluña —cuyos resultados ignoro al escribir estas líneas— echarán leña al fuego crepitante del populismo. Pienso en unos buenos resultados de Vox y me imagino a los articulistas de cabecera del Régimen echando espuma por la boca, como la niña de El exorcista. ¡La extrema derecha, que viene la extrema derecha! Ya me figuro al gordito y millonario Ferreras alertando sobre el advenimiento del fascismo. Qué delicia. Más les valdría hacérselo mirar. Si un partido tan de brocha gorda como Vox, paradigma de ese populismo vilipendiado, crece en apoyo electoral frente a la derecha clásica e impotente, es porque alguien lo está haciendo mal, rematadamente mal.
Los que nos han metido en un callejón sin salida son los dos grandes partidos, los sindicatos siameses, la patronal subvencionada, las élites financieras, las empresas que pacen en el pesebre del BOE, la cultura oficial, los obispos que callan y otorgan, en fin, todos aquellos hipócritas que defienden una democracia inexistente. Porque en España no hay división de poderes, ni podemos elegir directamente a nuestros gobernantes, y además padecemos una ley electoral que prima los intereses de los enemigos del país. Aquí es falso lo de 'un hombre, un voto'. El sufragio de un jubilado de Lequeitio vale más del doble que el de un oficinista de Badajoz.
"Los populistas, algo toscos para espíritus finos, saben leer el momento histórico: Oyen los latidos del pueblo e interpretan la partitura que toca"
Pero si afirmas estas obviedades te las verás con los socialdemócratas financiados por el Ibex 35 y los liberales del meñique erecto, lectores, cómo no, de Chaves Nogales. Los Garrigues Walker y compañía. Siguen defendiendo un sistema en decadencia porque piensan que aún pueden esquilmarlo. Piensan, y no les falta razón, que a la vaca española aún le queda leche en sus ubres depauperadas, pero no por mucho tiempo, porque el crédito de nuestros acreedores no es infinito, y cualquier día se cansarán y nos lo cerrarán, y tal vez hagan bien para que este país de pedigüeños espabile. No es la primera vez que el Estado español suspende pagos.
Siempre he recelado del término 'pueblo' porque nunca he sabido muy bien que se entiende por 'pueblo'. Además, son innumerables las trapacerías que se han cometido en su nombre. Pero, a pesar de todo, y con todas las cautelas necesarias, no me importa que hoy me etiqueten de populista, casi diría que es un honor en estos tiempos, en todo caso preferible a la alternativa de ejercer de palmero de un régimen agonizante por el colapso de sus instituciones.
La historia se repite. España revive el declive de la Restauración de hace un siglo, cuando los partidos dinásticos —los PSOE y PP de la época— fracasaron en sus reformas, y lo que vino después fueron años de discordias civiles. En Europa, la Europa que hace el hazmerreír con su plan de vacunas, no pinta mejor. También hace un siglo las democracias liberales se olvidaron de la gente destrozada por una crisis económica, lo que abrió la puerta al fascismo y el comunismo.
Los demócratas de papel couché, bien alimentados e indiferentes a las lecciones de la historia, son en realidad los principales enemigos de la democracia que aseguran defender, por su ceguera y por su cobardía. Como se ven amenazados, disparan contra quienes sostienen que el rey está desnudo. Esto no funciona, pero se niegan a admitirlo. Ellos han secuestrado la democracia; no los populistas. Deberían preguntarse a qué privilegios están dispuestos a renunciar para que la gente —por ejemplo, esos hosteleros que sufren para alimentar a sus familias— vuelven a confiar en el sistema. ¿Estarían dispuestos a cambiar la ley electoral, a reducir el tamaño del Estado cleptómano, a que los partidos políticos no saqueasen el presupuesto público?
Si lo que estos demócratas de cartón piedra nos siguen ofreciendo son sólo palabras, palabras y palabras que ocultan su verdadera intención de rebañar los restos del Estado, no deberían extrañarse de que los bárbaros estén a las puertas de la ciudad. Los populistas, ciertamente algo toscos para los espíritus finos, han sabido leer el momento histórico. Oyen los latidos del pueblo e interpretan la partitura que toca. Si las instituciones no se reforman, será inevitable que lleguen al poder, de una manera u otra. Cuando lo conquisten harán lo que la experiencia dicta, es decir, engañar y traicionar a sus seguidores, pero de esto ya hablaremos cuando toque.