MURCIA. La escritora Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) ha sido galardonada con el Premio Nacional de Ensayo 2020, según se ha dado a conocer este miércoles, por su libro El infinito en un junco. Y lo que son las cosas, la escritora presenta su obra también este miércoles, a las 19.00 horas, en el programa de cultura científica y pensamiento crítico Cartagena Piensa, en un acto digital presentado por Flori Celdrán, profesora de Historia en el IES Isaac Peral.
Recuperamo una entrevista que le hizo a Irene Vallejo para el Grupo Plaza nuestra compañera María Jesús Espinosa de los Monteros:
Irene Vallejo ha escrito un libro sobre la historia de los libros. Un ensayo que nos explica a nosotros mismos en tanto lectores de un mundo ancho y largo por el que transitamos a través de viajes que también son recogidos aquí. Los palacios de Cleopatra, el crimen de Hipatia, Aristófanes, Séneca, Tito Livio son todos protagonistas de esta obra erudita. Anoten su título: El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo (Ediciones Siruela).
-Su ensayo se lee con devoción y con ritmo. Le diría que casi como una novela pero, por supuesto, hay novelas inabordables. ¿Cómo definiría este libro?
-Lo definiría como un ensayo en sentido literal: experimento, prueba, intento de explorar territorios fronterizos entre los géneros. Contiene momentos narrativos, poéticos, crónicas de viajes, reconstrucciones históricas, pasajes periodísticos y autobiográficos. Todo al servicio de la curiosidad de los lectores y su placer. Sin perder nunca el gusto por contar y evocar.
-De su libro se desprende una idea hermosa que no sé si es válida para cualquier persona: acudir a la lectura en momentos difíciles e importantes de la vida como salvación. ¿De qué depende que uno pueda acudir a los libros y encuentre allí consuelo?
-Las voces de los libros se atreven a hablar de realidades que habitualmente silenciamos en la vida cotidiana. Conversar con esas voces nos ayuda a sentirnos acompañados, comprendidos, a reconocernos en otros y romper las murallas que nos aíslan. Además, nos enseña las palabras con las que explicar el mundo y a nosotros mismos -nuestras emociones calladas-. Creo que cualquier persona puede disfrutar ese tipo de consuelo, siempre que descubra el libro adecuado, el que le provoca un terremoto interior y una feliz conmoción. Ese hallazgo deslumbrante a veces sucede pronto, a veces se hace esperar.
-Su libro se remonta a épocas pasadas, casi remotas, para afirmar que no somos tan originales ni modernos. Por ejemplo, en Roma, cuando alguien había escrito un libro celebraba una lectura pública, algo muy similar a nuestras presentaciones actuales.
-El mundo literario romano, tal como lo describen las fuentes, resulta asombrosamente familiar. El poeta Marcial, por ejemplo, relata las penurias de quienes querían dedicarse profesionalmente a la literatura, sus túnicas agujereadas y sus vidas a la intemperie. Horacio habla de los círculos literarios exclusivos y de los aspirantes a escritores que intentaban por todos los medios ser admitidos. Las lecturas públicas cumplían la misma función que nuestras presentaciones. Mecenas inauguró el Mecenazgo en tiempos del emperador Augusto. Y como también cuento en el ensayo, el origen del fenómeno fan remonta a los escritores de la antigua Roma.
-En su libro se mezclan todo tipo de referencias de, digamos, la alta y la baja cultura -si es que esta diferencia tiene algún sentido-. No es habitual percibir tal eclecticismo en una clasicista.
-Cuando era una niña, me enamoré de la mitología griega, pero también devoraba tebeos. Ulises y el capitán Haddock llegaron a la vez a mi vida y me han regalado momentos de absoluta felicidad infantil. Lo más natural para mí es comparar a Aristófanes y Chaplin o relacionar Platón con “El señor de los anillos”. Creo que la idea misma de alta cultura eleva a los clásicos a un pedestal de falsa solemnidad. No olvidemos que también sabían ser frívolos, divertidos e irreverentes.
-Hábleme, por favor, de su etapa en Oxford y Florencia, donde tuvo la oportunidad de revisar algunos de los textos más antiguos del mundo. ¿Qué se siente teniendo códices o pergaminos milenarios en las manos?
-Cuando acaricié mi primer manuscrito, sentí que tenía entre las manos a un superviviente. Un objeto en apariencia frágil, pero capaz de desafiar la destrucción que el tiempo desencadena. Entendí además el increíble esfuerzo necesario para elaborar una copia de un libro antes de la imprenta. La escritura regular, bellísima, del copista anónimo era un prodigio de disciplina. Durante meses, alguien dedicó cientos de horas a reproducir un texto letra a letra, palabra por palabra. Hay un gran amor y un profundo interés por los libros detrás de ese despliegue de paciencia.
-Yo soy una apasionada de la oralidad y valoro tremendamente la literatura “vozcentrista” que nunca se ha fijado en un papel y que, por tanto, hemos perdido. ¿No es acaso la más misteriosa?
-Es cierto, la oralidad es un misterio. Solo se conservan los textos orales que alguien puso por escrito. Es decir, los conocemos cuando se transforman en algo diferente. Los suelo comparar con una improvisación de jazz, por su libertad y fluidez. En cualquier caso, la oralidad sobrevive, bajo formas nuevas, en nuestro mundo tecnológico. La radio y los podcast demuestran la vigencia de la voz.
-Hábleme de Aspasia, mujer de Pericles, que ocupa un lugar importante en el origen de los libros.
-Aspasia es un personaje esencial en la historia, cuyo rastro, como el de tantas mujeres extraordinarias del pasado, se ha difuminado injustamente. Las fuentes la describen como una hetaira, o sea, el equivalente griego de una geisha, pero no sabemos si realmente practicó algún tipo de refinada prostitución o si le endosaron ese calificativo solo por llevar una vida heterodoxa. Sócrates la reconoció como su maestra de retórica, y parece que escribió algunos de los más famosos discursos de su marido Pericles (discursos que luego han influido en Kennedy y en Obama, por ejemplo). Fue un adalid de la enseñanza y su prestigio intelectual abrió camino a mujeres filósofas y escritoras.
-¿Qué libro o libros tiene ahora mismo entre manos? Alguno reciente que le haya entusiasmado.
-Estoy leyendo “Arenas movedizas”, de Nella Larsen, una escritora norteamericana que fue anfitriona en Nueva York de García Lorca. La novela cuenta la historia, con fuerte componente autobiográfico, de una mujer mestiza que no se siente cómoda en su piel. Raza, deseo femenino, desarraigo son los mimbres actualísimos de esta novela absorbente. Recientemente me ha emocionado “La memoria donde ardía”, una colección de relatos intensos y perturbadores de la mexicana Socorro Venegas que ha publicado en España la maravillosa editorial Páginas de Espuma.
-Por último, en esta era de audiolibros o libros electrónicos, de series de televisión, de podcasts, de videojuegos, ¿por qué el libro permanece como el artefacto más perfecto que existe?
-El libro favorece la calma, el pensamiento, la intimidad y la concentración. Todos ellos son actos de resistencia en una época colonizada por las pantallas. Además, el libro nos mantiene desconectados de las urgencias, las notificaciones y la publicidad. No tiene baterías que recargar, es resistente y puede ser muy bello. No sufre la obsolescencia programada, pues la vida útil de un libro dura siglos. Suena, huele, lo puedes acariciar. Posee un aura que los entusiastas de la literatura reconocemos y amamos.