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Tú dale a un mono un teclado / OPINIÓN

El racismo cósmico

20/08/2021 - 

Hace unas semanas, durante una conversación, descubrí un término curioso: racismo cósmico. Este racismo no se refiere a las actitudes hostiles ejercidas hacia seres de otros planetas como E.T. o Superman sino a la discriminación por razones que podríamos llamar "esotéricas": el signo del horóscopo, las energías, las vibraciones.

¿Nunca has escuchado a alguien decir que no le gusta la energía de otra persona? ¿A qué se refiere exactamente? Su energía, sus vibraciones… ¿No es más bien una forma de encubrir otros tipos de discriminaciones a las que no queremos enfrentarnos? Tal vez no te gusta su aspecto físico, su pluma, su nivel adquisitivo, su país de origen, su sexo, su religión o su color de piel. Pero eso tiene nombres feos: gordofobia, transfobia, homofobia, aporofobia, clasismo, xenofobia, machismo, islamofobia, racismo… Y nadie quiere colgarse una de estas etiquetas que nos convierten, casi al instante, en malas personas. ¿Cómo voy a ser yo mala persona? No soy nada de eso, es que me da un rollo raro, no me gusta su energía…

Nadie es el malo en la película que nos contamos a nosotros mismos. Siempre somos los protagonistas y tenemos justificación para cada una de nuestras fobias: son ellos y no nosotros los malos. Y si los discrimino es porque, de alguna forma, se lo han buscado.

Pero la realidad es que la cosa casi siempre va de privilegios. Sentimos al otro como una amenaza para nuestros privilegios, por pequeños que estos sean, y por eso tiramos de estereotipo para avalar nuestra falta de empatía. Los convertimos en seres simplificados, sin matices. Los inmigrantes vienen a robar. No huyen de la guerra y la miseria hacia países donde creen que pueden encontrar más oportunidades, como hicieron nuestros abuelos durante el franquismo. No. Nuestros abuelos eran trabajadores y campechanos. Los inmigrantes que vienen a España son ladrones. Todos y punto.

Los transexuales quieren violar mujeres en baños públicos y ganar medallas olímpicas. ¿Qué es esa mentira progre de que se sienten en un cuerpo equivocado y de los traumas y los índices de suicidio y tal? Violar y ganar medallas olímpicas, claro que sí. Todos. Lo que cierra tajantemente el debate. Ya no se habla de los matices o se buscan soluciones al problema porque no hay problema. Son unos aprovechados y punto final. Todos.

Las feministas no quieren la igualdad social sino venganza. Odian a los hombres y quieren hundirlos y humillarlos. Todas son misándricas. Todas. Menos mi madre, tal vez. La excepción confirma la regla.

Los gordos no se cuidan y no tengo por qué ver el sudor de su frente. Que se apunten al gimnasio y coman ensaladas como hacen los influencers. Los pobres no se lo han currado y por eso son pobres. Que se monten una empresa. ¿Que no tienen dinero? Pues que pidan un préstamo. Y si les va mal que se queden sin casa. Quien algo quiere algo le cuesta, ¿no? No esperarán que se la pague yo mientras están tirados en el sofá cobrando subvenciones como los menas. Los gais no tienen por qué vestirse de mamarrachos el día del orgullo LGTBIQ+. Eso es lo que no soporto, por eso no me gustan. ¿No se pueden comportar de forma normal? Y de los musulmanes ya ni hablamos. Hace unos meses pusieron una bomba en Francia. Y mi vecino que es musulmán no ha venido a pedirme disculpas, o sea que seguro que está a favor del terrorismo… ¡Y es que todos son iguales!

Todos. Sin matiz ni excepción.

En fin. Nosotros no somos malos. Son ellos que se lo buscan. Nosotros somos bellísimas personas que odiamos con mucho criterio y amor.

Pero tranquilos: si nos sabía mal que al discriminar nos pusiesen etiquetas mal vistas socialmente, pues llega el racismo cósmico, blanquísimo y hasta cuqui, a salvarnos.

La última moda en fobias:

—No me gusta. Tiene una energía rara.

Y listo.

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