Poco después de concluir la visita de Estado de Xi Jinping a Rusia en un momento especialmente delicado dada la situación de guerra con Ucrania, el líder chino ha invitado al presidente Pedro Sánchez a visitar China los días 30 y 31 de marzo próximos. El encuentro entre Xi y Putin en Moscú ha puesto en evidencia la sintonía entre ambos líderes políticos no solo en ámbitos económicos y comerciales (se han firmado acuerdos relevantes, como, por ejemplo, que Rusia se ha comprometido a recurrir a la moneda china, el Yuan, para realizar pagos a terceros países) sino también en las cuestiones geopolíticas de calado en relación con la guerra de Ucrania.
En este punto, el famoso plan de paz (u ocurrencia para algunos comentaristas occidentales) de los 12 puntos que China hizo público el 24 de febrero pasado en el triste aniversario desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, parece haberse aceptado por parte de Putin como un buen punto de partida para alcanzar un paz duradera que ponga fin al conflicto. Por su lado, el presidente Sánchez hasta la fecha (y no parece que vaya a cambiar, aunque ¡vaya usted a saber!) ha mantenido un posicionamiento firme de apoyo a Ucrania y de condena sin paliativos a la agresión rusa.
El compromiso de España se ha materializado en ayuda económica y militar a Ucrania como han hecho la mayoría de los países europeos occidentales. En este sentido, esta política es perfectamente consistente con las tesis de los aliados norteamericanos, europeos y de la Alianza Atlántica. No obstante, el presidente español siempre ha mantenido, ya desde la cumbre del G 20 en Bali, en la que tuvo la ocasión de celebrar una reunión bilateral con Xi, que China era un protagonista esencial, clave y determinante para poder contribuir a alcanzar una solución al conflicto bélico en Ucrania.
Así, el gobierno de España sostiene (lo acaba de reiterar hace unos días el ministro Albares) que China puede influir sobre Vladimir Putin por las relaciones personales que existen entre sus dos líderes y porque Rusia necesita a China para mantenerse ya que es prácticamente su único aliado poderoso. Esta opinión del gobierno español, sobre el ascendente de China sobre Rusia, ha podido contribuir para que China haya entendido que un acercamiento a España podría resultar de interés dentro de sus esfuerzos en asumir un nuevo papel internacional mucho más activo tras la pandemia y que es acorde a sus aspiraciones dirigidas a cambiar un orden internacional básicamente impuesto por Washington y Occidente.
Lo cierto es que la relación entre China y España es buena. Buena en el sentido de que, por decirlo coloquialmente, España hace gracia a China. Aunque parezca algo epidérmico, los chinos aprecian a los españoles por su fútbol, por su modo de vida, por tener algunos puntos en común con ellos que nos hacen atractivos (la importancia de las relaciones familiares, de los contactos sociales) y sobre todo por no haber tenido ninguna experiencia histórica traumática con ellos (no como los ingleses, franceses e incluso alemanes). Incluso, al contrario, existen recuerdos históricos que acreditan el aprecio que los chinos han tenido por España.
En este sentido, pocos conocen el papel esencial que tuvo el embajador español en Pekín, Bernardo de Cólogan y Cólogan (personaje por otro lado apasionante que en una vida profesional suya posterior en México apoyó el golpe de estado del general Victoriano Huerta contra el bienintencionado presidente Francisco Madero y que le valió que tuviese que salir de México por ello) para resolver en el año 1900 la crisis de los boxer, debido no solo a que era el decano del cuerpo diplomático acreditado en Pekín sino también a la singular relación de proximidad que mantenía con la emperatriz Ci Xi (de hecho era el único embajador occidental que podía acceder a la Ciudad Prohibida).
Estas circunstancias hicieron que se convirtiera en un actor esencial en la redacción del tratado de paz que se conoció como el Protocolo Bóxer. El motivo oficial de la invitación al presidente Sánchez es la celebración del 50 aniversario del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la República Popular China. También resulta una curiosidad histórica la identidad de la persona que eligió el régimen de Franco para esta tarea de nueva apertura, el 9 de marzo de 1973, de la Embajada de España en Pekín: Ángel Sanz Briz (el providencial ángel de Budapest que salvo a cientos de judios de una muerte segura durante la Segunda Guerra Mundial).
En todo caso, este encuentro Xi-Sánchez ha suscitado un enorme interés y expectativa. ¿Qué es lo que pueden conseguir sus participantes del mismo? Para el presidente Xi Jinping se incardina, como he anticipado antes, dentro de su ambicioso política de reconfigurar el orden internacional. Tras los tres años de ensimismamiento pandémico, Xi está de vuelta y quiere hacer que China se convierta en la protagonista de la construcción de un nuevo mundo que responde a una nueva y actual configuración de fuerzas.
El presidente Xi entiende que el viejo sistema impuesto por los Estados Unidos, basado en la libertad de empresa y en determinados valores de respeto de los derechos humanos, está caducado. No estoy seguro de que la alternativa que propone Xi (basada en el realismo político y las descarnadas relaciones de fuerza) resulte más atractiva. Pero sin duda es una realidad. Para ello es esencial que consiga éxitos diplomáticas varios para acreditar que es una fórmula exitosa y que está por encima de la mucha veces hipócrita y superada posición occidental. En este sentido, el reciente restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí es una buena prueba de ello. Y Xi quiere volver a hacerlo con Ucrania. A Xi le interesa Sánchez de forma oportunista al asumir Sánchez en julio la Presidencia de la Unión Europea por lo que lo que el acercamiento ahora también podrá favorecer la interlocución y empujar más activamente a una victoria diplomática de China si se convierte en la pieza clave a la que aspira en relación con la solución del conflicto de Ucrania.
Por otro lado, al presidente Sánchez, animal político astuto donde los haya, le viene fenomenal esta invitación de Xi Jinping. De hecho viajará a China tras regresar primero de la cumbre de la Unión Europea y luego de la cumbre iberoamericana de Santo Domingo.
El presidente Sánchez ha destacado que la invitación china evidencia el creciente papel de España en las relaciones internacionales impulsado exitosamente por su administración. El motivo esencial de su viaje, calificado por Pekín con el rango de visita de Estado, es que Xi le pueda dar detalles sobre propuestas para llegar a un acuerdo de Paz en Ucrania y que Sánchez lo pueda compartir con el resto de aliados europeos.
Pero Sánchez no solo se va entrevistar con el líder chino que acaba de ser reforzado con un nuevo mandato sin precedentes por cinco años más si no también con las dos otras máximas autoridades chinas: Li Qiang, nuevo primer ministro, y con el presidente de la Asamblea Nacional Popular Zhao Leji. Además de la dimensión claramente política del viaje, también tiene un contenido económico ya que el presidente Sánchez asistirá al Davos chino, el Forum Bao, en la turística y tropical isla de Hainan y se reunirá con posibles inversores chinos en España. También se reserva una parte de su agenda en su visita a Pekín para empresas chinas con intereses en España y con empresas españolas con presencia en China.
Es evidente que este papel protagonista del presidente Sánchez, de la mano de China, puede ayudarle en un año electoral decisivo siempre y cuando el desenlace sea feliz. Y yendo algo más allá, es muy habitual que los presidentes que se empiezan a cansar de la aburrida política nacional se vuelquen en su agenda internacional (de hecho agendar la moción de censura protagonizada por el profesor Tamames ha resultado complicado habida cuenta de la muy intensa agenda internacional del presidente Sánchez). Y este cansancio de la política doméstica y aspiración a un papel relevante en el ámbito internacional también es consistente con la intuición de que es posible que los electores puedan darle la espalda ante el más que previsible cambio de ciclo que se anticipa en la política española. La alternancia en este caso puede ser positiva ya que los signos de agotamiento de la coalición de gobierno empiezan a ser más que evidentes.