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Los resultados catalanes: ¿un accidente momentáneo?

Foto: DAVID ZORRAKINO/EP
18/05/2024 - 

Los resultados de las elecciones catalanas del domingo han sido acogidos con cierta perplejidad por parte de algunos analistas, tanto cercanos a los independentistas como a filiaciones españolistas o no-nacionalistas, como quieran llamarles. Perplejidad porque podría parecer que no acaban de creerse que ha pasado lo que ha pasado. En ese sentido, estos analistas comparten con Carles Puigdemont la visión de que las elecciones son un mero accidente que no se repetirá. De hecho, precisamente por eso Puigdemont ha lanzado su candidatura a la presidencia de la Generalitat, contra toda evidencia: para forzar una repetición electoral en la que dicho accidente no vuelva a repetirse.

La razón es sencilla: nunca, desde 1980, los partidos nacionalistas catalanes habían sacado un resultado tan pobre. Y las cosas han cambiado mucho desde entonces. De hecho, Cataluña ha tenido hasta ahora gobiernos de filiación nacionalista con casi la misma asiduidad que en el País Vasco. Sólo en dos ocasiones, 2003 y 2006 (por una en el País Vasco), hubo gobiernos liderados por partidos vinculados con formaciones de ámbito español (en ambos casos, con el PSOE). Y estos antecedentes no se debieron a la pérdida de la mayoría nacionalista, sino a cuestiones judiciales (en el País Vasco, que invalidaron los escaños vinculados con la izquierda abertzale) o a que uno de los partidos de la órbita nacionalista decidió pactar con formaciones “españolas”, como fue el caso del tripartito PSC-ERC-ICV de 2003 – 2010. 

En lo que se refiere a Cataluña, además, se pactó en un contexto de agotamiento del partido y del líder que llevaban gobernando Cataluña más de veinte años (CiU y Jordi Pujol), y con unos postulados que se acercaban bastante a los postulados nacionalistas, precisamente por buscar transversalidad y trasvase de votantes de CiU, algo que se evidenciaba tanto en el perfil del candidato (en 1999 y 2003, Pasqual Maragall) como de sus propuestas: un federalismo asimétrico en el que el Parlament de Catalunya negociaría un nuevo Estatut d’Autonomia que José Luis Rodríguez Zapatero se apresuró a asegurar que respetaría... probablemente porque no pensó que iba a gobernar en 2004. Luego llegó el 11M y pasó lo que pasó con el “cepillado” del Estatut en el Congreso y las posteriores restricciones adicionales en el Tribunal Constitucional. 

El presidente de la Generalitat de Cataluña y candidato de ERC, Pere Aragonès. Foto: DAVID ZORRAKINO/EP

Ahora, el resultado deriva de otro agotamiento: el del procés independentista, deteriorado por la virulenta reacción del gobierno de Mariano Rajoy y la justicia española, por su fracaso, sus endeblescimientos y el tiempo transcurrido, que ha mostrado que detrás del mismo no había mucho más que una serie de acrobacias y jugadas maestras para liderar un sentimiento de una parte de la población en pos de mantener el poder sobre las instituciones catalanas y, en fin, por las decisiones (indulto, reforma de la malversación, amnistía) del gobierno de Pedro Sánchez que posiblemente también habrán contribuido a "desinflar el soufflé". Este “soufflé”, sin embargo, duró mucho tiempo. Al menos, desde 2012. Vivió además su momento de gloria en2017, en las elecciones convocadas por el propio Rajoy, con una elevadísima participación (79%). Aunque fue Ciudadanos el partido que ganó aquellas elecciones, los independentistas obtuvieron una ajustada mayoría de 70 escaños, muy similar a la que lograron en2015 (también con altísima participación, 75%), cuando Junts y ERC se presentaron con una lista conjunta, sacando 62 escaños (más diez de la CUP). Estos dos procesos electorales mostraron que el independentismo era sólido en Cataluña, porque era capaz de congregar más de dos millones de votos, en situaciones de participación electoral muy elevada. Es decir, que la idea, bastante asentada, de que los independentistas, antes nacionalistas, sólo tenían una mayoría artificiosa porque el votante españolista se abstenía en las elecciones autonómicas era verdad sólo en parte.

Estos resultados generaron en los partidos y los analistas españoles, sobre todo los más abiertamente contrarios al independentismo, la idea de que la fortaleza independentista en los procesos autonómicos era inatacable. Si no perdían con participación alta ni baja, ni siquiera con la autonomía suspendida y unas elecciones convocadas desde La Moncloa en un día laborable, es que no perderían nunca. 

Sin embargo, el domingo pasado perdieron. Con una participación muy baja, pero no más de lo habitual en procesos electorales pasados, sin ir más lejos las elecciones de 2021 (la más baja de la historia), cuando los partidos independentistas congregaron 74 diputados, es decir: un resultado mejor, en escaños, que los de 2015 y 2017. Ahora la participación ha sido muy baja también, pero no podemos explicar el descenso de los independentistas sólo por ese factor. Sólo podemos especular, pero todo indica que también tiene que haberse producido algún trasvase de votantes desde las formaciones independentistas, sobre todo ERC, hacia el PSC. Junts, en cambio, parece haber mantenido esencialmente los mismos resultados de 2017 y 2021, aunque es razonable suponer que habrá tenido pérdidas a manos del nuevo partido ultraderechista, Aliança Catalana.

El líder del PSC y candidato del partido a la Presidencia de la Generalitat, Salvador Illa. Foto: LORENA SOPÊNA/EP

El escenario, en fin, es más favorable a los intereses de los partidos "españolistas" de lo que lo ha sido nunca. Porque no es sólo que hayan tenido un resultado mejor que nunca, con la mencionada excepción de 1980; es que, además, el españolismo más contrario al nacionalismo se ha reafirmado. El PP ha quintuplicado sus -pésimos- resultados de 2021 sin erosionar por ello a Vox. Y estos resultados tampoco se explican solamente por la desaparición de Ciudadanos, ni por la participación. Claramente, hay una reafirmación españolista, con una faz más amable y transicional para los independentistas (el excelente resultado del PSC) y otra mucho más arisca (el resultado del PP y Vox). Una reafirmación que es además más potente en votos que en escaños, porque tanto el PSC como el PP y Vox han conseguido sus mejores resultados en las circunscripciones más pobladas (el PSC en Barcelona y PP y Vox en Tarragona), donde, merced al sistema de reparto provincial de escaños, los diputados cuestan más votos (más del doble en Barcelona que en Lleida).

Estos cambios respecto de las elecciones de 2021 obedecen a factores muy variados, no todos ellos derivados de cuestiones coyunturales o decisiones políticas. Los cambios en la composición del electorado, derivados tanto de la inmigración como de la biología (los fallecidos y los nuevos votantes), también son importantes. Y posiblemente estos factores, como bien saben los independentistas, benefician a la "causa" españolista, porque dificultan sobremanera que los independentistas, librados a sus propios recursos, alcancen alguna vez el 50% en votos (en escaños es más fácil, por la prima de diputados a las provincias que no son Barcelona, especialmente a Lleida).

Es decir: no creo que, en el caso de que haya repetición electoral, los resultados varíen sustancialmente. No creo que estos resultados sean un "accidente" y se deban en exclusiva o fundamentalmente a un abstencionismo momentáneo de los independentistas. Todos los resultados electorales son coyunturales, en el sentido de que se renuevan cada cuatro años; pero los cambios, cuando se producen, suelen darse lentamente. Sobre todo, los cambios entre bloques. Y el domingo pasado vimos una pequeña modificación de bloques, cuyo alcance está por ver. Pero que no va a desaparecer en unos meses o por una nueva "jugada maestra" de algún partido político o dirigente imbuido de mesianismo.

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