El centro histórico de Cartagena, se enfrenta hoy a un devenir incierto que pone en riesgo tanto su valioso patrimonio como la identidad de sus habitantes. Esta ciudad, que en otro tiempo fue escenario de esplendor cultural y desarrollo arquitectónico, se ha visto arrastrada por una transformación urbanística y turística que ha llevado al abandono de calles históricas, la degradación de solares y la desaparición paulatina de comercios tradicionales, sustituidos por bares, restaurantes y franquicias genéricas que convierten el centro en un espacio meramente comercial, carente de personalidad. La proliferación de pisos turísticos, junto con la escasez de hoteles con encanto, ha contribuido a que Cartagena presente dos caras contradictorias: por un lado, un centro mimado con algunas fachadas cuidadas para atraer a turistas y por otro, un núcleo deteriorado, y en ruina permanente.
El error de apostar decididamente por el eje que une el puerto con la Plaza de España ha demostrado ser un fallo estratégico, ya que concentra la masificación turística en detrimento de una planificación integral que contemple la rehabilitación de todo el centro en su conjunto. Este flujo no solo degrada el entorno urbano, sino que también genera un riesgo real de desplazamiento de los cartageneros, quienes, al ver que sus calles se transforman en escenarios de consumo, sufren una pérdida de identidad y de arraigo. La sensación de inseguridad ciudadana puede agravarse especialmente para las personas mayores, quienes, tras disfrutar de la vida social que proporciona el eje mencionado, se ven obligadas a regresar solas a sus domicilios ubicados en torno a la calle del Duque la Plaza de la Merced o del Lago, enfrentándose a una realidad que pone en tela de juicio la convivencia y el derecho a la seguridad en su propio barrio.
La proliferación de pisos turísticos, junto con la escasez de hoteles con encanto, ha contribuido a que Cartagena presente dos caras contradictorias: por un lado, un centro mimado con algunas fachadas cuidadas para atraer a turistas y por otro, un núcleo deteriorado, y en ruina permanente.
El auge del turismo de cruceros ha contribuido a concentrar en determinados ejes la afluencia de visitantes, lo que, lejos de dinamizar la vida urbana, ha degenerado en una saturación que erosiona el valor del patrimonio. Esta situación se agrava aún más al evidenciar un peligro latente: la probable expulsión de los cartageneros que han forjado la esencia de la ciudad. El desplazamiento de sus habitantes implica, en última instancia, la pérdida de identidad y el deterioro del sentimiento de pertenencia, elementos fundamentales para la cohesión social y el mantenimiento de la memoria colectiva. Resulta paradójico que, a pesar de contar con una historia milenaria y un patrimonio de incalculable valor, Cartagena se vea sometida a una gentrificación que prioriza intereses comerciales y turísticos en detrimento de su identidad. El riesgo de expulsar a los cartageneros, de convertir las calles en meros escenarios de consumo, representa un retroceso en la lucha por preservar la memoria y el espíritu de una ciudad que, a pesar de las crisis económicas pasadas, ha sabido reinventarse.
La historia de Cartagena se plasma en cada rincón: desde sus orígenes en la fundación de Qart Hadasht, pasando por la herencia romana, hasta el florecimiento modernista de los siglos XIX y XX. Edificios como la Casa Maestre o la Casa Llagostera, auténticas joyas arquitectónicas que deberían formar parte de circuitos culturales y museísticos, han sido relegados al olvido, sin recibir la atención y el mantenimiento que exigen su valor histórico. El intento de puesta en valor de la calle Caballero ha sido un fracaso, evidenciado en el deterioro general de la zona, mientras que la Morería Baja se erige hoy como un triste exponente del abandono urbanístico. No es menos alarmante el destino de otras áreas históricas de la ciudad: el Monte Sacro, el Molinete, los alrededores del museo romano y todo el cerro de Despeñaperros.
La sensación de inseguridad ciudadana puede agravarse especialmente para las personas mayores, quienes, tras disfrutar de la vida social que proporciona el eje mencionado, se ven obligadas a regresar solas a sus domicilios ubicados en torno a la calle del Duque la Plaza de la Merced o del Lago, enfrentándose a una realidad que pone en tela de juicio la convivencia y el derecho a la seguridad en su propio barrio.
La desaparición de comercios tradicionales, sustituidos por establecimientos take away y franquicias que ocupan con sus mesas y sillas espacios públicos de paso, empobrece la oferta cultural y gastronómica y destruye el tejido social que durante siglos definió al centro de la ciudad. Esta homogenización comercial reduce a la ciudad a un escenario transitorio de consumo, donde la memoria colectiva se ven relegadas a un segundo plano, generando una dicotomía entre un centro históricamente mimado para el turismo y otro que se deteriora sin remedio. La lección que nos enseñan las ciudades Patrimonio de la Humanidad es precisamente lo contrario. Además de mantener los edificios en condiciones excepcionales y llevar a cabo todo un proceso de restauración, se esfuerzan en que los negocios y actividades comerciales se caractericen por su singularidad donde predominan la oferta especializada, no solo gastronómica, artesanal, sino también del resto de las actividades que dan vida a un centro histórico. El objetivo es fidelizar, fijar a la población al mismo tiempo que se genera riqueza.
La desaparición de comercios tradicionales, sustituidos por establecimientos take away y franquicias que ocupan con sus mesas y sillas espacios públicos de paso, empobrece la oferta cultural y gastronómica y destruye el tejido social que durante siglos definió al centro de la ciudad.
La urgencia de actuar se hace patente: el deterioro avanza a un ritmo alarmante, y cada día que pasa es una pérdida irreparable. Es misión de los responsables políticos, de las instituciones y de la ciudadanía, trazar un camino que respete el pasado, proteja a sus residentes y ofrezca una visión de futuro que combine progreso y tradición. Solo mediante una acción conjunta se podrá revertir el declive, garantizando que la ciudad se convierta en un referente cultural y social. Finalizo con la pregunta que hice al principio y que ineludiblemente sigue en el aire: Centro histórico de Cartagena: ¿Quo vadis?
Cándido Román Cervantes
Facultad de Economía, Empresa y Turismo. Universidad de La Laguna