MURCIA. Ciudades arrasadas, tsunamis, glaciaciones, inundaciones, asteroides, ataques alienígenas, pandemias, guerras nucleares o bacteriológicas, zombies, contagios incontrolables. Hemos visto todo tipo de apocalipsis en el cine y mil formas de destrucción de la vida en la Tierra. Y ahora llega el director rumano Jadu Rude y nos dice: No esperes demasiado del fin del mundo, genial título de una de las mejores y más singulares películas de los últimos tiempos, disponible en Filmin.
Y es que no hay que esperar demasiado del fin del mundo, ningún desastre natural, ninguna guerra total, ninguna invasión extraterrestre, porque ya vivimos en él. En uno nada espectacular pero tremendamente corrosivo y retransmitido por infinidad de pantallas, en el que la falta de derechos, la alienación, la explotación laboral, la opresión y la desigualdad, el consumo desaforado y el capitalismo depredador van a acabar con nosotros. Un apocalipsis cotidiano que cuenta con nuestra conformidad, aunque el malestar nos ahogue.
La película es un retrato exacto de ese malestar, en forma de sátira implacable y salvaje sobre el capitalismo. Una reflexión cáustica, un portentoso ejercicio de libertad creativa, un collage narrativo y estético lleno de capas y rimas y metáforas y ecos. Es desconcertante y provocadora, divertida y amarga, desequilibrada y precisa, insolente e irónica. Toda una experiencia.
Jadu Rude ya nos había encandilado con otro film insólito y de título maravilloso, Un polvo desafortunado o porno loco (2021). No nos pudo encandilar con sus películas anteriores, y eso que lleva más de veinte años activo, porque salvo La chica más feliz del mundo (2009), ninguna se ha estrenado en nuestras salas. Tampoco las dos citadas, a pesar de recibir premios, excelentes críticas y parabienes allá por donde pasaban. Rude se ha convertido en un cineasta fundamental de nuestro tiempo, así que esperamos que, a partir de ahora, nos llegue su obra con normalidad.
Y si les sorprende que un director rumano esté en ese lugar, no hay más que recordar la potencia y singularidad de la cinematografía rumana actual, con nombres como Cristi Puiu, Cristian Mungiu, Radu Muntean o Corneliu Porumboiu, entre otros, que lleva deslumbrando a propios y extraños desde que en 2005 se presentó en Cannes La muerte del señor Lazarescu (Cristi Puiu), tras la que fueron llegando otras como 4 meses, 3 semanas, 2 días (2007) y R.M.N. (2022) de Mungiu, Sieranevada (2016) de Puiu, Martes después de Navidad (2010), de Muntean, etc.
Volvamos al fin del mundo con otra obra audiovisual, esta española, que hace una particular adaptación de la situación. No hace mucho se ha estrenado En fin (Prime Video), una miniserie de seis episodios creada por David Sainz (Malviviendo) y Enrique Lojo, que parte de una premisa buenísima, de una gran idea original: es el día en que un planeta va a chocar con la Tierra y destruirla, pero el planeta, oh, pasa de largo y el apocalipsis, anunciado desde hace meses, no sucede. Pero nada vuelve a ser como antes porque, sabiendo que el fin llegaba, el mundo se ha sumido en el caos: no funcionan los gobiernos, el comercio, el trabajo, nada. Quien no está en una orgía, está en una secta, en una banda o se ha recluido en un refugio subterráneo tras haber hecho acopio de víveres. Priman la búsqueda del placer, la violencia, la locura. La gente ha dejado trabajos, obligaciones, familias, tabús, prohibiciones, obediencias y temores y se ha lanzado a vivir, efectivamente, como si no hubiera un mañana. Pero el mañana que no iba a llegar ha llegado y ¿ahora qué? ¿esto se puede recomponer? ¿vale la pena?
Magnífica premisa ¿verdad? Una lástima que no le saquen el partido que tiene y hayan optado por el chiste fácil y los clichés de siempre, centrándose en la historia de una pareja en la que él (José Manuel Poga) se ha lanzado a la vida loca y el frenesí sexual, abandonando a su mujer y a su hija, y ella (Malena Alterio), de carácter tranquilo y apocado, se ha quedado en casa cumpliendo su papel de mujer responsable y madre entregada. Y sí, lo han adivinado, todo arranca cuando él decide volver al seno familiar y pedir perdón. Lo de siempre en la comedia ibérica, pero en un entorno semiapocalíptico bajo un cielo rojo a causa del planeta que no ha chocado con la Tierra.
Que uno puede quedarse en lo cañí y el costumbrismo y volver a nuestros tópicos y quitarle tragedia a la cosa, no hay problema. Si sale bien, un aplauso, pero es que vuelve a ser más de lo mismo sin profundizar en nada. Sí, claro, el personaje femenino evoluciona para empoderarse y dejar de ser sufrida esposa y madre. Y el camino del protagonista hasta su casa está lleno de personajes estrafalarios y supuestamente curiosos. Pero, en realidad, y esto parece inevitable en gran parte de la comedia española, son todos idiotas, no encuentro un modo mejor ni más sutil de definirlo. Unos pillos, sí, pero tontos. Cuando antes hablaba del recurso a lo fácil, no me refería solo a la presencia de algunos chistes y gagas más que previsibles (el de la barbacoa, por favor), también a esa concepción de la comedia según la cual si hago que todos los personajes sean tontos y hagan idioteces nos reiremos. Y no, no siempre es así. Aquí, todo hay que decirlo, nos reímos a veces, pero el conjunto no funciona.
No le pido la audacia o la carga de profundidad que exhibe No esperes demasiado del fin del mundo, ni la brutalidad emocional de The Leftovers (en algún texto sobre la serie he visto que la citaban, un respeto, oiga), que ambas están en otra liga, pero sí algo un poquito más elaborado, que vaya a la raíz. Que la magnífica premisa inicial sirva para algo más que para sacar a pasear los clichés de siempre y volver al dichoso españolito medio, tonto y chapucero, y al equívoco chusco como motor de la comedia. Ni en el apocalipsis nos libramos de eso.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame