La ciencia publicada ha cerrado junio con una nueva reivindicación formativa, la necesidad de una educación eficiente para la salud menstrual, otra gran olvidada de la literatura médica y la consulta basada en la evidencia. Porque, según un estudio con rúbrica valenciana publicado en la revista BMC Women's Health, entre la generación de la sociedad de la información y la de la cultura del estraperlo apenas hay diferencia en la mirada hacia la llegada del primer manchado: la regla se sigue viendo con vergüenza, preocupación, miedo y estrés. Y no solo por culpa del estigma.
Años de ciencia ficción publicitaria han permitido que alguna joven piense que la menstruación es un líquido azul (aunque el branded content lo intenta corregir contra la cancelación bienpensante), como los niños que creen que la lechuga brota del lineal de un supermercado. ¿Y nos vamos a sobresaltar por el 35,7% de las mujeres encuestadas que no saben muy bien qué es la regla cuando baja por primera vez y por el 56,1% que no sabe lo suficiente sobre cómo proceder? De nuevo, se sacrifica la evidencia para poner en nuestro conocimiento que cada vez mejor comprendemos la inteligencia artificial y cada vez menos a nuestro cuerpo.
Lo de anteponer la ciencia de datos a la biología femenina no es nuevo. El artículo llega al cumplirse 45 años del ensayo de Gloria Steinem Si los hombres menstruasen, publicado en la revista Ms, en el que planteaba con buena dosis de sátira que, si los hombre tuvieran la regla, la visión social del menstruar se convertiría en algo a envidiar y para presumir de masculinidad, y nadie protestaría por la gratuidad de las compresas, tampones y demás ingeniería de la higiene.
Después de cuatro décadas, todavía se habla de "la nueva ciencia" de la menstruación, como sugiere un reciente titular en la revista The Lancet. Por muy natural que sea este proceso en el desarrollo de la mitad de la población, las ideas erróneas siguen relegando a la menstruación como patología rebelde y lastre de la alegre feminidad, contra las que los movimientos a favor de la igualdad menstrual solicitan la flexibilidad en los entornos laborales y la exención de impuestos en compresas y tampones, además de transformar la biología sobre la regla y la fertilidad, señala Kate Clancy, bióloga reproductiva y autora de Period: The Real Story of Menstruation, una de las investigadoras en estudiar los efectos de la vacuna covídica en la regla, que en su libro prefiere el uso del genérico "persona que menstrúa", en lugar de mujer o niña.
Por mucho que se gane la batalla tributaria, la revisión histórica de la biología femenina no quedará exenta de los debates en la medicina de las evidencias, como el de los ciclos y el de las pautas prolongadas en anticoncepción (para las mujeres que no quieren sangrar por motivos de salud o trabajo).
Las dudas en torno al momento y la duración de la regla no debería cerrarse con que la regla mensual era inusual en el pasado, porque siglos atrás las mujeres comenzaban a tener descendencia a partir de los 15 años y lo habitual era tener dos períodos al año hasta la menopausia (siempre que la mujer llegara a sobrevivir los partos), poco que ver con las tendencias demográficas en boga. El recurso a estos procedentes, curiosamente, suele ilustrar el argumentario a favor de evitar la menstruación con soluciones vía oral: las píldoras anticonceptivas como protectoras contra el cáncer de ovario por la motivación probable de que se evita ovular cada mes, aunque por otro lado se vinculen a casos de cáncer de mama.
La mirada positiva de la regla, es decir, la menstruación como signo de la mujer empoderada, que se aleja de la realidad de las molestias y complicaciones limitantes (y se acerca demasiado a los preceptos ancestrales sobre aceptar el dolor), no debería desviarnos de la importancia de reflexionar en torno a la comprensión completa del fenómeno y a debatir si algo no beneficioso para la salud como es la regla realmente merece ser eliminado de nuestra biología porque algunas y algunos entienden que entorpece nuestro estado del bienestar. La necesidad de acumular investigaciones con más rigor sigue, de nuevo, abierta.