MURCIA. El proyecto de La Ruta levantó ciertas dudas cuando se planteó en un primer momento. Si bien el camino de revisar y replantear aquella época como movimiento contracultural estaba siendo bien recibido, había sido un camino lento y muy arraigado a la ciudadanía valenciana. De repente, una televisión nacional volvía a Valencia, interesada por lo que había sucedido, 30 años después de haber agitado el miedo y haber ayudado a crear los fantasmas que la acabaron de destruir.
Pues bien, el primer capítulo de La Ruta (Atresmedia) parece despejar muchas de esas dudas. Prometió ser una serie rigurosa, completa y no estigmatizadora. Y el primer sabor de boca es que ha cumplido con creces. El equipo de guion tuvo bien a contar como asesor de documentación a Joan M. Oleaque, autor de En Éxtasis, el libro que despejó mucho de los caminos que transitan la revisión de La Ruta hoy en día. Hay parkineo, hay drogas, hay autostop, pero también mucha música y fraternidad, y se ve a las mujeres bailando y ocupando el espacio de baile con libertad, y también drag… Símbolos del empoderamiento que supuso para algunos colectivos la nueva noche valenciana.
La historia cuenta la marcha de Marc Ribó, uno de los DJs del momento, a Ibiza en 1991, cuando el ‘bakalao’ pasó a ser la ‘Ruta Destroy’. La serie hará un camino inverso hasta 1983 —una decisión coherente con el propio concepto de revisar, como pasar las páginas de un libro de atrás adelante—, año de plena efervescencia contracultural. Esta apuesta da la vuelta a la propia generación de la tensión narrativa: el misterio no es lo que sucederá; sin flashbacks y sin contexto, la pregunta es qué ha pasado para que haya miradas incómodas, para que Ribó recuerde la muerte de su hermano, o cómo ha sido el camino del DJ para alcanzar la fama.
Marc Ribó vive, en este primer capítulo, su última noche como DJ en Valencia al ser contratado, a pie de talonario, por Amnsesia. También el aspecto empresarial como eje (“lo has conseguido todo” le dicen a Sento, el dueño de Puzzle, “me he forrado” dice él mismo) también es la señal de la conversión de una escena contracultural en una simple red de discotecas. También la serie enseñará ese camino hacia atrás, que en vez de abajo a arriba, se podrá ver —con orgullo— de arriba a abajo, cuando el movimiento era totalmente periférico.
Àlex Monner, en la piel de Ribó, no solo logra un personaje creíble, sino que es la viva representación conceptual de la propia Ruta. Deprimido, cansado, pero sin parar, sus ojeras son también las de la propia escena cultural, que encara un periodo decadente. El resto del elenco, Elisabet Casanovas, Claudia Salas, y Ricardo Gómez (con Guillem Barbosa aún como pequeña aparición), van en la misma línea y se alejan de las actuaciones impostadas de las series adolescentes que llenan las plataformas de contenido.
Y toda una serie de detalles, que pueden parecer nímios, pero que permitirán al público valenciano sentirse cómodo y no verlo como un producto que se apropie de la historia desde fuera. Normaliza y no imposta el uso del valenciano, que se habla entre hermanas, en situaciones informales, en palabras sueltas, pero incluso se ve la diglosia (las hermanas, si hay otras personas, cambian el idioma para hablar con estas). También está Canal 9 y su Parla vosté, calle vosté, y las madres viéndolo preocupadas por sus hijos. Y los pósters de NEU! y New Order en la habitación del hermano de Marc Ribó. Y a una raya de cocaína larguísima se refieren como caballón, porque estamos en plena Horta Sud.
La serie también apuesta por mantener un hilo que se une con la propia realidad. En este primer capítulo, la última noche de Ribó empieza con la noticia del suicidio de Rulo, un conocido locutor musical, que se colgó mientras hacía su programa en directo. Es la historia de R.A.F.A., DJ residente en Espiral en la realidad, que protagonizó una de las mayores conmociones de aquellos últimos años de Ruta. No están las niñas de Alcàsser (que fueron secuestradas un año después de 1991, donde para de contar la serie), pero sí la imagen de tres jóvenes haciendo autostop a altas horas de la madrugada, dejándose llevar por cualquiera que les parara.
Y está, cómo no, la música, que cuenta con una dupla: Fran Lenaers ha ejercido como asesor DJ en la serie; mientras que el productor Pional se encarga de la música original. No dejan de sonar, sin embargo, las mismas canciones que sonaban en aquella época. Sin dejar de lado himnos como la canción de Espiral de Dune, pero también dando espacio al abanico de ritmos que se iban escuchando durante la noche.
La serie consigue naturalizar y poner imágenes a los que, sin haberla vivido, empezamos a tener un nuevo marco mental sobre La Ruta. Una de las muchas culminaciones que están por llegar (así lo fue también la exposición de La Ruta Gráfica en el IVAM) de un proceso colectivo y ancho para agitar los espectros de entonces y proponer una nueva narrativa sobre aqueños años, no idílica, pero al menos más completa y fiel a lo que pasaba.