GeoPlaneta publica este libro de la autora del podcast Gabinete de curiosidades, una exégesis sobre la hornada humana que todavía supo lo que era vivir lento
MURCIA. El magnate sudafricano ha cambiado al pájaro liberador por la letra incógnita, en una desconcertante maniobra de branding tan poco habitual como llamarle a tu primogénito (o a cualquier hijo) X Æ A-12: al parecer, su obsesión con la equis viene de largo; no tardó nada Musk en plantar un luminoso del nuevo logo de su recién adquirida compañía milmillonaria en la azotea de sus oficinas en San Francisco, para desgracia de sus vecinos y regocijo de su ego descomunal. Hasta el cambio de nombre de Musk (y puede que también después), la vigésimoquinta letra de nuestro abecedario atravesaba una época discreta, la resaca de décadas de abuso de su significado pornográfico o matemático. La equis tenía ese mismo halo garrulo y casposo que el conejo de Playboy, y además había sido tan utilizada que poco más podía aportar.
Quizás la querencia del dueño de X (antes Twitter) guarde relación con su complejo de superhéroe, una reminiscencia infantil en un hombre con trazas de adolescente, de villano lexluthoriano, cuyo poder a la postre no es otro que el haber heredado toneladas de dinero amasado en negocios tan turbios como la minería de esmeraldas en Zambia, lucrativo business que ahora Mr. X niega, pese a que a su padre no se cansa de insistir en que financió el emprendedurismo de su vástago a golpe de piedra preciosa. Al parecer, el hombre más rico del mundo busca escribir su propia leyenda con hechos más convenientes y misteriosos, revestirse de una historia de astucia empresarial y de éxitos que avalarían su mesianismo actual, su mirada visionaria de Ozymandias mariguano, de profeta ultrapróspero que nos señala el camino para llegar al futuro mientras se hace de oro vendiendo nuestros datos e influyendo en la esfera pública mediante la red social más tóxica que el mundo ha conocido. No solo eso: Musk también influye de otros modos, como paralizando una operación ucraniana cortando sus vías de comunicación satelital al considerar que podía provocar una escalada bélica a nivel planetario. Elon, es cierto, tiene el poder suficiente para hacer eso, y mucho más. Así que si ha decidido que es hora de dar una nueva vida a la equis, ¿cómo no habría de conseguirlo?
Nacido en el setenta y uno, Musk es uno de los miembros más populares de la Generación X, la de los nacidos entre 1965 y 1980, una hornada humana considerada la última generación lenta. ¿Puede ser esta la razón de su obsesión por la forma de aspa? La letra equis debe ejercer sobre él el influjo de lo enigmático, de lo desconocido, de la incógnita a despejar en la ecuación de la existencia. Para Nuria Pérez, autora del podcast Gabinete de curiosidades y del libro El monstruo del monóculo y otras bestias, del que ya hablamos por aquí, x es igual a un tiempo analógico en el que las personas aún se sentían cómodas hablando por teléfono y en el que las velocidades inhumanas de la era de internet no nos habían arrastrado en su acelerada carrera hacia un futuro en el que poca gente tiene confianza. Gabinete X. Un viaje por las historias y los objetos que construyeron una generación, publicado por GeoPlaneta, es nostalgia ma non troppo. El enfoque apela inevitablemente a la morriña por unos años que ya no volverán, y en ese sentido, la autora consigue que echemos de menos hasta lo que no hemos vivido: no es aquello de que tiempos pasados siempre fueron mejores, porque lo cierto es que no es así, pero cuesta no creerlo en plena amenaza de una tercera guerra mundial, con las calles infestadas de mosquitos propios de un verano que se niega a marchar —y que parece que será más fresco y llevadero que los que tienen que venir—, asfixiados por una sucesión de crisis económicas que ha convertido la vivienda en un lujo inaccesible.
Con este panorama, una cabina telefónica se antoja un oasis místico en el que uno querría refugiarse para capear el temporal de un presente frenético que nos sacude sin piedad, que nos desgasta como nunca. Las cabinas: esos tótems de la comunicación que convertían el acto de llamar en algo muy físico: para llamar a alguien desde una cabina había que desplazarse, introducir monedas, descolgar el auricular, apoyarlo en la oreja y presionar unos botones toscos: un auricular y unos botones que habían conocido muchas orejas y muchos dedos antes de nuestra llamada. En ocasiones, el teléfono estaba todavía caliente por el contacto anterior. Ahora esta experiencia ya no existe, pero no solo eso: el propio hecho de llamar por teléfono se está desvaneciendo, como el concepto de teléfono en sí. Un smartphone es más un ordenador que un teléfono. Nuria Pérez, qué duda cabe, es experta en el arte de la curiosidad, además de una escritora excelente que desde la primera página sintoniza con ese rasgo tan humano que es el querer saber.
La literatura de la curiosidad es un género universal: la cabina de Mojave que aparece en Gabinete X es un ejemplo perfecto. ¿Qué sentido tiene una cabina en mitad del desierto? ¿Quién la puso ahí y por qué? ¿Acude alguien a hablar a la luz de la luna o en la noche cerrada? ¿Se revelan secretos inconfesables en compañía de coyotes, conejos, tortugas y murciélagos? Si algo define a las generaciones es la forma que tienen de comunicarse. La Generación X, la última analógica, comparte más con los millennials que estos con sus sucesores, y estos a su vez menos con su relevo, y así cada vez serán más rápidas y concretas las generaciones, porque el mundo se acelera sobre el tejido de un universo que se expande de forma acelerada, de tal manera que no sería descabellado imaginar que algún día las generaciones duren un instante, un pestañeo. Hasta entonces, claro, nos queda reivindicar, con nostalgia militante, ese tiempo que es nuestro y en el que sabemos reconocernos.
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